Elías Anton Murgiondo

Guerra vírica

Este autoencierro debiera servir para reflexionar, para analizar lo bueno de los encuentros humanos, de los esfuerzos compartidos, para analizar sobre lo público o lo privado, para socializar y romper con el robo privatizador

Con el tiempo sabremos el origen de esta pandemia llamada Coronavirus (Covid-19), pero de lo que no cabe duda alguna es que su propagación obedece a pruebas relacionadas con la guerra biológica. Son muchos los intereses estratégicos que subsisten en el conjunto del poder real del sistema capitalista. La política sin freno por la explotación y la acumulación de poder conlleva, sin duda alguna, ejercicios constantes para la subsistencia del propio sistema a costa de la superpoblación y los avances tecnológicos para la producción, donde la mano de obra cada vez será menos necesaria y la clase trabajadora debe ser controlada a traves de intermediarios fiables. Es la hora de diezmar la población y dar paso a la robótica; es la hora de elegir a los esclavos fiables (mercenarios) para que hagan el trabajo sucio y controlen el necesario trabajo manual e intelectual.

Los países no están dirigidos por los políticos electos, estos son parte de la tramoya que el Capital utiliza para mejor dominar y defender sus objetivos. No todos los políticos deben incluirse en la tramoya, pues el juego se acabaría, pero el Capital se encarga de frenar o permitir cómo debe jugarse la partida… Cuando las contradicciones se agudizan y el enfrentamiento entre las partes hace peligrar el status predeterminado, las fuerzas de la reacción golpean sin piedad, sin importarles quien caiga, incluso sus adláteres o esclavos, pues su pirámide es lo que importa. Las guerras de todo orden las promueven ellos, con el objetivo de diezmar las poblaciones y enriquecerse con la producción de armas y medicamentos: te mato y te curo. El esloveno Zizek lo está explicando con absoluta claridad estos días, sobre todo cuando dice cómo «las poblaciones reaccionan con solidaridad y simpatía ante la gravedad de la enfermedad, posibilitando una idea socializadora del problema, es decir, despertando conciencias y desarrollando un humanismo perdido…». Ahí reside el problema, que quien utiliza las bacterias como soldados se siente protegida en sus búnkeres y mantendrá a sus esclavos como voceros de la situación, presente y futura. En el caso vasco tenemos al esclavo Zubiaurre bramando barbaridades sin importarle la mano de obra trabajadora y sus posibilidades de contagio y muerte (todo por defender la producción y el beneficio), pues los robots y la maquinaria fabril no enferman y producen todas las horas necesarias. Este miembro de Confebask, vocero del Capital oscuro y miembro del PNV, ha mostrado su poder cuando obliga a Urkullu a repetir sus soflamas sobre la utilización humana para mantener las puertas de las fábricas abiertas en momentos de «guerra vírica», convirtiendo al lehendakari del tercio regional en monaguillo de Confebask. Estos son los esclavos necesarios del oscuro Capital, obedientes y serviles, a pesar de la realidad y la «pandemia».

No se sabe cuándo acabará este encierro (autoencierro) decretado por los poderes del Estado dominante y a nadie debiera escapársele lo que suponen las calles vacías y los ensayos de control poblacional por parte de las fuerzas militares y policiales, quienes están experimentando con absoluta tranquilidad una nueva forma de dominación, un ensayo sobre la manera de anular cualquier movimiento social contra las imposiciones de quienes mandan de verdad, de eliminar medios de comunicación, partidos políticos o medios de producción cooperativos que se enfrentes al sistema. Se produce la «pandemia» y se fabrica la vacuna, se cumple el objetivo, se elimina población (sobre todo personas mayores, es decir, jubilad@s) y se vende la vacuna (cara) para regocijo de las farmaceúticas y sus acaparadores dueños. Los ejércitos son parte del esclavismo del Capital, sus mandos obedecen a ciegas las órdenes del poder bunkerizado.

Luego está la Iglesia, con un Dios e huelga y sus dirigentes terráqueos escondidos, abduciendo al personal y, también, esclavizándole. Cualquier tipo de religión supone una herramienta imprescindible para anular mentes y para encontrar esclavos; siervos de las bestias que poseen el 95% de los recursos de este mundo globalizado. Este autoencierro debiera servir para reflexionar, para analizar lo bueno de los encuentros humanos, de los esfuerzos compartidos, para analizar sobre lo público o lo privado, para socializar y romper con el robo privatizador, para romper con las clases sociales, con el racismo y con la violencia de género. La primera parte de la «guerra vírica» la está ganando el enemigo; el masoquismo de los esclavos en sus diferentes puestos en la piramide debiera acabar y una mentalidad comunitaria debiera surgir para controlar este mundo que se nos va de las manos. Gora herria!!!

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