Antonio Alvarez-Solís
Periodista

¿Justicia o venganza?

He leído con todo cuidado, y desde el horizonte profundo que a la justicia dio la Ilustración o Europa de la razón, la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre esa monstruosidad jurídica e inhumana que se conoce por ‘doctrina Parot’.

La he leído principalmente para remontar la preocupación que me ha embargado durante los últimos años, en que me he preguntado si España recuperaba la venganza como medida de la justicia. Cuando tropecé por primera vez con la doctrina Parot me asombró que España decidiese renunciar a las leyes nobles que ha costado siglos conseguir para hacer del Derecho una institución de rango moral superior en que el castigo y la humanidad han de condicionarse mutuamente a fin de proteger a la sociedad de la injuria del daño y, a la vez, lograr una verdadera paz del espíritu. Cuando se aplicó la doctrina Parot sentí como un regreso a la barbarie.

La primera conclusión de mis cavilaciones sobre la sentencia del TEDH es que los magistrados de la alta institución forense han decidido restaurar la majestad humana de las leyes frente a esa vieja y ruda postura de venganza a que antes me refería, avalada lastimosamente por la toga. La frontera que trazó a mediados del siglo XVIII César Beccaria en su obra ‘De los delitos y las penas’ había sido repasada por unos jueces que recuerdan mucho a los jueces reales anteriores a la Revolución Francesa, que dictaban sus sentencias con una inadmisible voluntad de rango político.

Con la doctrina Parot España despreció otra ocasión de oro para progresar en la modernización judicial, ya que había renunciado a tantas otras modernizaciones. Achaco este desprecio del progreso al delirante integrismo que parece informar la gestión ministerial del Sr. Gallardón, de la que habrá que salir con difíciles maniobras para no acentuar el desbarajuste social existente. Espero que ahora Madrid no profundice en esa arrogante actitud que ha alejado a los españoles del diálogo necesario en las ocasiones cruciales para su existencia como nación y como Estado. Si los españoles pretenden ser visibles han de despreciar todos estos primitivos y desafiantes instrumentos que expulsan a España de una apreciable vida internacional.

Convertir una sentencia en algo deformable en cuanto a su duración es lo mismo que privarla de su sentido esencial al arrojar al condenado a un pozo sin fondo. Por otra parte, y contra lo que piensan muchos españoles amantes del recurso a la violencia, obrar judicialmente de tal manera no expresa valor sino cobardía frente al justiciable. La doctrina Parot solo puede aplicarla un Estado que no sabe qué hacer con un problema y se declara en quiebra intelectual para recurrir seguidamente a la tortura. Tras la doctrina Parot hay no sólo una judicatura sometida al poder político, repleto a su vez de impotencia, sino una ciudadanía que anhela crueldades tales como la pena de muerte, aunque no se atreva a tal confesión. Una ciudadanía sin madurez ni respeto a si misma.

La garantía de un derecho tan complicado moralmente como el derecho penal, ya que juega con el máximo valor humano que es el de la libertad, está en la claridad de sus límites. Un Estado incapaz de límites –y la doctrina Parot los suprime– es un Estado en régimen permanente de excepción. La España caudillista, esto es, la que renuncia al pensamiento sereno, padece una terca pervivencia. Un filósofo y moralista de la magnitud de Kant denunció, desde su alta calidad ética, a los individuos o sociedades incapaces de pensar por su cuenta. Esos individuos y esas sociedades constituyen un peligro particularmente grave para los demás por la carencia de diseño moral. El adversario es convertido en enemigo y esto aterra a los españoles con alguna traza de estructura intelectual. En el caso que nos ocupa estamos viviendo en España una época de derecho y justicia contra el enemigo.

¿Qué hará ahora el Gobierno de Madrid ante la sentencia dictada en Estrasburgo? El papel que tiene ante si es difícil. Supongo que acosará a las altas instituciones judiciales para que inicien un juego de ocultaciones, maniobras y manipulaciones procesales para obviar esa sentencia. No recurrirá el Gobierno a una postura de clara desobediencia, porque sabe que eso le enturbiaría aún más las aguas internacionales, que le son crecientemente adversas. Operará trileramente cambiando de cubilite con habilidades de patio de Monipodio. Pero algo así no hará más que profundizar la debilidad política gubernamental.

Ya ha empezado de alguna manera este juego de “muestro y oculto –muestro adhesión y oculto desobediencia– con el urgente rescate que el gobierno de Madrid hace de ETA como referencia aún viva para acogerse al sagrado de la lucha contra la autohibernada organización vasca. Hay que decir, llegados aquí, que el mantenimiento de ETA en una vaga atmósfera de peligro vivo es la última baza que le queda por jugar a la tropa del Sr. Rajoy, y algún que otro nacionalista de boina azul, ante la creciente marea independentista en Euskal Herria. El ‘heroísmo’ del Sr. Rajoy y los suyos, ahora posibles objetos de la doctrina Parot si funcionase coherentemente la justicia respecto a ellos, consiste en dar lanzadas a moro muerto.

Lo que queda también por ver es si el Tribunal Europeo de Derechos Humanos no será desasistido por las instancias políticas comunitarias para que su histórica decisión quede relegada a la crónica de papel. Si ocurriera tal cosa la Europa Unida dejaría su espalda al aire y daría un paso más hacia su visible futuro de disolución. Los europeos no esperan gran cosa de Bruselas en lo que se refiere a una política eficaz respecto a la liberación de los pueblos que buscan su propio ámbito de existencia.

De cualquier forma y pese a lo que suceda en torno a la decisión de Estrasburgo, esa sentencia hincha las velas de la lucha por la soberanía en aquellas naciones que se ven paradójicamente oprimidas por los Gobiernos que dicen defender su ‘benéfica’ situación unionista. El muro de Berlín de la reaccionaria Europa jacobina se ha venido abajo en una sus partes más combativas, Euskal Herria. Y la libertad ha dado un paso más. Esto es lo que celebran los vascos tras tanta opresión y mentiras de vídeo.

De Madrid se sabe todo lo que acontecerá; de Gasteiz se espera aunque sea algo. Es en Gasteiz donde se va a fijar la línea de ‘frente’, ya que en el Gobierno español no queda sustancia sobre la que operar políticamente. Es un Gobierno en trance de supervivencia, que ahora ha recibido un mazazo más. No tiene muchos recursos en su mano. Quizá ahora apresuren el ritmo de su legislación represora para justificar cara al futuro la doctrina Parot y evitar así el escollo de la retroactividad. Pero ¿de que víctimas podrán disponer con esas posibles nuevas normas cuando en toda Euskal Herria la paz material es un hecho incontestable? ¿Más detenciones, que lo único que consiguen es deteriorar la imagen de la policía, con la foral en primer término? ¿Serán tan torpes? ¿Es posible seguir hablando ya hoy del entorno de ETA? Madrid ha sido eliminado sustancialmente del debate sobre su absurda política penitenciaria, que mantuvo contra toda visión aceptable. El Sr. Rajoy ya no cuenta con aliados ciertos. Ahora toca a Gasteiz alentar un movimiento potente de unidad en torno al futuro soberano de Euskadi. Una política sin malabarismos.

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