Joseba Pérez Suárez

Eneko no decide... espero

La sabiduría de Pepe Mujica define con claridad meridiana lo que constituye el mayor problema que tiene hoy el derecho a decidir para formar parte de nuestra vida cotidiana y del desarrollo pleno de una democracia participativa: «recordá que si transferís poder a la gente, a alguien se lo estás quitando. Pero es que la gente decide muy poca cosa y eso de reducir la democracia a votar cada cuatro años es ridículo. Llamar democracia a eso es absolutamente ridículo... No sabemos la riqueza que estamos perdiendo por no dejar participar a la gente» ("Sobreviviendo al siglo XXI", Saúl Alvídrez).

Vuelve Eneko Andueza con la machacona insistencia en aparcar el debate sobre el derecho a decidir y trasladarlo fuera del que suscita la reforma estatutaria, sin aclarar dónde le parece más adecuado de ubicar. ¿Mejor entre el pronóstico del tiempo? ¿En el debate sobre si tortilla con o sin cebolla, quizás?

Blande la supuesta amenaza de que «abre la puerta al independentismo», opción esta tan legal como la suya propia por cierto, o la tan consabida de que «divide» a la sociedad, como si cualquier consulta electoral periódica no tuviera el mismo supuesto efecto desde el momento en que dictamina, a cada actor político, el grado de aceptación que tiene entre la ciudadanía. Ahora bien, si esto se interpreta como «división», algo se nos está escapando sobre el concepto de democracia. Sorprende que quien se tiene por defensor de esta y ejerce su profesión, precisamente, en el ámbito de la política, deseche la posibilidad de conocer la opinión de la ciudadanía sobre la forma en la que esta quiere organizar su propia vida. Cuando Eneko hace esa raída referencia a que los problemas de la ciudadanía vasca miran hacia la política fiscal, de vivienda, sanidad, educación y de la necesidad de incorporar y blindar todos esos «derechos sociales», cabría decirle que el derecho a decidir es, precisamente, no solo otro derecho social tan inalienable como los que cita, sino la mejor de las vías para lograr el blindaje de todos ellos.

Resulta curioso el empeño del socialismo español, como el del resto del constitucionalismo, en considerar que el estatuto, utilizando las palabras de Andueza, «une y hace posible que toda la sociedad vasca se sienta reconocida», como si la opinión de quienes pensamos diferente no contara para nada, a pesar de que las fuerzas constitucionalistas en la CAV apenas alcanzan el 25% de representación en la cámara autonómica y que el manido estatuto supera ya las cuatro décadas desde su aprobación sin haberse completado jamás, ni por gobiernos de derechas, ni por los que se tildan de socialistas, con el consiguiente desgaste de buena parte de la ciudadanía que optó por refrendarlo y el subsiguiente descrédito del sistema supuestamente democrático que lo propició.

Acusar a quienes defienden la institucionalización del derecho a decidir de querer meter de rondón el derecho de autodeterminación y la independencia, supone, como sostenía en su momento Ramón Zallo, un intento de desviar la atención sobre lo que de verdad anima tanto a Eneko como a las huestes del PSOE en la CAV y a las del constitucionalismo en general, que no es otra cosa que deslegitimar un posible resultado que no gustaría entre sus filas. Exactamente lo mismo que impulsó a los restos del franquismo a obviar la consulta sobre república o monarquía dentro del texto constitucional, porque, como reveló en su día la difunta Victoria Prego, Adolfo Suárez le reconoció que manejaban encuestas que revelaban la preferencia de la ciudadanía por la primera de las opciones y optaron por no abrir la consulta al electorado. El ejercicio del derecho a decidir, a pesar de lo que se asegura desde ese constitucionalismo heredado de la impune dictadura, nunca ha sido posible en el ámbito de la «democracia» española, por la misma razón que exponía Pepe Mujica líneas arriba. ¿Tiene Eneko, quizás, el mismo problema que los franquistas?

Bajo el título de "EEUU: lo que los oligarcas realmente quieren" (14-2-25), el senador estadounidense Bernie Sanders finalizaba su escrito detallando que «durante los últimos siglos la sociedad decía: establecer un sufragio universal, imposible; acabar con la esclavitud y segregación racial, imposible; conceder a los trabajadores derecho a formar sindicatos y abolir el trabajo infantil, imposible; dar a las mujeres el control de su propio cuerpo, imposible; promulgar leyes para establecer la seguridad social o el salario mínimo, imposible. Pero, como dijo Mandela, todo es imposible hasta que se hace». El derecho a decidir, guste o no a Eneko Andueza, lleva el mismo camino. Tratar de impedirlo a toda costa no solo resulta antidemocrático, sino que, en estos tiempos de incertidumbre política y auge de ideologías que creíamos afortunadamente superadas, resulta más de derechas que el mando del agua fría. ¿Es ahí donde se encuentra cómodo el eibartarra?

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