Raúl Zibechi
Periodista

Fin del Gobierno y futuro del chavismo popular

Los resultados de las elecciones venezolanas no dejan lugar a dudas: es el comienzo del fin del chavismo en el Gobierno. La ecuación es sencilla: si el Gobierno bolivariano no fue capaz de enderezar la situación cuando tuvo amplias mayorías parlamentarias y legitimidad popular, no podrá hacerlo ahora que será chantajeado por un Parlamento que puede desde derribar ministros hasta intentar modificar la Constitución.

Solo dos intervenciones podrían modificar este cuadro. Una, de las fuerzas armadas. La otra, desde abajo. La primera es imposible, ya que los militares se preparan para navegar en las más diversas aguas. Como siempre, les interesa la estabilidad de la institución militar más que el color del Gobierno. En los últimos días enseñaron la intención de impedir cualquier desborde: ni el domingo ni en los días siguientes salieron los «colectivos» motorizados a las calles, lo que revela el nivel de control interno que consiguieron.

Tampoco habrá intervención popular, como la hubo desde el Caracazo de 1989 hasta poco antes de la muerte de Hugo Chávez. Son los sectores populares los que sufren el mayor desgaste político por la situación económica y la falta de credibilidad de sus dirigentes corruptos e incapaces de resolver los problemas del país.

Encuentro cinco razones que explican los resultados del domingo 6 y otras dos que fundamentan el sólido futuro del chavismo popular. El primero es la ofensiva política, económico-financiera y militar de los Estados Unidos para revertir su decadencia pos crisis de 2008 y reposicionarse en la región latinoamericana. En cada país esta ofensiva asumió formas distintas, pero tanto en Venezuela como en Argentina se resumió en el apoyo a las derechas a la vez que impulsaba el desgaste económico. En Brasil la política imperial parece haberse focalizado en Petrobras, dueña de una de las mayores reservas petrolíferas del mundo.

El segundo factor es la desastrosa gestión económica de los sucesivos gobiernos chavistas. En Venezuela la inflación ronda el 200% anual, las familias pobres deben hacer largas horas de filas para conseguir alimentos básicos, escasean los medicamentos y la gestión de las empresas estatales es deficitaria. La desarticulación de la economía es más interna que externa, y en ella influye la irracional relación de precios que provoca un masivo contrabando y desvío de productos subvencionados, protegido por las fuerzas armadas y policiales.

En este aspecto debe destacarse la crisis provocada por la caída de los precios de las commodities, desde la soja hasta el petróleo y los minerales, que deja las arcas estatales exhaustas. Pero en vez de buscar salidas al modelo extractivo, que consume a toda la región, los gobiernos progresistas insistieron en profundizar la dependencia de las exportaciones de materias primas en lugar de diversificar la producción. El 97% de las exportaciones de Venezuela son petróleo.

El tercero es la violencia, ejercida por los cuerpos policiales y sufrida por los jóvenes de los sectores populares. Los elevadísimos niveles de violencia en las grandes ciudades, y de modo particular en Caracas, son un síntoma de la descomposición de los aparatos de seguridad que se ceban en los habitantes de las periferias urbanas, bastiones del chavismo.

La cuarta es la brutal corrupción de los cuadros del Gobierno y del partido (PSUV) que viven cada vez mejor mientras la población sufre desabastecimiento y escasez de bienes imprescindibles para su vida cotidiana. Por estas tres últimas razones, gran parte de la población «dejó de sentirse representada o expresada a través de los núcleos de organización en su inmensa mayoría chavistas», como destaca Roland Denis, exministro de Chávez y militante social (“Aporrea”, 10 de diciembre de 2015).

La quinta razón es que el pueblo chavista no encontró los cauces para expresar sus opiniones, su bronca contra la burocracia corrupta y sus demandas básicas, ya que los organismos en los que podía expresarse fueron confiscados desde arriba. En palabras de Denis, «el impulso revolucionario de base fue paulatinamente absorbido por una jerga gobernante totalmente corrompida», al punto que «la masa popular no encontró otro mecanismo de aborrecimiento que el voto por una oposición reaccionaria y sin ninguna presencia dentro de las comunidades empobrecidas».

Por eso el voto del 6 de diciembre no fue a favor de la oposición sino en contra de un Gobierno que ya no los representa. Los candidatos oficialistas perdieron incluso en los bastiones tradicionales del chavismo, lo que no debe leerse como un voto inconsciente ni como un despiste y, menos aún, una traición.

Todos los datos muestran dos hechos irrefutables: ha nacido un fuerte rechazo a un tipo de gobierno corrupto y mentiroso que no acepta errores y que todos los problemas los achaca a la derecha y al imperialismo. El otro, es que no escuchan, no atienden ni entienden lo que está sucediendo, como comprobamos cada vez que interactuamos con este tipo de administradores. Por eso ahora están paralizados, mientras se acelera la cuenta regresiva.

Pero el chavismo popular tiene un largo futuro, por dos razones. La primera es que la cúpula, los corruptos y los incapaces, van a negociar más pronto que tarde con la derecha; lo harán a espaldas del pueblo chavista y en contra de sus intereses. O sea, ellos mismos contribuirán a separar aguas, a deshacer la confusión que paraliza a los de abajo.

La segunda es que el chavismo es una creación popular, como lo fue el peronismo. No es que Chávez llevó a las masas de las narices sino que las interpretó y ellas lo empoderaron. «Chávez nos apoya», dicen las mujeres de los barrios populares, incluso luego de su muerte. Ese Chávez místico-popular no solo no desaparecerá sino que cimentará las futuras rebeliones que se harán en su nombre. Cuando un pueblo crea un líder con ese fervor, lo seguirá en las buenas y en las malas, y sobre todo en estas, que es cuando se crean los mitos de los abajos.

Los sectores populares venezolanos deberán, en algún momento, sacar cuentas y pedir explicaciones a los burócratas, de los que ya no se fían. Una tarea que llevará su tiempo y que ya ha comenzado el mismo 6 de diciembre.

Venezuela es el mejor termómetro de la región. Fue el primer país que tuvo un gobierno no neoliberal (desde 1999) y el que fue más lejos en su antiimperialismo. El revés electoral es una muestra del deterioro del progresismo en el continente que suma la derrota del kirchnerismo en Argentina, la extrema debilidad y posible caída de Dilma Rousseff en Brasil, la decisión de Rafael Correa de no buscar la reelección en un clima de crisis económica y política.

El fin de ciclo progresista atraviesa toda la región, con tiempos distintos. Los aspectos comunes que involucran a todos los gobiernos son la ofensiva del capital financiero ligado a los Estados Unidos y las consecuencias del modelo extractivo que se traducen en crecimiento de las derechas y crisis económicas. La integración regional dará varios pasos atrás pero la influencia de China seguirá creciendo.

Sin embargo, esta es apenas la parte de arriba del escenario. Por abajo, asistimos a una profunda reconversión de los sectores populares organizados en movimientos. En Argentina, Macri encuentra una sociedad organizada y movilizada. En Brasil, en noviembre hubo 200 escuelas secundarias ocupadas y el movimiento forzó al Gobierno neoliberal de Geraldo Alckmin en Sao Paulo, a dar marcha atrás en su pretendida reestructuración del sistema educativo. Incluso en Venezuela el voto de castigo debe interpretarte como la sobrevivencia de la crítica social organizada. Los sectores populares están lejos de rendirse.

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