Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

¡Joder con los ongietorris!

Efectivamente, la desaparición de los ‘ongi etorri’s ayudaría. Ayudaría porque habríamos concluido con una política penitenciaria de ensañamiento, de venganza.

No se alarmen con el titular. Se lo he copiado a un periodista cuyo nombre no recuerdo, a cuenta del traslado de los restos del dictador Franco de Cuelgamuros hasta Mingorrubio. Un montaje electoral del PSOE para aparentar un músculo antifascista que no lo tiene. Como el del PNV a cuenta del saludo a Vox: «Nosotros que luchamos contra Hitler y contra Franco». ¡Cuánta hipocresía! Si fuera verdad aquella generación que en 1958 dio origen a ETA, a esa primavera vasca cultural y social, lo hubiera hecho de otra manera. Pero se enfrentó de veras al dictador porque, entre otras crónicas, PSOE y PNV contemporizaban y esperaban aquella ayuda exterior que nunca llegó.

El traslado de los restos de Franco, supuestamente encuadrado en una estrategia de contención del fascismo o neofranquismo, ha resultado justamente lo contrario. Una nueva humillación a las víctimas republicanas que llevan décadas sufriendo una cacería a sus convicciones que les trasladaron a aquel trágico enfrentamiento de 1936. Hoy, la derecha española, y así lo ha demostrado en su apología continuada a las señas identitarias franquistas, está tan envalentonada como hace medio siglo.

¿Por qué? Porque parece como si las operaciones de estética, esas que ocultan las bolsas de la edad, sean la única reacción a la involución que ya nos ha atrapado. Una involución que, como en otras épocas, tiene que ver con las puertas que han ido abriendo una y otra vez al monstruo. Frivolizar con el sufrimiento de una de las partes y convertir en agentes políticos a grupos ultras, enmascarados con nombres de asociaciones de víctimas, son cuestiones que acercan la involución.

Y esa alfombra roja que se expande como una epidemia tiene apoyos en declaraciones como las recientes del secretario general de Derechos Humanos, Convivencia y Cooperación del Gobierno de Gasteiz. A cuenta del alejamiento de los presos políticos vascos, que siguen sufriendo una política penitenciaria inhumana. A los que se les niegan sistemáticamente sus derechos. Para quien lo desconozca, el citado secretario general, Jonan Fernández, ha hecho una reciente valoración sobre la dispersión (Berria, 2.11.219).

Una valoración y la puesta a punto de una estrategia que el partido que gobierna en la CAV lleva manejando desde el siglo pasado. Una estrategia que responde a los mismos criterios de otras etapas políticas y que tiene su base en dos grandes apartados: la venganza como arma política y la derrota total del adversario (habría que matizar hasta qué punto considera el Ejecutivo de Gasteiz a los presos vascos, si adversarios políticos o enemigos políticos). Barnizado con el ‘euskal style’ que el lehendakari Urkullu gestiona sus dos legislaturas. Es decir, con una operación estética.

Y así, el antiguo activista Fernández, se descuelga con que su Gobierno está a favor del acercamiento de los presos (lo contrario sería ir en contra de su propia legislación), para añadir posteriormente un gran ‘pero’. El quid de la cuestión. Tras reconocer su poca autoridad en el tema, algo que traducido debería decir algo así como su pereza para abordar un cambio de paradigma que sería leído como un triunfo de la izquierda abertzale y no como un ejercicio de los derechos humanos, Fernández añadía que «una reflexión autocrítica ayudaría al acercamiento».

El razonamiento tiene su enjundia. Vayan al diccionario impartido en las primeras semanas de cualquier facultad de Ciencias Políticas y encontrarán significado a la frase de Jonan Fernández: chantaje. Efectivamente, chantaje. Con mayúsculas, con minúsculas, con el tamaño de letra que quieran. Y el primer paso en esa ‘‘reflexión’’ que el mismo secretario general citado ya ha señalado en otras valoraciones anteriores es el de abortar los llamados ‘ongi etorri’s.

El portavoz autonómico que está exigiendo una «reflexión autocrítica» a los presos políticos vascos para facilitar su acercamiento, está pidiendo, asimismo, que el resto ejerza una amnesia generalizada para ocultar responsabilidades. ¿A qué viene ahora condicionar el acercamiento cuando el Parlamento de Gasteiz, por ejemplo, no lo hizo cuando lo aprobó por sobrada mayoría? ¿A qué viene ahora frenar una exigencia sentida mayoritariamente con trabas condicionantes? ¿Diez años después de que la violencia de ETA se haya desactivado, aún con exigencias a una organización que ya no existe?

Es evidente que el escoramiento de las posiciones del equipo de Urkullu a las exigencias ultras tiene que ver, asimismo, con sus propios intereses. La comodidad histórica del PNV, tanto con el PP como con el PSOE, la ha trasladado a sus apéndices para contentar a lo que hay y a lo que venga. Los sectores ultras, la Guardia Civil y el Estado profundo exigieron la desaparición de los ‘ongi etorri’s. El Ejecutivo de Gasteiz también. La cuestión es no enfrentar, sino arrimarse.

Cada vez que ha habido un cruce de caminos, la dirección jeltzale ha tomado la vía hacia España. Por eso es fácil aventurar la próxima de Fernández, cuando sus deseos de autocrítica/amnesia no se cumplan. Las transferencias pendientes, las penitenciarias, las de ese Estatuto incompleto, tienen la culpa. Pero, esta vez también otro ‘pero’, no vayamos a enfadar a la bestia.

Efectivamente, la desaparición de los ‘ongi etorri’s ayudaría. Ayudaría porque habríamos concluido con una política penitenciaria de ensañamiento, de venganza. Porque los presos habrían regresado a sus casas y no sería necesario recibirlos nuevamente. Porque, finalmente, el Estado español habría terminado con una política que contó con el apoyo del PNV (sin amnesia) que alejó a miles de presos de su origen. Y porque habríamos concluido con el chantaje como ecuación política. Porque, memoria señor Fernández, esos presos a los que pone condiciones para acercarlos, no pudieron visitar al padre enfermo antes de morir, no pudieron abrazar a su madre en los últimos 15 años.

¿De qué reflexión nos habla?

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