Agustín Plaza Fernández

Gaza: la fosa común de los derechos humanos

Gaza ha pasado de ser la mayor cárcel a cielo abierto del mundo a convertirse en una fosa común con miles de cadáveres. La matanza de niños y niñas, de hombres y mujeres inocentes a manos de la maquinaria militar sionista en una planificada y sistemática limpieza étnica se está llevando a cabo con la complicidad del imperialismo estadounidense y europeo. Es difícil de valorar qué repugna más, si el supremacismo de Netanyahu o la cínica hipocresía de los dirigentes occidentales cuando abren la boca para justificar lo injustificable.

Las imágenes son dantescas, los bombarderos israelíes han lanzado más de 18.000 toneladas de explosivos, el equivalente a 1,5 veces la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima. El saldo provisional, al escribir este artículo, deja más de 25.000 muertos, de los cuales más de 10.000 son niños, miles yaciendo bajo los escombros sin poder ser rescatados por la falta de máquinas y combustible; más de 62.000 heridos, miles de mutilados, medio millón de casas destruidas y casi dos millones de gazatíes desplazados.

Por si no fuera suficiente, el ejército sionista sigue atacando hospitales, convoyes de ambulancias, escuelas e incluso instalaciones de la ONU donde se refugian cientos de personas; casi cien de los empleados han sido asesinados.

Por otro lado, Reporteros Sin Fronteras ha denunciado una «masacre sin precedentes» de periodistas, contabilizando un récord de 56 comunicadores asesinados mientras ejercían su profesión.

Hay que añadir la ejecución de un asedio medieval que impide la entrada de alimentos, medicinas y combustibles, que ha cortado el suministro eléctrico y las conexiones por telefonía o internet.

Más de dos millones de palestinos, el 40%, niños y niñas, están bajo la amenaza de morir de hambre, sed o por enfermedades como el cólera. El asedio ha llevado a 16 de los 35 hospitales de Gaza al colapso.

Israel ha empleado armamento prohibido, como el fósforo blanco, y diferentes fuentes han denunciado la utilización de gas nervioso en los túneles que sirven a Hamás; están recurriendo a la guerra química y biológica.

La amenaza del fascismo-sionista

Uno de los objetivos de esta guerra para gran parte, si no la mayoría, del Gobierno de Netanyahu y del estamento militar es provocar una segunda Nakba, expulsando a los palestinos de Gaza a la península del Sinaí. Así lo ha puesto en evidencia un documento filtrado de la inteligencia israelí. Un plan para el que necesitan la colaboración de la dictadura militar de Al Sisi, que por ahora no está por la labor, pero al que están intentando tentar con la condonación de la deuda externa egipcia.

Sin embargo, Joe Biden, Rishi Sunak, Von der Leyen, Josep Borrell, Emmanuel Macron, Martin Schulz o Pedro Sánchez se niegan a mencionar la palabra «genocidio», y nos hablan de una supuesta guerra entre Israel y Hamás, en la que curiosamente solo mueren los palestinos y solo se destruye Gaza. Nos hablan de respetar la legislación humanitaria e internacional como si Israel no hubiera arrasado con ellas, y lo hacen para tener una coartada de cara a sus lucrativas relaciones económicas y militares con el Gobierno fascista de Netanyahu.

Pero no solo es Gaza. La política chovinista y supremacista del Gobierno y el Estado de Israel ha animado y armado a miles de colonos fanáticos y a la extrema derecha para lanzar pogromos en Cisjordania, asesinando ya a más de 200 palestinos e intensificando las acciones para expulsarlos de sus tierras y sus casas.

Las fuerzas que dirigen el Gobierno pretenden consolidar a Israel como una dictadura teocrática, donde la Torá sea la ley y donde los derechos democráticos más básicos de sus propios ciudadanos y ciudadanas, tanto árabes como judíos, queden completa y totalmente reprimidos.

El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, justifica la intervención militar como una «guerra divina, de la luz contra la oscuridad», citando a los profetas bíblicos, al tiempo que recrudece la represión, incluyendo la amenaza de expulsión de los ciudadanos árabes-israelíes, contra cualquiera que se declare pacifista, activista de izquierdas o simplemente alce su voz contra la opresión al pueblo palestino.

Socialismo o barbarie

El pueblo palestino tiene derecho a la resistencia, pero el único camino para vencer es conquistar el Socialismo.

La lucha contra la ocupación y el exterminio en Gaza es legítima, igual que fue el levantamiento del Gueto de Varsovia contra los nazis. Pero para que sea realmente popular y efectivo tiene que unirse a la movilización de masas, a los métodos de lucha de la clase obrera, como la huelga general, y debe poner el acento en la solidaridad internacional.

La causa palestina solo puede vencer si adopta un programa socialista dirigido contra la clase dominante israelí, un estado terrorista, y también contra la corrupta burguesía árabe, incluida la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que la ha convertido en un agente económico y policial de Israel para garantizar la seguridad de los territorios palestinos, reprimiendo a su propio pueblo y generando una burguesía palestina que se ha enriquecido fruto de sus negocios con la burguesía sionista y árabe.

La izquierda que se autoproclama revolucionaria no puede mantener una actitud de seguidismo acrítico hacia Hamás. Que esta organización lidere hoy la resistencia armada no nos debe cerrar los ojos ante la realidad: es una organización integrista con un programa reaccionario y actúa como correa de transmisión del gobierno burgués y teocrático de los Mulás en Irán.

No puede ofrecer un camino efectivo para la liberación social y política del pueblo palestino. Hamás fue financiada en sus orígenes por Israel para combatir las tendencias izquierdistas del movimiento socialista palestino. Su oposición al colaboracionismo con Israel de la ANP y Al Fatah, tras los acuerdos de Oslo y Madrid, le granjeó apoyos crecientes entre la juventud más militante y un amplio sector de la población gazatí. Pero la autoridad de Hamás también se ha visto golpeada. En una encuesta realizada en Gaza antes del ataque de Hamás, un 44% afirmó no tener «ninguna confianza» en el gobierno integrista y un 13% «no mucha», mientras el 12% señalaba que existía «mucha o bastante corrupción».

Pero como se ha demostrado, la alternativa de dos estados no es «realista», mientras Israel esté dirigida por una burguesía sionista y colonialista que basa su modelo de dominación en el exterminio del pueblo palestino.

La batalla del pueblo palestino por una liberación nacional e independencia va unida indisolublemente a la liberación social. No se trata de una lucha religiosa, como afirma Hamás, sino de clases.

La solidaridad que recorre el mundo es un paso extraordinario, pero debe complementarse con la defensa de una alternativa revolucionaria y socialista que ponga sobre la mesa la expropiación de la burguesía colonizadora de Israel, la destrucción del Estado sionista y el derrocamiento de las burguesías árabes.

Esta es la vía para garantizar efectivamente el derecho de autodeterminación del pueblo palestino, el fin de la colonización y la opresión imperialista.

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