Es lo que hay (¿?)
Esta odiosa frase, en mi personal consideración, que cada vez se oye más como si fuera un mantra de conformismo total o resignación con lo que nos imponen y quieren que aceptemos sumisamente, normaliza la indolente postura de una gran parte de la sociedad ante la que está cayendo.
Refleja en la mayoría de las ocasiones la pasividad o falta de compromiso para al menos intentar revertir con lo que no estamos de acuerdo o no nos parece justo, admitiendo todo aquello a lo que nos someten a pesar del desencuentro con nuestras conciencias.
Desgraciadamente, es la postura que están logrando que adopte una gran parte de la sociedad actual. Cierto es que han cambiado muchos aspectos en nuestras vidas y que su velocidad ha superado nuestra capacidad de adaptación y asimilación, llegando a desactivar e incluso bloquear conciencias y voluntades por el convencimiento inducido de que por mucho que hagamos nada vamos a conseguir. Pero tampoco es menos cierto que cuando nada se hace nada se consigue.
Todos los derechos y avances en favor de la democracia e igualdad han sido obtenidos a través de luchas y con mucho sufrimiento y sacrificios por parte de algunos. La desigualdad en las fuerzas ha sido permanente, el control de los medios de comunicación y la dispar sonoridad de los altavoces del poder con los del pueblo más que notable, pero con todo se ha peleado tanto en los foros apropiados como en la calle. Las demandas vitales y reales de las personas continúan estando presentes: vivienda, justicia, trabajo, sanidad, educación, servicios asistenciales, etc. Y difícilmente vendrá alguien a ofrecer soluciones si no existe presión en su exigencia, entre otras muchas más cosas, porque desde sus atalayas y despachos no las visibilizan ni son sensibles a estas necesidades.
Sin superar el conformismo es imposible una transformación en la sociedad, máxime en contextos de incertidumbre o en escenarios como los actuales, dónde la rapidez de los cambios es fulgurante y la incidencia de las plataformas digitales e información, sobre todo en las nuevas generaciones es determinante, llegando a modular comportamientos, hábitos e incluso conciencias, formas de pensar y la propia e inherente rebeldía transformadora en los jóvenes.
Hemos pasado en relativamente corto espacio de tiempo del pensamiento crítico al condicionado o dirigido, e incluso a dejar de pensar, y es sabido que cuando dejamos de practicar esta saludable costumbre nos exponemos a lo que nos encontramos en el viciado aire que respiramos. Curiosamente, cuando de más información se dispone o mayor es la sensación de seguridad y progreso más incertidumbres sobrevuelan en la sociedad acerca del futuro, y más incógnitas se acumulan en la reflexión de si la trayectoria y dirección de hacia dónde nos dirigimos es la adecuada o si el camino por el que transitamos es el correcto.
A pesar de los avances en materias científicas, tecnológicas y otras, tengo dudas si existe correspondencia con el desarrollo humano, o si su progreso mental y capacidades para entender las necesidades del hábitat y las de los pobladores con los que nos ha tocado compartir nuestras vidas, se nutren de intereses comunes.
La creencia de que son otros los que nos deben facilitar la solución a nuestros problemas se ha instalado en una gran parte de la sociedad y sobre todo en los más jóvenes. Les cuesta asumir responsabilidades o riesgos. Consideran que las tecnologías o la propia sociedad les debe proteger, se intentan acomodar al paternalismo subsidiado por el Estado, pero a su vez en las antípodas de lo que se pudiera considerar socialismo.
El individualismo y la falta de conciencia comunitaria es otra más de las señas de identidad que han venido para quedarse de no mediar una catarsis en los comportamientos y forma de entender de que a pesar de que las circunstancias cambien, los valores y principios de los derechos e igualdad deben permanecer inalterables. El objetivo de mejora de vida y convivencia en paz y democracia plena para todas debe seguir siendo innegociable.
Eludir responsabilidades o mantenernos pasivos ante las injusticias y desigualdades no solo nos hace cómplices de los que pretenden imponer sus abusos, sino que también nos inhabilita para poder ser críticos con la actual deriva social.
No podemos plegarnos ni dejarnos intimidar, por lo que las corrientes neoliberales y neofascistas intentan trasmitirnos de que solo existe una alternativa: aceptar y someternos a sus dictados o el caos. Hay salida, siempre la ha habido, y no es otra que confrontar su manipulación y totalitarismo.
Porque, no «es lo que hay» sino lo que nosotros permitimos, queremos o hemos querido tener.
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