Carmen Gutierrez y Luisa Menendez
Plataforma Ongi Etorri Errefuxiatuak Bizkaia

Insoportable

Por eso, es nuestro momento, el de la sociedad civil, es momento de levantar nuestras voces y salir a la calle, que es nuestra también. Es nuestra la responsabilidad de ir haciendo un mundo en el que merezca la pena vivir. Un mundo que nos acoja a todos y todas.

15 de agosto, después de 14 días, nos levantamos con la sensación de que una pequeña batalla se está ganando. El barco Open Arms, con 151 personas rescatadas en el mar está frente a las costas de Lampedusa esperando que les permitan atracar en su puerto. Alegría, esperanza y confianza, pero dolor. Dolor por esos seres humanos, valientes, adultos (en su mayoría), dispuestos a ponerse su propia mochila en la espalda y soñar que pueden vivir, trabajar, participar en un continente en paz.

Otras 356 personas han sido rescatadas en los últimos días por el barco Ocean Viking. Otra pequeña batalla a ganar. Pero luego habrá otra, y otra, y otra. Nos cuesta hablar en términos de batalla, pero ¿cómo explicar la situación sin acudir a términos un poco épicos? Es insoportable oír a algunos líderes políticos sus proclamas contra otros seres humanos. Ese principio de solidaridad, imprescindible para administrar la vida en común de hombres y mujeres diversos, se está viniendo abajo hace ya demasiado tiempo y demasiado a menudo, buscando crear una conciencia colectiva de posesión de tierras, recursos, pertenencias sólo para unas pocas personas por el hecho, tan casual, de haber nacido aquí o allá.

Desde el privilegio del buen vivir miramos a los ojos de quienes están en esos barcos; a los ojos de mujeres que sonríen a sus criaturas con la esperanza de estar «salvadas» sin imaginar que no van a tener nada fácil seguir con su proyecto de vida ni conseguir un futuro seguro y digno para ellas y sus hijas; a los ojos de hombres y mujeres que esconden sus rostros entre las manos en la cubierta hacinada de un barco que les ha rescatado tratando de olvidar los horrores que han vivido; miramos a los ojos de quienes venden en nuestras calles perseguidos como delincuentes; a los ojos de las familias y mujeres solas con niñas pequeñas que después de largos periplos por nuestras instituciones reciben 3 noches de pensión en el mejor de los casos, y luego… «no hay recursos para familias»; y a los ojos de los más de 100 jóvenes que duermen bajo los puentes de nuestra ciudad, Bilbao. Sí,  Bilbao, sin derechos, sin recursos, sin futuro.
 
No les vemos porque no miramos.

Si no cambiamos colectivamente la mirada vamos al desastre como humanidad.

Humanidad… ¿es demasiado grande la palabra? Quizás, pero es lo que nos une, pertenecer a la categoría de personas libres, solidarias y con derechos que hagan la vida digna posible; respetuosas y defensoras de la tierra, tierra de todas;  orgullosas de la diversidad y de la convivencia en paz; obsesionadas con cuidarnos y acogernos, y obsesionadas, más que nunca, con contrarrestar los mensajes y las políticas xenófobas, racistas, destructoras salvajes de todas las vidas, la humana, la primera, pero también la del planeta.

Insoportable, sí, insoportable mirar esa política inhumana que fabrica concertinas que abren los cuerpos y las esperanzas, la que reparte millones de euros a otros países para que armen sus fronteras y no dejen salir a las personas, la que convierte en un crimen la solidaridad, la que no aplica las leyes si nos protegen, la que hace leyes canallas como la ley de extranjería española, o la que permite trabajar como esclavas y esclavos a personas migrantes en nuestros invernaderos.

¿Se atreverán algún día a mirar a los ojos de la gente de aquí y de allá y poner palabras a lo que practican? «Que se mueran» estarán pensando. Da igual en una frontera en Hungría que en los campos de «concentración» en Grecia, en el Mediterráneo o en el Rio Bravo, debajo de un camión o bajo un puente en Bilbao, en los muelles de Ceuta y Melilla o en un CIE, desahuciadas por un fondo buitre o… Solo son piezas que mueven a su antojo en el juego global de intereses.

Por eso, es nuestro momento, el de la sociedad civil, es momento de levantar nuestras voces y salir a la calle, que es nuestra también. Es nuestra la responsabilidad de ir haciendo un mundo en el que merezca la pena vivir. Un mundo que nos acoja a todos y todas.

Acabamos con sus palabras: «no queremos ir a vuestras casas, queremos derechos», «no nos tengáis pena, luchad con nosotras, cambiad las leyes que nos excluyen y criminalizan».

Bilatu