Oskar Fernandez Garcia

Excusatio non petita, accusatio manifesta

Los faustos organizados el pasado fin de semana en torno a la capitalidad europea de la cultura Donostia 2016, y concretamente el desarrollado el sábado a la tarde en las orillas del río Urumea limítrofes al puente de María Cristina y en el mismo puente, revelan con claridad meridiana el concepto tan mercantilista, populista y políticamente tan sesgado que tienen los responsables del mencionado municipio sobre la cultura y la convivencia.

El acto central de apertura de la capital europea de la cultura -que tanta expectación había generado entre la ciudadanía, y que los medios de comunicación habían difundido machaconamente a los cuatro vientos como un evento a no perderse bajo ningún concepto- no solo fue absolutamente incapaz de generar un mínimo de entusiasmo y de comprensión de lo que allí acontecía, sino que se llevó por delante –diluido en las asombradas aguas del Urumea y en el atónito aire del Cantábrico– el 55% del presupuesto asignado a las actividades inaugurales. ¡La escalofriante cifra de 660.000 euros!

El espectáculo «multimedia» concebido como una narración simbólica en la que se recreaba la construcción de un puente y que según su creador Hansel Cereza iba a «emocionar desde el primer minuto hasta el último» –mediante la puesta en escena del trabajo de cientos de personas voluntarias, que participaban en la teatralización de la edificación imaginaria de «El puente de la Convivencia»– no pudo ser comprendido por la inmensa mayoría de las personas que en directo seguían el evento por la disposición de los figurantes en el escenario gigante. Solo aquellas que seguían la retransmisión televisiva pudieron alcanzar su significado, no por lo que veían y escuchaban, sino por las explicaciones que daba el director del Programa Cultural de Donostia 2016, Xabier Paya, que no dejó de hablar, prácticamente en ningún instante, dado el nivel de conceptualidad tan abstracto con el que se había diseñado el evento. Constatando de esa forma un error o fallo estructural de todo el proyecto. Ya que resulta inconcebible, que ante un espectáculo audiovisual, haya que estar constantemente dando explicaciones, durante todo su desarrollo y puesta en escena, para que pueda ser entendido.

Se ha intentado dar explicaciones de todo tipo, tanto por parte de autoridades locales, provinciales, directores… ante la evidente «decepción y cabreo». Se ha pedido «disculpas a la ciudadanía por no haber conseguido una inauguración adecuada». Se han asumido «algunos fallos técnicos» e inclusive el regidor de la ciudad, el Sr. Eneko Goia, recurrió al argumento de que «lo fácil hubiera sido echar media hora de fuegos en la Concha». Se supone que no era en absoluto consciente de lo que implícitamente pudiera estar sugiriendo sobre la población: o bien que ésta era incapaz de disfrutar con un evento que no fuese pirotécnico o que dado el grado de innovación y conceptualización de la propuesta no ha sido capaz de disfrutarlo. En ambas situaciones, desde luego, que no se da precisamente una idea elogiosa sobre sus conciudadanos, sino más bien todo lo contrario.

Sin lugar a dudas esa situación tan rocambolesca tiene su origen en los dos conceptos: convivencia y cultura, que de forma nada creativa ni imaginaria y mucho menos lúdica y atractiva los poderes públicos han intentado, de manera increíblemente forzada y retorcida, encajar y enlazar en un solo evento. Reduciendo la convivencia a dos variables: la diversidad y el dialogo. Simplificando un problema de hondo y profundo calado a un simplismo cuasi mesiánico. De tal forma que el mismísimo Xabier Paya durante la retransmisión en lugar de emplear el término ciudadano, persona, habitante o cualquier otro recurrió, en una ocasión, al vocablo «prójimo», de incontestables raíces confesionales. Un lapsus o la materialización de uno de los paradigmas que impregnan la concepción, diseño y concreción de todos los actos de esa capitalidad cultural europea.

En cualquier ámbito de relaciones interpersonales o globales la convivencia, básica y fundamentalmente, se asienta y se expande si previamente se ha logrado alcanzar un mínimo de imprescindibles requisitos sociales, tales como: la instauración de un sistema que garantice la justicia económica, salarial y de prestaciones sociales; la igualdad de oportunidades reales, en los diferentes ámbitos, entre personas de diversas procedencias, razas, credos y géneros; la erradicación de la intolerancia, de la homofobia, de la xenofobia, del racismo, de la misoginia, del terror machista, del feminicidio, de los desahucios, de los «accidentes laborales», del paro estructural, de la falta de expectativas laborales… En definitiva un sistema sociopolítico y económico que garantice la importancia transcendental de la persona y todo lo que a ésta incumbe por encima de multinacionales, macroeconomías y mercados internacionales, que inexorablemente se sitúan por encima y fuera del alcance de los pueblos y de los propios estados. Hablar de la convivencia sin tener en cuenta estas variables y otras -teniendo en cuenta la acepción o especificación que se le dé al término- es un despropósito absoluto.

La cultura, sin lugar a dudas, difícilmente encaja o se ajusta a eventos o macro espectáculos diseñados y pensados para decenas de miles de personas, en los que la grabación y retransmisión tiene una importancia determinante. Este tipo de actividades tiene mucho más que ver con el puro entretenimiento, el pasatiempo o el divertimiento y muy poca relación con el hecho cultural. Tras este tipo de espectáculos solo pervive una evanescente sensación y un vago recuerdo. La cultura no solo atrae, cautiva y fascina, sino que impele al ser humano a la observación, al análisis, a la reflexión, a la crítica y a la valoración, elevando paulatinamente, a cada persona que la cultiva, un peldaño más en la escala del desarrollo humano.

Todo lo acontecido en ese evento central, diseñado por el fundador de La Fura dels Baus, sostenido, impulsado y pagado mediante el erario público, es consustancial con una clase política de derechas y/o confesional.

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