Armando Cuenca
miembro de Aranzadi/Pamplona en Común y Concejal de Movilidad del Ayuntamiento de Pamplona

¿Es de nazis conducir sólo?

No hacen falta «campañas de concienciación»: el desclasamiento y empobrecimiento de los sectores precarios muestra el camino hacia «la ciudad sin coches». Este hecho es ya evidente en la condición de clase, género, edad y origen de las usuarias del transporte público.

Un cartel estadounidense de la Segunda Guerra Mundial mostraba a un señor de clase media-alta conduciendo su coche alegremente y en solitario, con la figura fantasmagórica de Adolf Hitler acompañándole silenciosamente en el asiento del copiloto. El texto decía: «Cuando conduces solo, conduces con Hitler: únete ya a un club de car-sharing». Fue uno de los cientos de pósters que instaron a los ciudadanos a cambiar sus hábitos para sostener el esfuerzo bélico: desde la reutilización de chatarra hasta el ahorro de combustible, pasando por la eficiencia energética en los hogares o el reciclaje de papel. Hasta hubo uno que animaba a la ciudadanía a plantar su propio huerto... ¡Esponsorizado por la multinacional Texaco! Reivindicaciones ecologistas de rabiosa actualidad recogidas en un compendio de obligaciones que en 1941 apuntaban a modificar los hábitos de la gente para, entre sangre, sudor y lágrimas, conseguir la victoria en «El Instante más oscuro».

La dictadura franquista y el Régimen de 1978 han ido imponiendo sus políticas de ahorro energético y movilidad sostenible sin campañas de sensibilización ni procesos participativos. La crisis del petróleo de 1973 provocó la primera reducción de velocidad en carretera (120km/h) en un momento que no había restricciones. La limitación a 110km/h en autopista impulsada por el PSOE se tomó en febrero de 2011, en medio de la guerra de Libia, con la Primavera Árabe en plena efervescencia, y a cinco meses del 15 de mayo que llenó las plazas de indignación. Pretendía rebajar la factura energética, que aumentaba sin cesar en un contexto de escalada de los precios del petróleo.

Por descontado, ambas medidas carecieron de motivaciones medioambientales; el mediocre mando capitalista en esta provincia del sur europeo ha evolucionado poco en cuatro décadas. Tampoco hubo, como intuitivamente cabría suponer, dimensiones securitarias: Pere Navarro –responsable de la DGT en aquel momento– lo ha reconocido. Lo que estaba en juego era, pura y simplemente, la supervivencia del segundo gobierno de Zapatero, ahogado por la deuda pública.

¿Se verá la gobernanza neoliberal abocada a una reducción del consumo de energía a consecuencia del cambio climático, el encarecimiento del acceso a las energías fósiles y la incorporación del peak-oil a los balances contables? Da igual. Amplias capas de la poblaciones occidentales ya están renunciando a la apoteosis motorizada de la libertad individual contemporánea: el vehículo privado. No hacen falta «campañas de concienciación»: el desclasamiento y empobrecimiento de los sectores precarios muestra el camino hacia «la ciudad sin coches». Este hecho es ya evidente en la condición de clase, género, edad y origen de las usuarias del transporte público.

Así las cosas, y en paralelo a ese proceso por el que una mayoría silenciosa de la población está viendo reducido su acceso al coche, el Gobierno del Cambio de Pamplona titubea con el carril bici de Pío XII, o con el proceso de Amabilización del Casco Antiguo y el Ensanche, esta última una intervención con restricciones al coche, cambios de dirección en algunas calles, un carril bici de unos cientos de metros y la ampliación de aceras.

En lugar de enfrentarse de manera alegre y honesta a una campaña beligerante, de poner en valor la ganancia en calidad de vida para el vecindario –especialmente para las personas mayores–, de sostener a los comercios que han dado un pequeño paso al frente y han apostado por la movilidad sostenible, en lugar de confrontar modelos ideológicos... se opta por el «hemos venido a gobernar para todos». Ese marco progre tiene cada vez menos recorrido ante una derecha –y ultraderecha– que, como estamos comprobando a escala continental, tiene mucho más claras las palancas y las lógicas internas de las guerras culturales. No hay que gobernar para todas las personas: hay que gobernar para las de abajo y luego, pero solo luego, para las demás.

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