Àngel Soro
Euskal Herriaren laguna (Països Catalans)

«Harri gorrien lekuan»

Vuelven a la carga los eslóganes y los mítines televisados, las promesas y algunas sonrisas impostadas. Si algo hemos aprendido en Catalunya es que las urnas dicen representarnos, mientras que lo que representen no deforme el statu quo. Si las urnas se erigen en manifestación clara y diáfana de ruptura, entonces ya no importa la ausencia de violencia si de lo que se trata es de devolver a las ovejas descarriadas al redil. En consecuencia, se pierde, si es que alguna vez se tuvo, la confianza en el proceso democrático y en la seguridad jurídica, en los representantes que escogen los partidos y en las dinámicas de podredumbre que conllevan las pugnas por el reparto de lo que para unos es la gestión pública y para otros una suerte de fontanería.

Los humanos han explotado los recursos naturales de la tierra, una expropiación indecente y excesiva, destructora de ecosistemas y formas de vida, que provoca el cambio climático, la miseria económica, la dominación territorial y la extinción cultural. Se nos presenta, a corto plazo, un reto mayúsculo que necesita ser abordado desde una óptica feminista integradora, alejada de la perspectiva extractivista primitiva, porque los recursos a proteger ya no son carbones o petróleos que consumir, sino bienes de primera necesidad que compartimos: agua, aire, tierra, pan, cultura y derechos humanos.

Los votos son una maravillosa ilusión, tan ficticia como los trucos de magia, engranaje básico de una consciente y perpetrada estructura que nos convierte en actores puntuales de un cambio imposible del que creemos ser partícipes. Aún y así, las elecciones locales, las de la vecindad, encarnan batallas por la makila que permite ejecutar políticas que deberían ser reales y palpables para los ciudadanos y contribuyentes. Estas políticas de proximidad pueden ser algo más edificables en lo cotidiano que las de las instituciones que nos quedan lejos. En cada voto local se puede intuir una forma de comprender la relación con el mundo y cuál es la perspectiva desde la que se observa el presente de lo más cercano. En cada voto local reside una voluntad de construcción de sociedad y de futuro del aquí.

Las elecciones, la estructura en la que operan y la cesión del poder de la calle que comportan, incorporan una intrínseca contradicción respecto a la autogestión popular. No es menos cierto que toda política que no es hecha por uno mismo para uno mismo acostumbra a ser perpetrada por otro contra uno mismo. Es en este punto sencillo y a la par complejo en el que deberíamos centrar nuestros esfuerzos. La ilusión de controlar el gobierno de un estado o de una unión continental de países por medio de las urnas es una ficción construida. Los poderes económicos dominantes jamás permitirán que la calle pueda tomar decisiones sobre sus negocios transnacionales ni estatales ni autonómicos.

Quizás tengamos el deber y el derecho a soñar que, actuando localmente, podemos intentar construir otro mundo, cada día y en cada relación que tenemos con el otro. Un mundo de mujeres y hombres alejados de los constructos de la masculinidad imperante, opuestos a un capital que aplica políticas salvajes en lo económico y que colabora en lo político en el ejercicio de dominación de las minorías, migrantes o lingüísticas, disidentes o afectivamente diversas. Un mundo de responsabilidad emocional alejado de egos obesos, un mundo del gu frente al ni narcisista, semilla del Denak ez du balio.  

Harri gorrien lekuan. Maite dudan herria.

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