Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Entre lealtades y responsabilidad afectiva

Como señalan desde la coordinadora Bizitza erdigunean, «no cuidar es un privilegio», y yo añadiría, que no cuidar nos deshumaniza.

Hace unas semanas una amiga se refería a otra persona como leal por el simple hecho de que llevaba décadas con la misma pareja y eso me hizo reflexionar, ya que no teníamos ningún otro dato que avalase el bienestar de esta persona o de su pareja. En el mundo de los emoticonos con corazoncitos, del «te quiero mucho» como frase que pareciese que expresa algo pero que muchas veces es puro aire virtual, porque ni lo sientes, en esta aceleración vital, decir que algo perdura en el tiempo parece cuasi un misterio. Ahora bien, en el marco de las relaciones de pareja el hecho de que una pareja perdure en el tiempo puede que no sea sinónimo ni siquiera de lealtad, en el sentido de compromiso con la otra persona en el buen trato. Por otro lado, no sé si la lealtad se mide simplemente en una cuestión de permanecer años al lado de alguien porque hay muchas formas de permanecer y no todas están vinculadas con la responsabilidad afectiva. Es un término interesante el de la responsabilidad afectiva. La sexóloga V. Dufau plantea que «la responsabilidad afectiva significa tener en cuenta que cada acto tiene consecuencias y una debe hacerse cargo de ellas». A mí me interesa no solo en el marco del poliamor que es donde se origina el concepto, o quizás sí, en el marco de un poliamor en relación con los cuidados a las personas a las que queremos, más allá del marco afectivo-sexual, y como entre los ingredientes a mezclar también estaría el término «lealtad». En los afectos, me gusta más la idea de lealtad que la del amor incondicional. Hace poco una amiga se enfadó conmigo porque no encontró el apoyo incondicional, sin cuestionamiento, que ella esperaba. Siento mucho comunicar que no soy incondicional de nadie, pero leal sí. Lo soy a diferentes personas de mi vida con las que comparto una visión de lo que es cuidar, aunque no siempre me doren la píldora ni suponga aceptar cualquier planteamiento por mi parte o por la suya. Sé que son mi gente, mi familia. Resulta difícil pensar en ser incondicional cuando estamos dispuestas a poner límites, aunque queramos mucho a esa persona, porque querer a alguien no debería implicar incondicionalidad, ni perder la capacidad para poner límites o decidir que pese a lo que podamos querer a esa persona, es mejor alejarnos de ella porque no existe reciprocidad, ni los mismos presupuestos para continuar la relación afectiva.

Qué significa querer o cuidar? Aunque parezca que compartimos, culturalmente, una idea concreta sobre ello, es más bien, una idea general que cuando tenemos que poner en práctica no siempre tiene los mismos significados. Los derechos de conciliación siguen estando entorno a un libro de familia, que a veces no representa a quien queremos o a quien necesita de nuestros cuidados. Los formatos oficiales de la diversidad siguen sin romper con el concepto de familia nuclear, a pesar, de que muchas personas cuidamos a nuestra familia «elegida», personas con las que compartimos nuestro mundo afectivo, y a las que cuidamos y nos cuidan, desde un modelo de cuidados que no solo consiste en tener las condiciones materiales para cuidar una amiga que esté enferma, sino cuidarnos cotidianamente desde cualquier necesidad, pero también por el bienestar emocional que ello nos proporciona. Son unos cuidados que requieren de un mínimo de tiempo, aunque no siempre de presencialidad. Cuidar en el terreno afectivo, a diferencia de cuando hay que solventar las necesidades físicas, es algo que podemos hacer en la distancia, cuando no queda otra opción por las condiciones geofísicas. Sin embargo, en algún momento necesitamos compartir intimidad que desde la distancia suele ser una intimidad un poco ficticia, en algún momento el afecto requiere de presencialidad.

Pensar en la afectividad en todas sus modalidades, no solo en el formato de pareja, implica a las formas a través de las cuales expresamos, evidenciamos el amor a las personas que nos acompañan en la vida y con las que nos comprometemos a esa responsabilidad afectiva. Dicha responsabilidad conlleva una reciprocidad en los cuidados, un compromiso ético, de saber que no me gusta todo de ti ni falta que hace.

Ante las crisis de cuidados, o mejor dicho frente a la obligatoriedad de los cuidados, deberíamos imaginar un modelo más emancipador y no vinculado únicamente con el modelo familiar de consanguinidad o de «libro de familia». Ahora que ya podemos ser familias diversas quizás podamos abogar por dar un paso más allá, un modelo de vinculograma donde se reconozcan que son los vínculos afectivos que construimos lo que nos conducen hacía la responsabilidad de cuidados con las personas con las que nos vinculamos afectivamente y que no necesariamente tienen el reconocimiento oficial de familia. Como señalan desde la coordinadora Bizitza erdigunean, «no cuidar es un privilegio», y yo añadiría, que no cuidar nos deshumaniza.

Otra cosa es qué compromiso adquirimos con las personas a lo largo de nuestra vida, personas a las que queremos y personas a las que no queremos cuidar. Imagínense si a una víctima de violencia se le exigiera cuidar de su agresor. Los cuidados no son una obligación, pero sí una responsabilidad ética que no solo nos interpela en la enfermedad o en momentos de mayor vulnerabilidad sino a lo largo de la vida.

Creo que los afectos, como el deseo sexual, tienen intensidades diferentes. No se quiere a todo el mundo igual, ni siquiera en el terreno de la amistad. Las relaciones afectivas necesitan tiempo, encuentro y desencuentros donde reconocernos. El reconocimiento es un elemento central para cualquier ser humano que, además, suele generar un enorme sufrimiento, cuando buscas que te reconozcan quienes no quieren reconocerte.

Hay gente de la que te acuerdas y lo haces con cariño, pero no hacemos nada por mantener esa relación con otra intensidad afectiva, con cercanía. Aunque estemos a miles de kilómetros podemos hacerlo, es lo bueno de la red. En mi caso, hasta que no abrazo a esas amigas de la distancia como hago con las que están a mi lado en el cotidiano, no me siento en casa.

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