Eguzki Urteaga
Profesor de Sociología en la UPV/EHU

Frivolización, simplificación e histerización de la política

Esta frivolización, simplificación y histerización de la política contemporánea acaba repercutiendo negativamente en la misma, dado que provoca un desprestigio y un descrédito de la política, de los partidos y de sus líderes.

A lo largo de los últimos años, la política ha conocido una profunda transformación tanto en sus contenidos como en sus formas. Esta mutación acelerada resulta, básicamente, de un doble proceso.

Por una parte, la crisis financiera iniciada en 2008 se ha transformado en crisis socioeconómica y, posteriormente, en crisis política, poniendo en cuestión la democracia representativa y el lugar preponderante ocupado hasta entonces por los partidos políticos como intermediarios capaces de recoger, reformular y promover les reivindicaciones de la ciudadanía. Esta crisis de la democracia representativa, además de provocar un empoderamiento ciudadano (de las mujeres y de los pensionistas en particular) y una aspiración a una mayor democracia participativa a la hora de tomar decisiones claves (en materia de derecho a decidir por ejemplo), se ha traducido por un profundo desacrédito de los partidos de gobierno, incapaces de resolver los problemas de desempleo, precariedad, pérdida de poder adquisitivo o pobreza, y un auge de los partidos populistas, tanto de derechas como de izquierdas.

Por otra parte, la aparición y la ulterior proliferación de nuevos formatos televisivos, que mezclan debate y diversión, política y entretenimiento, y, sobre todo, la irrupción de Internet y de las redes sociales, han modificado sustancialmente los ritmos de la política y las formas de expresarse de sus responsables. Efectivamente, inspirándose en los programas concebidos y difundidos en Estados Unidos, inicialmente en las cadenas privadas y luego igualmente en las cadenas públicas, han proliferado unos géneros que mezclan formatos diferentes, susceptibles de ser contradictorios, que priorización la escenificación y la confrontación, y que son concebidos como puros espectáculos. A su vez, la generalización del uso de Twitter y Facebook, que privilegia los formatos cortos y la difusión instantánea de contenidos propios, sin filtro ni contraste previos, acelera las cadencias y condiciona la agenda política.

Ambos fenómenos se repercuten, de manera decisiva, en la política contemporánea, y ello, de tres maneras. Aunque estén asociadas en la práctica, conviene distinguirlas analíticamente.

En primer lugar, provocan una frivolización de la política que ha dejado de ser una actividad seria y formal, cuya misión consiste en ocuparse de los asuntos de la Ciudad, que aspira a dar una respuesta eficaz a los principales problemas políticos, económicos, sociales y culturales, y cuyo ejercicio exige experiencia, conocimientos, habilidades y convicciones. Hoy en día, al confundirse la seriedad con el aburrimiento, ciertos medios de comunicación y programas televisivos priorizan formatos que abordan la política desde aspectos anecdóticos, fútiles e insustanciales, a menudo carentes de interés informativo, y rehúyen de la política institucional encarnada por los debates parlamentarios y los planes elaborados y posteriormente implementados por las administraciones públicas. A su vez, pululan los programas que confunden política y humor, a la imagen de "El Intermedio" de "La Sexta". Si ofrece una lectura crítica de la actualidad y es susceptible de atraer a un público joven alejado de la política tradicional, contribuye a difundir la idea según la cual la política únicamente es susceptible de interesar a la ciudadanía si está asociada a la broma.

En segundo lugar, propician la simplificación de la política que tiende a reducirse a opciones binarias y caricaturizadas, en una visión maniquea de la sociedad. Ante una realidad cada vez más compleja, por la aceleración de los cambios, la multiplicación de los actores implicados y la interdependencia creciente de los niveles, la política tiende a ofrecer soluciones simples, y, por lo tanto, ineficaces, a problemas enrevesados. Por ejemplo, se pretende resolver el problema de la sostenibilidad del sistema de pensiones públicas, que resulta, entre otros factores, del envejecimiento acelerado de la población, del alto nivel de desempleo, de la precariedad laboral masiva o de una financiación basada esencialmente en las cotizaciones sociales, por la mejora de la gestión, sin contemplar una mayor regulación del mercado laboral, un incremento de los salarios, un aumento de las cotizaciones salariales y patronales y una financiación adicional por los impuestos. A su vez, se pretende resolver la cuestión catalana haciendo un llamamiento a una nueva aplicación del artículo 155 de la Constitución española que supone la suspensión de la autonomía catalana o al enjuiciamiento de los lideres independentistas, en lugar dar un cauce político y legal a la aspiración de una gran mayoría de la sociedad catalana de decidir libre y democráticamente sobre su futuro.

En tercer lugar, los cambios mencionados favorecen una histerización de la política que se olvida de los matices y de la moderación para priorizar el debate bronco, la polémica estéril y la acusación personal. Se abandona cualquier aspiración a un debate pausado, basado en el intercambio respetuoso de argumentos, donde cada responsable político intenta, gracias a la solidez de su razonamiento, la fundamentación empírica del mismo y la calidad de su retórica, convencer a su adversario político. Al contrario, prevalece el insulto ad hominem, la descalificación personal, el tono agresivo, el uso innecesario de superlativos y el abuso interesado de aproximaciones, de medias verdades e incluso de puras mentiras. No se trata de convencer, sino de suscitar una adhesión visceral a un posicionamiento, a una ideología y a un partido, creando una clara distinción entre «nosotros» y «ellos». La dimensión emocional se impone a la faceta puramente racional sobre la cual debería basarse, en gran medida, el debate democrático.

Esta frivolización, simplificación y histerización de la política contemporánea acaba repercutiendo negativamente en la misma, dado que provoca un desprestigio y un descrédito de la política, de los partidos y de sus líderes. Asimismo, la polarización y radicalización crecientes de la actividad política dificultan y, a veces, imposibilidad cualquier interlocución y acuerdo entre diferentes, generando inestabilidad institucional y confusión intelectual. Por último, los responsables tienen problemas que van en aumento para encontrar soluciones eficaces y duraderas a problemas complejos y cambiantes, por su propensión a caer en simplificaciones, a permanecer en la superficialidad de las cosas y a priorizar una actitud reactiva. El problema es que, hoy en día, la política necesita, más que nunca, seriedad, profundidad, altura de miras, sentido de la responsabilidad, sosiego y actitud proactiva, para enfrentarse a los retos cruciales que se plantean en materia de libertades fundamentales, gobernanza democrática, desarrollo sostenible, igualdad de género, cohesión social y convivencia ciudadana.

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