Fátima Andreo Vázquez
Ex parlamentaria de Podemos-Ahal Dugu

Europeístas

A mí me tocó, por ejemplo, defender esta postura cuando nos manteníamos a favor de que no ondease la bandera europea en el parlamento de Navarra (ahora ya lo hace a pesar de que no han mejorado las circunstancias). Porque la gestión en el tema de las personas refugiadas es una auténtica vergüenza.

Recientemente el PSOE ha sido tildado de antieuropeísta por posicionarse, tímidamente (se van a abstener,) en contra del CETA, el acuerdo de libre comercio con Canadá. A Podemos, por su parte, se le ha tachado de lo mismo por tener una posición claramente en contra de un tratado que supone una liberalización del mercado que, como siempre en estos casos, lo más previsible es que beneficie a las grandes empresas y perjudique a las PYMES y la ciudadanía.

Descalificaciones que son el recurso fácil cuando no apruebas determinadas políticas.

El problema hasta ahora en Europa es que las decisiones se han tomado bastante fácilmente con el acuerdo de los dos grandes grupos del parlamento europeo: el popular y el socialista. Ellos, que han sumado con comodidad la mayoría absoluta, junto con el Consejo de Europa, formado por los jefes de gobierno, también pertenecientes a estos dos grupos, y la Comisión Europea, han llevado a Europa a lo que es hoy: un espacio de libre comercio y circulación de personas (europeas), donde cada vez están más presentes las políticas económicas liberales (recortes en gasto público, ayudas para bancos privados, reducción de derechos laborales, aumento de impuestos indirectos y descenso de los progresivos, falta de actuaciones contundentes contra los paraísos fiscales) y la insolidaridad con los de fuera.

De esta manera, se ha favorecido claramente el fortalecimiento de partidos que sí que se posicionan como antieuropeístas, y que relacionan el empeoramiento de las condiciones de vida de una mayoría de la población europeo con este tipo de políticas. Y se ha propiciado el Brexit.

Otros partidos, sin embargo, lo que buscan no es salir de la Unión Europea, sino cambiarla de cara a que defienda el bienestar de la mayoría de la población europea, que ha empeorado su situación en los últimos años a favor de la de los más ricos. Y recuperar el espíritu de defensa de los derechos humanos que en otras épocas definió este espacio: que se permita la entrada a esas miles de personas a las que, sin comerlo ni beberlo, les ha caído una guerra en su territorio o una situación en la que el futuro no es posible.

Ante esta Europa, quienes conceden los carnets de europeísmo (los mismos que dan los de patriotas a quienes portan determinadas banderitas en los relojes y a la vez esconden sus bienes a buen recaudo de las haciendas) se lo niegan a quienes estamos por cambiar lo que no funciona. Si protestas, es que no quieres Europa.

A mí me tocó, por ejemplo, defender esta postura cuando nos manteníamos a favor de que no ondease la bandera europea en el parlamento de Navarra (ahora ya lo hace a pesar de que no han mejorado las circunstancias). Porque la gestión en el tema de las personas refugiadas es una auténtica vergüenza. Y además es descorazonador que venga de países que han exportado personas perseguidas durante décadas debido a las mismas razones por la que hoy otras acuden a nuestras fronteras. Denunciar este comportamiento por parte de países que se encuentran entre los más ricos del mundo es una obligación por parte de cualquier persona decente. Y eso hacen muchas de nuestras conciudadanas en actos como los del pasado día 20, día internacional de las personas refugiadas. Y esto opinaba el 82% de la población española, que siente que el Gobierno debería estar haciendo más por ayudar a los refugiados y consideran insuficiente su actuación, según una encuesta realizada el año pasado por Amnistía Internacional.

Todo lo anterior nos revela que la UE no se encuentra en su mejor momento de credibilidad y aceptación por parte de quienes formamos parte de ella, 60 años después de su creación. Que somos muchas y muchos quienes pedimos una Europa más justa y solidaria. Y que, por tanto, no entendemos que se le conceda un premio como el de Princesa de Asturias a la Concordia a una institución que lo que requiere son cambios importantes y no reconocimientos a una labor tan cuestionada en estos momentos. Por culpa de las políticas con(tra) las personas refugiadas han muerto o desaparecido 15.378 personas intentado alcanzar nuestras fronteras desde 2012 y cientos de miles se hacinan en campamentos con unas pésimas condiciones de vida. No hay motivos para los premios y sí para los cambios, si lo que queremos es que este invento perdure.

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