Alfredo Ozaeta

Izquierda y compromiso

Considerarse de izquierdas suele dar lugar a numerosas interpretaciones o connotaciones que como la mayoría de las cosas pueden ser muy discutibles, pero si algo debe ser inherente al pensamiento o conciencia progresista además del compromiso de transformación del estado de las cosas en beneficio de la justicia e igualdad para todas en general, es la cercanía con la sociedad y su sintonía con la realidad.

A menudo, desde sectores supuestamente populares o activistas en la defensa de los derechos en general, se prefiere ser políticamente correctos antes que ser fiel a lo que la objetividad de los hechos señala, eludiendo generar controversias o incomodidades. Muy al pesar, de que las trasformaciones sociales, culturales e incluso las producidas en las relaciones laborales tozudamente nos estén avisando de que algo, o mucho, está cambiando.

La falta de crítica y autocrítica en la responsabilidad que a cada cual corresponda de que las situaciones no son como quisiéramos que fueran, o de que las mutaciones vayan en la dirección contraria a los avances pretendidos, lejos de consolidar las posiciones u objetivos deseados, alimentan precisamente los postulados o tendencias en la dirección contraria a lo que pretendemos conseguir.

Considerarse persona con ideología de izquierdas debe evidenciar sinónimo de compromiso. Comprometidos con la justicia, con la igualdad, con la solidaridad, con la paz, y con todos aquellos valores que empoderen a los ciudadanos y sociedades en términos de justicia y libertad. Y sobre todo con la verdad. Esta identidad ideológica debe situarse en las antípodas de la corrupción e incoherencia, y con cualquier tipo de ideario que atente a los principios basados en los derechos por igual para todas las personas.

Los asuntos relevantes de cualquier sociedad y por supuesto los de nuestro pequeño país no tienen por qué ser escondidos o enmascarados y deben tratarse con total rigor y responsabilidad, aunque ello remueva conciencias o genere sarpullidos en algunas capas. Lejos de lo políticamente correcto o incómodo, como hace unos días nos recordaban en este medio, hay que ser claros y abordar de forma seria y constructiva los problemas que están afectando a nuestra sociedad, y cuya repercusión puede ser determinante para el futuro de las nuevas generaciones.

Se deben corregir políticas y situaciones anómalas que son reales y comprometen, no a aspectos económicos o funcionales que en algún caso pudiera ser irrelevante, sino a la propia génesis de la izquierda, compromiso y trabajo, y al futuro del país que muchos pretendemos que más pronto que tarde sea soberano. Paralelamente, debemos tratar de implementar corrientes positivas en clave progresista y comunitaria, que a la vez garantice los rasgos identitarios, idioma, cultura, etc., de nuestra comunidad cada vez más multirracial.

Desde mi vivencia y experiencia en múltiples ámbitos y extractos sociales comparto la opinión como algo real, y sin entrar a cuestionarlo y mucho menos juzgarlo, de que una gran mayoría de las personas está contando los días para jubilarse lo antes posible, o esté pensando en dejar de trabajar, o trabajar lo menos posible, ampliar sus días libres, abusar del absentismo, reducir sus jornadas o simplemente vivir subsidiados. Que incluso considerándolo como algo consustancial con el género humano, sí que desde una perspectiva de izquierdas debiera hacernos reflexionar sobre si ese es el camino para los que vienen por detrás o si, por el contrario, debiéramos ayudarles a desbrozar otro.

Es como intentar negar que el emprendimiento de los jóvenes en proyectos o iniciativas colectivas se encuentra bajo mínimos en un entorno de cultura y tradición cooperativa. Optan por desempeños de soporte individual acorde a lo que las nuevas tecnologías o los medios prescriben y que poco o nada tienen que ver con las necesidades comunitarias.

Estando de acuerdo en que la gran parte de responsabilidad corresponde a los ejecutivos políticos por el deficiente apoyo que se presta a los jóvenes, a sus necesidades, en su orientación e iniciativas, también a veces nos olvidamos de que la mejor inversión como garantía para nuestros cómodos y merecidos retiros está en los que vienen por detrás.

Debiéramos preguntarnos el porqué la mayoría opta por estudios universitarios y no por los profesionales, ¿mayores expectativas de ingresos, trabajos más cómodos o socialmente más visibles? ¿O por qué una gran parte de ellos quiere emplearse en la administración, en sus diferentes acepciones, en organismos públicos o policías varias?

El futuro de nuestro país necesita tanto del empleo público como del privado, ambos son complementarios y no se pueden entender el uno sin el otro. En todos los casos deben ser de calidad, mesurables por su servicio a la sociedad y eficacia, por un lado, y por su competitividad, innovación y eficiencia por el otro, como aportación a la generación de empleo y puesta a disposición los recursos indispensables para la estabilidad y garantía de las necesidades de la sociedad.

Es inaplazable desde colectivos, organizaciones políticas o sindicales, y desde un compromiso progresista y abertzale elaborar un diagnóstico claro y objetivo, aunque escueza y no nos guste, de los problemas más acuciantes del país y trabajar en las soluciones. Debiera ser la base a la hora de elaborar y abordar una política social e industrial ajustada a las actuales exigencias, necesidades y cuidados de país, obviando las falsas y chantajistas dicotomías neoliberales de paz o pan, progreso o pobreza, etc., con las que nos pretenden mediatizar.


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