Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Francia

Yo creo que todo esto que está sucediendo cada día con más intensidad es nuncio de la muerte de una civilización que, como otras muchas, ya ha agotado su posibilidad de defensa y, mucho más, de progreso

En el 40º aniversario de la actual Constitución española hablo con varios españoles de la España profunda y leo el discurso del rey. Llegué nuevamente a la conclusión de siempre: que España vive desde hace siglos en una autocracia que se hundiría en el fascismo más obsceno de poseer una cultura política mínimamente poblada de ideas  –como, por el contrario fue la de Hitler– y una Iglesia que no admite más poder que el que puede manejar. Esto es, el fascismo español es un fascismo cruelmente infantil y, por ello, manipulable por los autócratas que cuando se ven desbordados acuden al gobierno uniformado. Un fascismo de silabario. Ello explica que a un rey siga un dictador que da al fin paso a una nueva monarquía; asunto que se puede enfocar con un robusto texto de Thiers, el historiador que presidió la tercera República francesa.

Situémonos, pues, en los últimos años del siglo XVIII. La mayoría de la asamblea francesa, surgida de una calle informada por los brillantes intelectuales franceses, trata de expulsar a Luis XVI. Y ahora, lean: la asamblea recién creada –las discusiones sobre la futura Constitución son ya absolutamente violentas– y muchos diputados de la asamblea dudan entre mantener un rey con poderes constitucionales o instaurar, sin más, la República. Triunfa esta última postura, que está explicada en el brillante texto de Thiers: «El solio (la Corona) sucesivamente despojado de sus atribuciones venía a parar en simple magistratura y el Estado, en República. Pero decir lo que era la monarquía era demasiado arrojado, pues esta exige condiciones que jamás consiente un pueblo en el primer momento que ha salido de su letargo. La suerte de las naciones es pedir mucho o nada. La asamblea quería sinceramente al rey, le miraba con deferencia probándolo a cada instante, pero acariciando a la persona destruía la cosa, sin echarlo de ver. Se consideraba el 14 de julio como el día en que había nacido una nueva era  –hacía un año que se había tomado la Bastilla– y se acordó celebrar una gran fiesta. Ya las provincias y los pueblos habían dado el ejemplo de confederarse para resistir en común a los enemigos de la revolución».

La cita ha sido larga, pero me permito ponerla a disposición de diputados y periodistas españoles por si pueden exprimirle algún zumo de cara a sus informaciones sobre esta pobre España en que un jefe de partido, creo que de Vox dijo –aunque no acierto a saber por qué– que «la reconquista española empezaba ahora por el sur» y otro jerarca de partido también cerrilmente de derechas aludió a los méritos de «una hispanidad que tenía ya más de seis mil años». Yo creo que ante manifestaciones como estas debería crearse el delito de terrorismo intelectual, ya que destruye las verdades sobre las que se ha edificado una historia y conduce a violencias sin cuento en la vida diaria.

Dije al principio de esta esquela que había comentado estas noticias con gentes de una indiscutible españolidad. Así como que sostuve frente a estos respetables opositores la postura de que los penosos sucesos de París, más los acontecidos en otras ciudades del país, indicaban la resurrección del espíritu revolucionario que ha acompañado a los franceses a lo largo de muchos años. Sostenían mis oponentes que ese espíritu era cosa del pasado y que todo se resolvería bajando los precios de los combustibles así como sujetando las tarifas eléctricas, con lo cual el apelativo de revolución degradaba al de protesta puntual, sobre todo teniendo en cuenta que la sociedad francesa es de las que menos sufre la crisis entre los países de su contorno.

Lo que suscita más mi curiosidad es que estas algaradas están preñadas de ideología, lo que se descubre en los textos de las pancartas y muchas veces en la exhibición de banderas lo que me devuelve a mi vieja creencia de que no estamos enfrentados a peticiones concretas, que además nos producirían una rara aparición del azar. Las revoluciones profundas suelen iniciarse usando el gatillo de problemas que sobresalen en un momento concreto, pero que inmediatamente se transforman en movimientos que afectan a las raíces del Sistema. No es fácil menospreciar la sangre que ya ha dejado su huella en las calles parisienses como sangre casual, y sobre todo ante la evidencia del número de ciudadanos que han sido encarcelados.

Llega un momento que en los espíritus se instala un tribunal de conciencia acerca de la totalidad del Sistema, que es por fin visto como una totalidad de poder que hace reaccionar con fuerte energía ante el modelo de sociedad en que se vive, esto es cierto, con crecientes escaseces materiales. Yo creo que todo esto que está sucediendo cada día con más intensidad es nuncio de la muerte de una civilización que, como otras muchas, ya ha agotado su posibilidad de defensa y, mucho más, de progreso; aunque los expertos en la mecánica psicológica humana se apliquen con mil maniobras a reducir lo que ocurre a una crisis de crecimiento que desgraciadamente está acabando con un tercio de la humanidad. Lo que respira hoy en la boca de la ciudadanía es una dignidad ofendida, un menosprecio escandaloso a quienes están destruyendo una clase media que fue la que elevó la vida de quienes ahora la pisotean. Frente a eso los poderosos estimulan la reaparición del fascismo que les sirve desde su sentina política. Un fascismo popular que ha sido derrotado en la última guerra mundial por el fascismo especulativo que ya no necesita la ayuda de quienes trabajaron estúpidamente para él. Fue el momento en que Caín mató a su hermano Abel.  

Leía el otro día el programa de Vox y las disquisiciones de Ciudadanos y constaté sin dificultad la presencia del fascismo pobre que acude de fogonero a la gran locomotora averiada del fascismo poderoso. España sigue afanándose en vivir al margen de la inteligencia. Pienso en Catalunya y Euskadi. Es triste que España se afane en revivir un imperialismo que está muriendo de nuevo en París. Algún día los españoles se darán cuenta que, por dignidad, no deben seguir oficiando como monaguillos en la gran catedral bancaria. Porque en París se lucha por algo más que gasolina y electricidad.  Pienso en Catalunya y Euskadi, que buscan otra salida al futuro. España sigue sujeta a leyes prevaricadoras que constituyen un único camino que conduce hacia la cárcel ¡Tan cerca de París! ¡Por qué habremos nacido sin oído! Quizá lo perdimos en un parto con fórceps.

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