Félix Placer Ugarte
Teólogo

Identidad de los pueblos

Con la avalancha globalizadora nos encontramos hoy en una encrucijada altamente crítica para la autoafirmación de la conciencia vasca y de otros pueblos minorizados y para la defensa de las dimensiones territoriales de su Ama Lur, de su cultura lingüística –euskera– y de sus valores y sentido cosmovisionales –euskal sena–.

A lo largo de su prehistoria e historia los pueblos han ido conformando su identidad en una triple relación analizada por la antropología. Estos tres elementos son: el cultivo o relación con la tierra, la cultura expresada en su lengua, en su arte, en sus costumbres, modos de vida y el culto como catalizador de su cosmovisión y comprensión del sentido de su existencia. Desde estas referencias básicas y peculiares cada pueblo ha construido su identidad, se ha autoafirmado como sujeto colectivo y se ha diferenciado de otros pueblos.

Por tanto, en la perspectiva antropológica, la relación interactiva entre cultivo-cultura-culto tiene una decisiva importancia para la configuración de la identidad colectiva y personal. En este triángulo se establece una profunda interrelación de estas tres dimensiones donde la expresión humana primitiva se ha ido elaborando y enriqueciendo progresivamente en los diversos pueblos manifestándose en las diferencias identitarias y conciencia colectiva que le autoidentifica en su entorno natural. En la relación con la tierra –indispensable para la supervivencia y progreso humanos– en su cultivo y territorialidad se ha construido la cultura cuya expresión más honda y primigenia consiste en dar nombre a esa tierra (lugares, animales, frutos: izena duen guztia, omen da) con la lengua propia y en sus costumbres, memoria, formas de trabajo, expresiones artísticas, estilos de comportamiento y convivencia. A su vez, la relación cultural con la tierra ha generado la interpretación religioso–telúrica cuyas diversas manifestaciones míticas y simbólicas se observan en todas las religiones del pasado y del presente en formas míticas, sacralizadas o de manera secularizada en valores que los religan para su convivencia.

Con el paso del tiempo y contacto con otros pueblos y contextos estas relaciones han ido evolucionando; unas veces de forma armónica y mutuamente enriquecedora, otras como defensa de su propia identidad territorial, cultural, referencial amenazada por pueblos que han tratado de dominar a otros con políticas colonizadoras, con invasión de sus tierras y imposición de su lengua y modos de vida. Así por ejemplo y con esta intencionalidad política fue presentada la Gramática castellana (1492) de Nebrija por el obispo de Ávila a la reina Isabel como un arma para dominar y someter «muchos pueblos bárbaros y peregrinas lenguas».

En el caso de Euskal Herria ha habido múltiples intentos para diluir su conciencia identitaria invadiendo política o militarmente las tres referencias: su tierra, su cultura (lengua) y memoria, sus culto propio y sentido (valores) privándole de su soberanía, de su burujabetza. Son la raíz de los conflictos que han atravesado su historia.

Actualmente la globalización económica capitalista neoliberal es sin duda la invasión más extensa e intensa de la identidad de los pueblos, de Euskal Herria. La contaminación ecológica, el desarrollo sin límites, el beneficio explotador de la tierra han subvertido la relación equilibrada con Ama Lur. En el pensamiento único de una cultura de consumo, las lenguas dominantes minusvaloran y tratan de oscurecer el significado identitario-cultural de la lengua propia, en nuestro caso, el euskera. La modernidad y posmodernidad han desarrollado la secularización y laicidad –positivas, en sí mismas para la autonomía y convivencia– pero que, en el contexto capitalista, van unidas a un nuevo culto: el culto idolátrico del dinero y beneficio excluyente destruyendo el sentido comunitario y convivencial, el auzolan.

