Marta Abiega

Euskadi, quédate y cuéntalo

A las personas que sobran las obligamos a coger pateras o a dormir en contenedores que no son hoteles estrellados.

Euskadi, quédate y cuéntalo» fue el eslogan de la campaña del Gobierno Vasco para impulsar el turismo en 2020. Parecería que fuera un eslogan a favor de la acogida pero, lamentablemente, nada más lejos. En realidad tenía como objetivo alargar el tiempo de estancia del turismo, ese ente funcional al sistema, que ocupa hoteles estrellados y restaurantes con estrellas.

El titular de la noticia dice “Un migrante de 20 años extutelado es el fallecido en un contenedor en Bilbao”, y añado yo, la ciudad de los valores.

Escribo desde la tristeza y la indignación, pero no son suficientes.

Esta muerte es el resultado del racismo institucional, un racismo piramidal que comienza en el Ayuntamiento de Bilbao, un ayuntamiento de los valores que recurre a la arquitectura hostil para evitar que las personas sin techo tengan, ni tan siquiera, unas canchas donde pasar la noche al resguardo de la lluvia. Verjas en Melilla, verjas en Atxuri.

Ese racismo institucional continúa con la Diputación de Bizkaia que tuteló al joven hasta los 18 años para, posteriormente, arrojarlo a un contenedor.

La pasada semana iba a venir a un aula del instituto donde trabajo una alumna de origen ucraniano. El alumnado escribió en la pizarra la palabra «bienvenida» en ucraniano, euskera y castellano. «Todas las bienvenidas son deseables, absolutamente todas» fue mi comentario.

Un amigo camerunés que conocí en la acogida de barrios de 2018 me habla con dolor y un punto de indignación de la diferencia tan evidente que se da en la acogida de las personas ucranianas respecto a la experiencia, también institucional pero no solo institucional, que han vivido ellos. «¿Nosotros tuvimos suerte?» me pregunta recordando la acogida del verano de 2018. «Sí», le digo, «dentro de la mala suerte de tener que abandonar vuestros países, tuvisteis un poco de suerte porque, aquel verano, los barrios de Bilbao nos avergonzamos de nuestras instituciones, del abandono total hacia cientos de personas que llegaron a nuestra ciudad y, desde nuestro privilegio, decidimos acoger».

He vuelto, una vez más, a oír el temido argumento de los ecofascistas, ese de que somos demasiadas las personas que vivimos en este planeta y de que no hay forma de alimentarnos, ese de que hay personas que sobran, ese que tanto miedo da. A las personas que sobran las obligamos a coger pateras o a dormir en contenedores que no son hoteles estrellados.

Pero la tristeza y la indignación no son eficaces, la compasión sin acción conduce a la indiferencia. Tenemos que recuperar la solidaridad de clase e incrementar las iniciativas de acogida que surgieron desde los barrios a través de los espacios autogestionados. Han de convertirse en herramientas de lucha contra estas políticas institucionales racistas, clasistas y ecofascistas porque, solo el pueblo salva al pueblo.

El cuatro de mayo, una madre perdió su hijo, una ciudad perdió el derecho a llamarse «ciudad de los valores». Ayer, 4 de mayo, todas las bilbaínas morimos en un contenedor de basura. No era nuestro hijo, no era nuestro hermano pero era nuestro vecino y no supimos acogerle. ¿Hay algo más triste e inhumano que morir en un contenedor de basura?

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