Hispanidad
Vivimos tiempos en que la imagen prevalece en la memoria de los hechos, y no solo forma parte del transcurso de la vida, sino que es testigo fundamental de la misma. Una imagen que ha conseguido desplazarse tan rápido que llega a su destino «caliente». De tal modo que no resulta fácil discernir dónde se encuentra la verdad.
La evolución es tal que, inicialmente no pretendo, no está en mi ánimo plantear una lectura que, tras cinco siglos, pudiera establecer a través del tiempo, una realidad seria y ajustada de las atrocidades que los hispanos llegados al llamado «nuevo mundo» ejecutaron con las poblaciones autóctonas en su conquista de Indias.
Cierto que no soy del gusto de los grandes eventos y del fausto que tienen por objeto engrandecer, maximizar y –por qué no decirlo– también manipular hechos que pretendiendo ser veraces, no son sino la cara amable, el discurso interesado de un pasado negro y cruel.
De todas formas, debo reconocer que algo bueno tienen y es que ofrecen la oportunidad de examinar los tópicos que vienen repitiéndose, a veces sin gran fundamento. Porque algunos –hay que reconocerlo– son expertos en activar esa enorme y atractiva maquinaria llamada «manipulación», en una época en que la verdad y lo que no lo es «viven» en la misma balanza.
También quiero decir que, entiendo que ante un tema tan fuerte y complejo, cabría disentir sobre si merece la pena escarbar en un capítulo tan negro en la historia de los hispanos, pero es evidente que lejos de la manipulación y la mentira que impera a nivel institucional, nunca puede ni debe ser negativo contribuir al conocimiento cabal de la verdad, por horrenda y repugnante que esta sea.
Tampoco se me escapa que, siendo tan extensa como variada la documentación a la que se tiene acceso, pueda resultar hasta extraño entender cómo es posible que la tergiversación de hechos históricos contrastados llegue hasta el mundo de la formación académica.
Porque siendo muchos los cronistas de la época y aceptando los diferentes intereses de los mismos, subrayando el método los unos y el resultado los otros, es innegable que, antes, pero también ahora, el escaso fervor, el sí, pero no, a la hora de testimoniar estos hechos, les convierten en colaboradores del horror de la conquista de Indias.
Desde qué óptica pueden negarse estos hechos, en nombre de qué libertad de información pueden obviarse tantas pruebas de personajes y cronistas de origen tan diverso. Cómo puede ocultarse el testimonio de tantos y tantos religiosos.
Cómo en un sistema que se dice democrático, pueden ocultarse los terribles excesos de personas que fueron determinantes en la conquista de Indias. Pongamos el ejemplo de un personaje llamado Francisco Chaves, ejecutor del terror extremo y prolongado en el país de los «Conchucos». Cómo y por qué ocultarlo, si estos hechos fueron refrendados incluso por el propio Consejo de Indias.
Las mutilaciones de orejas, narices o senos femeninos, sin olvidar otras mutilaciones relacionadas con la esclavitud, como el terrible herraje de esclavos.
La utilización de «perros de combate» que precedían a los soldados, entrenados para matar y destrozar cuerpos de la población autóctona que pretendía defenderse.
La utilización consciente y programada de la práctica del terror en la conquista hispana de Indias es un hecho incontestable. La decisión de imponerse sobre una población autóctona diversa, tanto en demografía como en potencial bélico, creo yo que se asemeja mucho a la expansión del mundo romano.
Quizá fuera eso lo que estimuló a los hispanos a usar el terror y la crueldad extrema. Por cierto, métodos que ya habían practicado con anterioridad en otra «conquista», concretamente en las islas Canarias.
Extraño método docente, el aplicado por los conquistadores hispanos en su ansia apostólica, y no solo por la proyección lingüística y cultural, también, cómo no, por la «expansión» del mensaje de Cristo. Son tantos los testimonios, tantos los personajes que abundan en la masacre ejecutada durante tanto tiempo. Porque lo que hicieron fue: robar, matar, torturar y llenar de mestizos el continente. No es fácil definir semejante aberración.
No podemos mirar a otro lado, estamos siendo testigos del triunfo de la indignidad, de la corrupción sistemática, incluso institucionalizada. Pudiera parecer otra cosa, pero lo cierto es que vivimos tiempos en los que defender la verdad es un trabajo costoso, incluso difícil. Y es que debe aceptarse que somos parte de un mundo cínico, donde lo amoral resulta ser cosa de «audaces».
Es por eso que quienes imponen la celebración «patria» llamada de la Hispanidad –12 de octubre–, caracterizando la cruenta conquista de América como proyección lingüística y cultural, atribuyendo a la indigencia cultural el rechazo a quienes, amparados en su representatividad institucional, interceptan los límites que separan la verdad contrastable, con la propaganda política más visceral.
No es necesario analizarlos en demasía, basta con escuchar su discurso grandilocuente y cuartelero para determinar que son los restos de una época –no tan lejana– que, presos de sus instintos e ideas primarias, tienen por función bloquear el desarrollo normalizado de convencimiento sólido del saber y el conocimiento fundamentado.
No me parece edificante equiparar fraude e historia, menos aún imponerla como cierta.
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