Oskar Fernandez Garcia

Giro copernicano a la derecha

El PSOE desde su fundación, en Madrid en 1879, paulatinamente –en unas ocasiones y en otras de manera estrepitosa– ha ido dilapidando su caudal humano y revolucionario por la imparable cuesta que conduce exclusivamente al ámbito claustrofóbico, viciado e inhumano de la derecha.

Con los primeros albores del S.XX y concretamente en su XI Congreso en 1918, ante la extraordinaria, atrayente y brillante revolución de octubre de 1917 en Rusia, simplemente, realiza una declaración de apoyo a los soviets.

En 1919, en Berna, se celebra la Segunda Internacional y, a pesar de la terrible y dantesca experiencia que supuso para el conjunto de la clase trabajadora europea la brutal y desgarradora Primera Guerra Mundial, se concluye que hay que respetar las reglas impuestas por la democracia liberal frente a la vías revolucionarias, apoyadas en la dictadura del proletariado.

El PSOE, en el Congreso Extraordinario de finales de 1919, a pesar de todo, decide permanecer en esa organización internacional. Sin embargo, en las Juventudes Socialistas prevalecieron las tesis partidarias de la Tercera Internacional Comunista, impulsada y auspiciada por la URSS, y enfrentada a la Segunda Internacional.

Un grupo de militantes de esas JJ.SS. rompió completamente con el partido, fundando o creando el PCE en abril de 1920. La UGT rechazó también las propuestas de la Tercera Internacional Comunista, motivo que llevó al PSOE, en abril de 1921, en su III Congreso Extraordinario a no adherirse tampoco a la mencionada organización. El mismo día que finalizaba el susodicho congreso –13/04/1921– los partidarios de la Tercera Internacional Comunista rompieron con el partido y fundaron el PCOE, que posteriormente se fusionaría con el PCE dando lugar al PC de España.

El 13/09/1923/ comenzaba la Dictadura de Primo de Rivera, tras un golpe de estado, y el colaboracionismo del PSOE con este régimen, hasta el punto de que Largo Caballero llegó a formar parte del Consejo de Estado de la Dictadura.

Evidentemente las palabras pronunciadas por uno de los fundadores del partido, Pablo Iglesias, en el Congreso de 1888 –«La actitud del Partido Socialista Obrero con los partidos burgueses, llámense como se llamen, no puede ni debe ser conciliadora ni benévola, sino de guerra constante y ruda»– ya se habían desvanecido en el transcurrir del tiempo de manera interesada y aviesa.

Demos un salto en el tiempo, situándonos en el Congreso de Suresnes de 1974. El PSOE, aún en la clandestinidad, asumía «…plenamente las reivindicaciones autonómicas, considerándolas indispensables para la liberación del pueblo trabajador…» reconociendo «el derecho de autodeterminación de todas las nacionalidades ibéricas». En esa lucha prioritaria enmarcaban objetivos «… tales como la reforma agraria, la eliminación del capitalismo monopolista y la expulsión de las manifestaciones del poder imperialista de nuestro suelo». Tristemente todo se quedó en un papel olvidado y degradado en esa pequeña localidad francesa adyacente a París.

Ya que al cabo de solo 8 años, en las elecciones de 1982, cuando el PSOE consigue la mayoría parlamentaria, todo ese conjunto de ideas revolucionarias y progresistas se volvieron a desvanecer en el aire de la indiferencia y en los cantos de sirena procedentes de las poltronas institucionales. El PSOE, por la fuerza bruta, desalojó de las tierras ocupadas a los agricultores, que exclusivamente deseaban trabajarlas; instauro definitivamente un capitalismo de una voracidad insaciable; no solo no se expulso al poder imperialista, sino que también nos introdujo en una fuerza imperialista y belicista a nivel mundial: la OTAN. Las promesas sistemáticamente fueron incumplidas y el cambió consistió en brutales transformaciones para la clase obrera, que vio como paulatinamente sus derechos adquiridos con dolor, sangre y lágrimas iban desapareciendo de su imaginario colectivo.

Situémonos en el momento actual, verano del 2015, ya poco le queda por dilapidar al PSOE, pero aún con todo su secretario general, Pedro Sánchez, y sobre todo Ferraz, con la colaboración entusiasta de Idoia Mendia –que no soporta el vocablo autodeterminación y ni tan si quiera es proclive a una consulta por el derecho a decidir. Ambos derechos consustanciales e inherentes al ser humano– continúan en caída libre a la derechización absoluta.

Y en Nafarroa María Chivite –anclada igual que sus predecesores en un tiempo pretérito, y muy lejano. En un Medievo donde la diferencia y el libre pensamiento eran pasto de las llamas tras las crueles y brutales torturas– continúa en la idea central de defenestrar completamente el partido. El sistemático rechazo a colaborar o a trabajar con las personas que conforman EH Bildu no es otra cosa que la evidencia de su fracaso político, de su intolerancia social, de su incapacidad sindical, de su falta absoluta de sensibilidad social, y de su incompetencia total para realizar un análisis psicosocial mínimamente objetivo.

Ellas y ellos mismos se desvanecerán en la nada al igual que ha ocurrido, a lo largo de estos largos decenios, con las ideas, principios y valores que un día enarbolaron con entusiasmo, pero sin ninguna convicción ni tesón.

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