Joseba Pérez Suárez

Esos ataques de ética…

En disposición, como estábamos, de vivir una nueva campaña electoral sin demasiadas emociones fuertes, al margen de la «cruenta» batalla que libran, más allá del Ebro, sanchistas y ayusistas (quizás Feijóo no pase de mero convidado de piedra) por el sillón monclovita, se colaba de rondón lo que ha devenido en asunto estrella de las últimas semanas. El manido monotema convertido en eficaz muletilla para tantas y tantas candidaturas con poco que comunicar y exceso de compromisos de los que desviar la mirada. Capote con el que marear a la ciudadanía en pleno período de incómoda rendición de cuentas y excusa perfecta para evitar engorrosas explicaciones sobre cuestiones sanitarias o habitacionales, por poner dos simples ejemplos. El repaso de ciertas listas electorales proporcionaba un valiosísimo e inopinado pretexto para esquivar el lógico debate «localista» y centrar las miradas en ese enorme elefante blanco que lo mismo sirve para un roto que para un descosido.

De repente, todo el espectro electoral se ha visto sumido en profundos ataques de ética, que traen a la mente el famoso aserto: «dime de qué presumes y te diré de qué careces». Hemos digerido, en nuestro pequeño país, esos sermones del circunspecto lehendakari, lo mismo que del campechanamente faltón presidente del EBB, sobre la ética o, precisamente, la falta de la misma en la elaboración de listas que incluyen a personas condenadas, en su día, por terrorismo. Y podríamos dar por bueno el análisis que tanta gente, de todo tipo, hace sobre si la decisión de excluir de las listas de Bildu a las dichosas siete personas condenadas por delitos de sangre, tiene más que ver con una reflexión ética de la parte «sortuzale» de la coalición o con un mero cálculo electoral sobre una decisión, a mi modo de ver, netamente ignominiosa; no habríamos descubierto América, precisamente. Ahora bien, qué duda cabe que tampoco podemos obviar que quienes más han alimentado la hoguera que incendia esta campaña son, precisamente, quienes llevan décadas ocultando bajo la alfombra toda la similar y pestilente basura con la que conviven despreocupadamente. Ni más, ni menos que quienes, desde posiciones supuestamente abertzales y sin cuestionamiento ético de ningún tipo, dan cobertura institucional, compartiendo mesa y mantel gubernamental en Ajuria Enea, a una formación que creó, en su seno y con nuestros impuestos, toda una banda terrorista similar a la que critican. Formación a la que nunca jamás le han pedido idéntica reflexión ética, ni, mucho menos, colaboración en la investigación de sus desmanes. Formación que desde la propia omertá de su cúpula dirigente, la desinteresada colaboración de las huestes de la gaviota y una eficaz y franquista Ley de Secretos Oficiales, se encarga de mantener en la más absoluta impunidad todo aquél cúmulo de salvajadas cometidas. Tropelías, aquellas y tantísimas otras desde la muerte del dictador hasta la fecha de hoy, sobre las que nunca ha existido, por parte del constitucionalismo, voluntad alguna de investigar. Algo lógico en un estado en el que existen violencias perseguibles y otras que no lo son tanto, o incluso no lo son, dependiendo del criterio moral de quien tiene la sartén por el mango en cada caso. Lecciones de ética, por tanto, las justas y menos en una campaña electoral que, como cualquier otra, no resulta el mejor escenario para realizar alarde alguno de sinceridad.

Transcribo literal: «mientras estos socavaban el sistema por la puerta de atrás, otros trataron de imponer, con terrorismo, una dictadura sangrienta, dejando un reguero imborrable de más de 850 muertos, centenares de heridos, viudas, huérfanos, familias rotas, secuestros, extorsiones, destierros forzados y miles de vidas destrozadas» (Isabel Díaz Ayuso, en referencia al gobierno de Zapatero y a ETA / 18-5-23). Diría yo a la presidenta madrileña que, si dejando la frase como está, añadiera tan solo otros tres ceros… por la derecha (también es casualidad) a la cifra de muertos, tendríamos una descripción muy, muy cercana a lo que fue el franquismo. Pero ya entiendo que eso ni le quita el sueño a la baronesa popular, ni le provoca ansias ilegalizadoras de aquello que levemente trata de acotar una Ley de Memoria Histórica cuyo cumplimiento tampoco parece contarse entre sus prioridades. Quizás porque temo que entre el constitucionalismo, como entre el sano regionalismo vasquista, nunca ha quedado clara la diferencia entre la ética y la estética. Y va siendo hora, digo yo, de ir aclarando conceptos.

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