En consecuencia con la avalancha globalizadora nos encontramos hoy en una encrucijada altamente crítica para la autoafirmación de la conciencia vasca y de otros pueblos minorizados y para la defensa de las dimensiones territoriales de su Ama Lur, de su cultura lingüística –euskera– y de sus valores y sentido cosmovisionales –euskal sena–. Y han conseguido, en un amplio sector de su población, fraccionar su conciencia hoy dividida y hasta enfrentada en sus referencias identitarias. En el fondo de esta ruptura manipulada y promovida por intereses políticos laten, a mi entender, las causas y sentido profundo del conflicto vasco en las relaciones con los Estados español y francés y de los graves enfrentamientos para nuestra convivencia y desarrollo soberano como pueblo y nación.

En la nueva época iniciada tras la disolución de uno de los factores violentos del conflicto se plantean retos de alta envergadura para una auténtica normalización y construcción de la paz, que requieren entre otros procesos, la afirmación plena y reconocimiento de las convicciones y sentimiento identitarios vascos. Recordaría aquí la clarividente afirmación del obispo José María Setién, quien, desde su reflexión ética, propuso que «es necesario recorrer el camino... a través del cual el pueblo vasco se vaya haciendo progresivamente dueño de sí mismo, en el ejercicio de su derecho a ser él mismo, autodeterminarse y darse las instituciones adecuadas en las que se materialice u objetivice su voluntad y su derecho de existir como realidad política originaria». Subraya la existencia de una conciencia apreciativa de que «la identidad del pueblo ha sido artificial, injusta y agresivamente vulnerada a favor de una interesada asimilación por otro pueblo más poderoso… por motivaciones políticas o económicas. La conciencia de la pérdida de la identidad del propio pueblo se une, en tal hipótesis, a la conciencia de una injusticia histórica que habría que reparar, en orden a recuperar la identidad perdida». Insiste en que hay que evitar una "valoración instrumental" de la cultura al servicio de la evangelización y se debe «dar el salto a su valoración intrínseca» y «asumir la cultura en la totalidad de lo que significa asumir a la persona». Y afirma que «la apreciación de que en tanto existirá un pueblo vasco en cuanto exista el euskera, no puede ser ajena o indiferente a la Iglesia vasca»; todo ello, «por fidelidad debida al pueblo, a su tradición cultural y a las personas que viven en ella» (1988).

Ya Antonio Aoveros, obispo de Bilbao, había tenido el valor pastoral, de afirmar en tiempos franquistas por medio de una homilía (1974) –a la que el Ministerio Fiscal acusó de «gravísimo ataque a la unidad nacional española»– que «el Pueblo Vasco tiene unas características propias de tipo cultural y espiritual, entre las que destaca su lengua milenaria. Esos rasgos peculiares dan al Pueblo Vasco una personalidad específica, dentro del conjunto de pueblos que constituyen el Estado español. El Pueblo Vasco, lo mismo que los demás pueblos del Estado español, tiene el derecho de conservar su propia identidad, cultivando y desarrollando su patrimonio espiritual, sin perjuicio de un saludable intercambio con los pueblos circunvecinos, dentro de una organización sociopolítica que reconozca su justa libertad».

En este línea y ante la urgencia del desarrollo y concienciación de nuestra identidad, se ejercen hoy múltiples iniciativas en diversos ámbitos que desarrollan todas las dimensiones de nuestra «cultura, cultivo y culto». Subrayo en especial el trabajo que está llevando a cabo «Euskal Sena Taldea», grupo que impulsa y promueve en auzolan las características identitarias vascas desde su núcleo cultural que es el euskera, desde Ama lur, desde la etxe o casa donde nació el sentido generador de su cosmovisión y sentido de la vida.

Afrontar e impulsar hoy un proceso de auténtica resolución del conflicto vasco y lograr la normalización democrática entre pueblos libres y la paz desde la justicia implica abordarlo en estas dimensiones; no sólo las políticas, por tanto, sino sobre todo identitarias en toda su compleja amplitud y significado de una Ama lur unida, de una cultura lingüística desarrollada, de un sentido de la existencia soberana, solidaria con otros pueblos, de una convivencia en valores compartidos, en auzolan.

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