Juan Carlos Pérez

¿Europa sin Padrino?

Es realmente complicado lamerle las botas al jefe en todo momento y condición cuando uno ha sido socializado en un entorno en el que no solo tienes un cerebro y una cabeza para llevar la txapela a «mediolao», que, dicho sea de paso, también, sino para pensar por ti mismo. Una situación en la que el jefe de la tribu blanca dice «migrantes fuera de las nuevas Américas», pero él no piensa regresar ni a Alemania ni a escocia donde su familia salió, hace no tanto, o que dice que el inglés es la única lengua oficial, marginando a las demás, cuando en este lado del charco se usan esos argumentos por algunos que adoran al nuevo ídolo americano sobre el español frente a las lenguas de los nativos de lo que viene siendo la para algunos llamada madre patria. Deben acomodar su discurso a sus necesidades, pero se les ven las costuras, no pueden evitarlo.

Estados Unidos no puede ser dividido en buenos y malos porque es una democracia, por lo menos hasta ahora. Otra cosa es el virus del autoritarismo, que tampoco es nuevo, y algunos lo vincularán con un partido u otro, pero eso trasciende y va de una colectividad de seguidores de un yogui en Oregón en los 70 y 80, de lo que sucedió en Waco en 1993, y muchas historias que pudieran trascender a lo conocido con el internamiento de los japos en la Segunda Guerra Mundial cuando estaban propiciando un futuro libre para el país nipón cuando la contienda terminó. No, los demócratas no son la secta de los davidianos ni buscan niños para cosas como la isla de Epstein, donde estuvo Trump y algunos de sus amigos. La conspiranoia, en plural, no debe permear, como pudo hacerlo con el Tea Party, pero sin duda es pilar fundamental a través de Qanon de Trump. Los países tienen intereses que trascienden los líderes actuales, y eso se verifica también en la manera en que se encauzan esas «necesidades» y como se enfocan. Y sobre esa base se acaba conformando un relato en el que lo binario, buenos y malos, prevalece, pero luego te surgen casos donde hay más partes y eso a algunos no les gusta. Y buscan meter la figura cuadrada en el círculo a martillazos. Debe entrar.

La Unión Europea no nace para fastidiar a Estados Unidos, evidentemente. Nace por una necesidad histórica y un camino largo y proceloso en el que hubo en el siglo XIX incluso una olvidada Unión Latina, entre Italia, Francia y España, llegando a acuñar moneda común. Se pudiera ir al rapto de Europa, a la epopeya de los 300 o a Victor Hugo o Immanuel Kant, pero los conspiranoicos gustan de Coudenhove-Kalergi, un príncipe japo-austro-húngaro, que ante la tragedia de la pérdida de dicho estado confederal de la armonía de los pueblos, pensó en trasladar esa esencia perdida a una paneuropa por construir. Y tras la segunda grande dicen que la unión de Europa se hizo por el plan Marshall para garantizar seriedad y pago pronto en una estructura que para algunos fue el germen de la actual UE. O EEUU crea la UE o la UE se crea para destruir EEUU, ambas a la vez, pues imposible, y la verdad, ni una ni otra. Los países de Europa tienen intereses, cómo no los van a tener tras siglos de historia. Las continuas guerras de las que la gente se ha olvidado tampoco deben hacer caer en un eurocentrismo donde fuera era una arcadia feliz. Memorias selectivas no, gracias. Y como UE hay deficiencias y déficits, de un estado federal o confederal en construcción, y que, como la truncada pirámide del dólar, quizás nunca llegue a estar completa del todo. Pero es nuestro camino, no el de los demás.

Rusia tiene sus intereses. Y algunos gustan de coger esta parte y olvidar otras, como en 1984 de Orwell, donde se dice que Oceanía jamás ha estado en guerra con Estasia, sino con Eeurasia; cuando hasta ayer se decía que era justo al revés, pero Winston, entre otros, tiene la misión de cambiar el pasado para el gusto del presente y tener poder sobre el futuro. Esa URSS que luchó contra el tratado de Versalles, contra el orden establecido, como hace ahora EEUU, con Trump. Es un asunto no de derechas o izquierdas, porque los ortodoxos del régimen que dan el golpe de Estado de agosto de 1991 eran tildados de conservadores. Stalin fue «amigui» de Hitler dos años, hemerotecas. Y el gran juego es lo que ahora tal vez quisiera repetir Trump con Putin, pero el mundo ha cambiado. Y saber identificar el mundo en el que se vive es esencial. No sabemos lo que nos pasa y eso es lo que nos pasa, decía Ortega y Gasset. Nixon y Kissinger son idolatrados por el señor zanahorio, ese que todo lo hace bien, salvo cuatro cosillas. El mundo en el que Nixon viaja a China es distinto del de hoy, y la plantilla de aquella diplomacia triangular es inviable hoy, a poco que uno quiera ver lo que existe y dejarse de cuentos, sí, chinos. La obsesión de Putin por contender contra Europa y contra sí mismo es un error que lo pagará. Y si Trump insiste en este «renque» también lo pagará. Sus países. En el mundo del cambio climático, la geopolítica cambia. Algunos insisten en quedarse obsoletos, aunque su dialéctica parezca nueva. ¡Ah! Por cierto, el enfoque de Trump no es realista frente al idealismo clásico. Busquen otro nombre, porque por algo Teddy Roosevelt está en el monte Rushmore, y Trump jamás lo va a estar. Antes creíamos que estaba claro porque luchábamos, esos principios que filmó Ford o Capra en la IIGM, los discursos de JFK y Reagan frente al muro. Esto es otra cosa. Y la infección ha afectado a quien debiera ser el arsenal de la democracia. Y todo eso se expurgó frente a un busto de un Churchill a quien jamás le hubieran hecho a Zelenski, por lo que no queda otra que bajar el telón, e iniciar un nuevo cuento en el que de este lado del mundo seamos los letristas y conductores de nuestra propia historia. Alea jacta est.


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