Especulación: donde siempre pierden los que no apuesta
Habiendo nacido allí, sigo con especial atención las “novedades” del municipio Donostiarra, que, con sinceridad, en la última década, no son como para “fardar” Tenemos-tienen un gestor que, con sus hábiles negociaciones, está consiguiendo “reverdecer” las hazañas de otro fenómeno -ya extinto- llamado “Ruiz Mateos”.
Mientras, el debate político, encauzado como siempre a la defensa y mantenimiento de las posiciones partidistas impregna todos los ámbitos de la sociedad –incluso los que dicen vivir al margen– se viene gestando un estado de cosas, una red de poderes “cruzados” a la que cuando algunos consideren llegado el momento de hacer frente, -con las herramientas adecuadas– puede ser lamentablemente tarde, muy tarde.
Me estoy refiriendo al ejercicio del ultraliberalismo actual. Este sistema es hoy un régimen político asumido –para muchos– incluso el único posible y lógico en estos tiempos. Y ello, a pesar de que aun siendo presentado bajo algunos refinamientos formales, no es difícil aflorar su carácter.
Un método más refinado y efectivo que cualquier tiranía institucional, ya que no necesitan de golpes de Estado ni guerras civiles para imponerla. Al contrario, la instauran en un formato de apacible normalidad democrática.
Analizando la situación, algunos pudieran llegar a la conclusión de que la razón del actual estado de cosas, es consecuencia de que la economía, el poder económico, ha superado a la política y maneja sus hilos en la sombra.
Evidentemente, esta “neurosis” no es otra cosa que el resultado de la sistemática destrucción del empleo, del desmantelamiento de toda política social, de la pérdida de toda perspectiva de futuro para el creciente número de personas que – incluso en los países ricos – cae en el infierno del desamparo.
Este sistema ultraliberal, con su fatal ejercicio, nos muestra cómo mientras algunas empresas crecen más cuantos más trabajadores despiden, otras desaparecen, convirtiendo el trabajo en un residuo, en una fuerza condenada a permanecer pasiva. A permanecer pasiva dentro del mercado globalizado, frustrando las expectativas de progreso de millones de personas.
Ya no se trata tan solo de la destrucción del estado de bienestar, sino el riesgo de desaparición de muchas de las profesiones tradicionales.
Este sistema ultraliberal –que orada todo modelo en democracia– tiene su propio punto ciego: el del capital especulativo. El que hace a las empresas crecer en La Bolsa, y no por lo ricas que ya son, sino por sus perspectivas de riqueza.
Esta “circulación fantasma” del capital, solo tiene en cuenta el beneficio privado, dejando a los Estados como entidades que pierden poder político y económico para llevar a cabo cualquier forma de redistribución social de las ganancias.
Obligando con su permanente presión y represalias sociales, -pregunten en REPSOL- a que sea el Estado quien sufrague –con el bolsillo de los contribuyentes– las irreparables consecuencias de la insaciable avaricia del sector especulativo-financiero.
Tanto es así, que hasta la misma pensión de los jubilados –con una tendencia a entregarse en manos de la banca privada– pudiera terminar dependiendo de las cotizaciones de La Bolsa.
Es así como queda patente, la falsedad de que el liberalismo económico favorece a las personas y es el mayor generador de empleo y riqueza.
La aparente desaparición de lo político procede, de hecho, de una voluntad política exacerbada que reclama llevar al extremo esta actividad. Voluntad y actividad política al servicio de la omnipotencia de la economía privada, que, con la etiqueta casta y tranquilizadora de “economía de mercado”, se sirve de pantalla a una economía dominante, cada vez más puramente especulativa.
Una economía virtual, cuya única función es propiciar la especulación y sus beneficios obtenidos de “productos derivados”, inmateriales, donde se negocia lo que no existe.
Todo esto tiene un resultado: beneficios inmensos en un tiempo récord, para más tarde – y también en un tiempo récord – el fracaso absoluto.
El ultraliberalismo, cuando dice pretender hacer economía, solo hace negocios. Y cuando dice pretender hacer negocios, solo hace especulación.
Como consecuencia del ejercicio de este sistema salvaje, los trabajadores viven atados de pies y manos, solo les queda “adaptarse”. Adaptarse al hecho establecido, a las “fatalidades” económicas y sus consecuencias. Como si la historia hubiera llegado a su conclusión, como si fuéramos parte de una época bloqueada para siempre.
Adaptarse a la economía especulativa, a los efectos del paro, a su descarada explotación. Adaptarse a lo que llaman competitividad, razón y causa directa de la bárbara siniestralidad laboral, con muertos baratos, empresarios protegidos y gobernantes eunucos. Es decir, al sacrificio de “todos los demás”, con el único objeto de obtener la victoria de un explotador sobre otro.
Adaptarse a las deslocalizaciones anárquicas, a las fugas de capitales, a las bondades del fraude fiscal, a las desregulaciones, a las fusiones leoninas o a las especulaciones delictivas. Aceptando todo ello, como lo más normal del mundo.
Así pues, vivimos en un sistema en el que rige una idea fija: la posesión y acumulación de bienes. Pero no vinculada, como hasta hace poco, a posesiones tangibles, a operaciones con activos reales, sino a las fluctuaciones virtuales de la especulación. De eso que no son otra cosa que verdaderas apuestas, macabras apuestas, donde siempre pierden los que no apuestan.
Es, pues, un sistema corrupto, con vigencia en países corruptos, que dan cobijo a muchos políticos, banqueros y empresarios corruptos.
La especulación, un sistema donde siempre pierden los que no apuestan.