Juventud «antifascista», pero poco feminista
Escribo desde el enfado, el cansancio y la frustración. Estos días en Pamplona hemos vivido una escena que, aunque pueda parecer similar a lo que ha pasado en otras universidades, en realidad, bajo mi mirada, fue muy distinta.
En otros campus de España, hombres y mujeres han salido conjuntamente a gritar consignas antifascistas y a plantarle cara al discurso del odio. Aquí, un macrogrupo formado mayoritariamente por hombres jóvenes decidió salir a «enfrentarse» al agitador de ultraderecha que anunciaba su visita a la universidad privada... un acto que, por cierto, ni siquiera llegó a celebrarse. Aun así, ellos salieron. Salieron igual, a liarla, a hacerse notar, a ver quién gritaba más fuerte o quién daba la imagen más combativa. Y no porque las mujeres no tengamos nada que decir ante el odio o el fascismo, sino porque estábamos en otro sitio: en el que parece que solo a nosotras nos preocupa y nos ocupa.
Las mujeres estábamos organizándonos y manifestándonos en la UPNA contra la violación múltiple que tuvo lugar en la carpa universitaria el pasado viernes, o concentradas por los feminicidios de las últimas semanas en la Plaza del Ayuntamiento, en una convocatoria este mismo miércoles.
Mientras unos jugaban a ver quién la liaba más en las calles en nombre del antifascismo, las mujeres, una vez más, sosteníamos el dolor, la rabia y la lucha real por los derechos y la seguridad de todas. ¿Dónde estaban ellos? Los mismos que se dicen «aliados», los que se llenan la boca de discursos progresistas, los que dicen ser feministas. De verdad, ¿dónde estaban? Spoiler; no aparecieron. Ni en esa concentración, ni en las que grupos de mujeres promueven prácticamente cada semana porque han asesinado a una de las nuestras, esas donde apenas son «cuatro y la del tambor».
Y lo más grave es que esto no nos sorprende. Porque el machismo que tanto niegan tener se refleja justo en este tipo de actuaciones: cuando deciden presentarse a un acto vacío que no se iba a celebrar solo para gritar y liarla, pero no salen con la misma fuerza ni la misma rabia cuando nos violan o nos matan. Porque parece que todo lo que tiene que ver con nosotras; con nuestras vidas, con nuestros cuerpos, con las violencias que sufrimos a diario, no les preocupa ni les ocupa. Porque proclamarse feminista da prestigio, pero solo mientras no haya que implicarse de verdad. Porque cuando el compromiso exige ceder espacio, ya no suma puntos en su guerra de egos masculinos, esa eterna competición por ver «quién la tiene más grande», también en las calles.
Estoy cansada. Cansada de señalarlo y de que se ofendan. Cansada de que se protejan entre ellos, de que no sean capaces de revisarse, mirarse y reconocer el machismo que llevan impreso en la piel, de que nosotras sigamos cargando con el peso de la conciencia colectiva.
Si de verdad quieren un mundo más justo, empiecen por mirarse al espejo. Porque el antifascismo que no es feminista no es antifascismo. Y porque si cuando violan, asesinan o humillan a una mujer, los hombres no estáis, tampoco estáis en el lado correcto de la historia. Y sí, esto va por vosotros: por los que os decís «feministas» o «aliados», por los que decís estar «del lado bueno», pero que solo os movéis cuando hay ruido o cámaras. No basta con decirlo, hay que demostrarlo. Porque mientras sigáis mirando hacia otro lado, seréis parte del mismo problema que tanto decís combatir.