Víctor Moreno
Profesor

Eutanasia, un derecho

Lamentablemente, siguen confundiendo eutanasia con eugenesia, con cuidados paliativos, con suicidio asistido y con un sinfín de términos que solo pretenden confundir al ciudadano

El 24 de marzo de este año entró en vigor la Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia. Lo primero con que me topé fue la protesta de algunos médicos, debida a que los políticos no los habían consultado «en una ley que involucra a la profesión médica», y, sobre todo, porque «dicha ley, no solo contradice el código deontológico, sino que la eutanasia no es medicina». Solo dos apostillas. Primera, si tuviese que recordar todas las leyes educativas que los políticos han elaborado desde 1970 hasta hoy y que en ningún momento consultaron al profesorado para su elaboración, ocuparía media página de este artículo. Se supone que estos médicos tendrán en los partidos de derechas a sus representantes en la cámara y deberían admitir que, si la ley ha sido aceptada democráticamente por el Parlamento, eso significa que, en su habitual lógica, representa la opinión de la sociedad española, incluidos los médicos. Segunda, si la eutanasia no es medicina, aunque para algunos sea la mejor para terminar con una enfermedad terminal incurable, ¿a qué darse por aludido como médico? Si como tales médicos jamás intervendrán en una eutanasia, porque se lo prohíbe su código deontológico y su conciencia, además de Dios, ¿por qué sufrir tanto por una ley que no les obliga? Se trata de un derecho; lo tomas o lo dejas. Su protesta tendría sentido si dicha ley fuese obligatoria como lo fue la esterilización que impusieron ciertos Estados durante los años veinte en Europa y en EE.UU, aplicada a criminales, tarados físicos, sifilíticos, tuberculosos, anormales… incluso a miopes. Estamos acostumbrados a condenar el régimen nazi por aplicar esta «degradante eugenesia» –que actualmente el cardenal Reig Pla confunde con eutanasia–, pero antes que el carnicero Hitler fueron tablajeros eugénicos Churchill y Roosevelt, entre otros políticos, y Estados socialdemócratas como Suecia, Dinamarca, Finlandia y algún cantón de Suiza.

Es cierto. El encontronazo entre médicos y eutanasia viene desde muy lejos, pero, limitando ese tiempo del dolor incurable al siglo XX, digamos que las dos palabras más utilizadas en el terreno divulgativo, científico y social, durante los años de la dictadura de Primo de Rivera y de la II República fueron «eugenesia» y «eutanasia». Ambas fueron defendidas por el movimiento liberal europeo y repudiadas por la Iglesia y el conservadurismo político. Este se decía defensor de la ciencia, pero desde el primer momento se posicionó en contra de la eugenesia como de la eutanasia, lo mismo que contra el aborto.

Y lo hizo tanto si el aborto y la esterilización tenían carácter obligatorio como opcional. En ambos casos, se atentaba contra Dios. El aborto era un crimen contra el derecho natural y la «esterilización obligatoria» transgredía la libertad individual, lo que era cierto. Pero estos conservadores liberales no reparaban en que, al oponerse al aborto y a la vasectomía voluntarios, se oponían a la libertad individual de abortar o esterilizarse, lo que dejaba en muy mal lugar su cacareado carácter liberal. Lo mismo sucede con la eutanasia actual, pues su decisión pertenece a la esfera de la libertad individual del sujeto, esencia del liberalismo.

La defensa de la eutanasia tuvo su punto importante en 1927, con la publicación del libro del doctor Novoa Santos, “El instinto de la muerte” (1927). En él se habla sin estridencias del «deber de morir y del derecho a disponer de la vida». Su declaración fundamental era que «toda criatura tiene derecho a disponer de lo único que naturalmente le pertenece, que es su personal existencia; pero que nadie puede disponer de la existencia ajena, ni siquiera en nombre de los viejos símbolos, tan caros aún a mucha gente».
Al año siguiente, su defensor fue el jurista Luis Jiménez Asúa con su libro “El derecho a amar y el derecho a morir”. Derecho, nunca obligación. El libro, en uno de sus capítulos, reproducía varios casos de eutanasia en enfermos terminales llevados a cabo en distintas ciudades europeas.

La prensa de derechas se lanzó en picado contra el contenido de ambos libros. Los argumentos utilizados, los de siempre. Incapaces de escaquearse de los rígidos moldes de la moral católica sobre la eutanasia, sostuvieron que se trataba de un crimen, de un homicidio, de un suicidio asistido, de un atentado contra Dios que era quien decidía cuándo uno debía morir. Y, por supuesto, un ataque frontal contra la conciencia del galeno. Las izquierdas apelaban a la piedad, a la misericordia, a la compasión ante el dolor de un enfermo terminal y recalcaban el carácter voluntario, nunca obligatorio, de dicho acto. Virtudes evangélicas que, al ser defendidas por ateos, comunistas y masones –aunque en su mayoría creyentes–, serían reducidas a muestras repugnantes de cinismo.

Uno pensaba que la argumentación actual de las derechas contra el derecho de las personas a acogerse de forma voluntaria y consciente a la eutanasia había progresado adecuadamente con respecto de quienes los precedieron en este menester dialéctico. No esperaba que la apoyaran, pero sí que sus razones se hubiesen sacudido los rancios tópicos de los médicos conservadores que escribían en “El Debate”, “Abc” o “El Siglo Futuro”.

Lamentablemente, siguen confundiendo eutanasia con eugenesia, con cuidados paliativos, con suicidio asistido y con un sinfín de términos que solo pretenden confundir al ciudadano. No soportan que las personas tengan reconocido el derecho a morir cuándo y cómo deseen. En esto demuestran que su cacareado pensamiento liberal es una mierda. Y mucho peor: que su código moral, avivado por un pensamiento religioso integrista, está por encima del Código Civil.

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