Huida hacia delante
Todos hemos oído alguna vez comentarios sobre la típica pareja en crisis y nos hemos extrañado que la solución que adoptaran para remediar su estado fuera un embarazo. Desde luego no parece lo más recomendable, sobre todo si sabes el esfuerzo de todo tipo que supone añadir un nuevo miembro a la familia. Pues algo parecido es lo que sucede con la deuda externa de varios países europeos.
El caso de Grecia es el más paradigmático, pero no el único. La sucesiva concesión de rescates para solventar su precaria economía no es sino una huida hacia delante. Con una deuda cifrada a fines de 2014 en más de 317.000 millones de euros, su PIB en la misma fecha era de poco más de 178.000 millones de euros. Esto es, si la renta per cápita de cada habitante ascendía a 16.300 euros, la deuda hipotética que correspondería pagar a cada ciudadano era de casi 29.000 euros. No hace falta ser economista para colegir que el desequilibrio en las cuentas públicas es evidente. Y como decíamos, países como España, Italia o Estados Unidos cuentan con déficits similares. Estos desequilibrios solo se observan en los países más pobres.
De ahí la analogía con la pareja en dificultades. Recurrir a nuevos préstamos para poder pagar lo que se debe no supone más que ganar tiempo, toda vez que la devolución de la cantidad adeudada es imposible. Ni Grecia ni España cuentan con riqueza ni capacidad de producción suficiente para poder devolver lo que han recibido en préstamo.
Para ilustrarlo mejor podemos recurrir a otra analogía, igualmente doméstica. Dependiendo de nuestra situación, es obvio que un banco no nos prestaría dinero. Y si ya estamos endeudados con anterioridad, desde luego la petición de cualquier nuevo préstamo sería analizado en relación a nuestra situación patrimonial presente. Si esta no ha variado positivamente, no parece que la decisión fuera prestarnos una cantidad para devolver parte de la deuda anterior. Pues algo así es lo que sucede con Grecia.
Las cifras en cualquier caso son mareantes y los indicadores económicos, muy negativos. De modo que si a la conclusión de la imposibilidad de devolución de la deuda llegamos desde nuestra formación en letras, ¿qué pensarán los expertos y/o prestamistas? Pues seguramente en cobrar lo que se les debe y, para aviso a futuros navegantes, en pagar lo que se debe. A nadie le gusta renunciar a lo que considera suyo. Y si para ello la población tiene que sufrir recortes, carencias y todo tipo de inmisericordes agravios sociales, no importa. Sin embargo, la lógica indica otro tipo de medidas si se quiere contar con ciertas garantías en la devolución de parte de lo adeudado. Así, si alguien nos debe 100 euros y sabemos a ciencia cierta que no nos va a poder devolver nunca esa cantidad porque solo tiene capacidad para redimir 30, y no sin grandes esfuerzos, ¿cuál sería la estrategia más inteligente? ¿Intentar cobrar todo aún a riesgo de que esa persona (aquí puede ponerse asimismo sociedad) perezca en el camino o intentar cobrar una parte y renunciar al resto sabiendo que nunca íbamos a poder cobrar la cantidad total?
Algo similar ocurre con la deuda externa de un buen número de países, solo que aquí entran en juego políticas económicas que determinan la suerte de muchas personas. Los experimentos en economía son peligrosos. No se trata de aplicar programas informáticos y validar los resultados en diferentes tablas Excel. El sufrimiento de la gente y la capacidad de aguante tienen un límite y conlleva la vivencia de situaciones dramáticas. No tener luz, no disponer de calefacción en invierno, no poder acceder a determinados medicamentos, padecer hambre o carecer de cualquier tipo de ingresos son realidades vividas, no proyecciones de un programa matemático. Pero junto a estas realidades palpables, otro problema igual de grave en todo este asunto es la deshumanización que acarrea, la falta de confianza en uno mismo, en su comunidad y en el futuro. Unos prestamistas carentes de empatía determinan la suerte de un gran número de personas. Personas que debido a su situación socioeconómica no dudan en plantear un nuevo modelo de sociedad, por principio opuesto al que les ha llevado hasta ahí. Al final todo se reduce a una cuestión de sentido común. ¿Nadie va a ser capaz aplicarlo?