Alfredo Ozaeta

La bolsa o la vida

Estamos asistiendo a un debate con derivaciones conflictivas a nivel mundial donde se tiende a minimizar por algunos sectores la gravedad de la pandemia en beneficio del sistema capitalista y su voracidad de rentabilidad.

Sirva esta manida sentencia, por cierto atribuida a los bandoleros o atracadores españoles (que poco han cambiado algunas cosas a pesar del tiempo transcurrido), para realizar algunas reflexiones acerca de la situación creada y sobrevenida en algunos casos, en relación a la pérdida de valores éticos, morales, sociales…; humanos en definitiva, en favor de los materiales.

Esta manoseada frase ha dado lugar a innumerables escritos, tesis, títulos de libros, etc. Algunos de ellos actuales en relación a la pandemia y otros más lejanos entre los que destacaría el de Vicky Robin y Joe Dominguez, de título como el encabezamiento y publicado sobre 1992, donde en síntesis nos invita a dar pasos tendentes a transformar nuestra relación con el dinero, contraponiendo otros aspectos de nuestra existencia e interrelaciones para conseguir el control de nuestras vidas sin la exclusiva dependencia de él, al objeto de mejorar nuestra realidad, la de los demás y al menos obtener la libertad inmaterial.

Pues bien, a pesar de lo mucho que se ha parafraseado y utilizado, pocas veces hemos analizado en profundidad la carga filosófica y de vida que conlleva la elección entre estas dos opciones máxime cuando una de ellas es determinante. En la mayoría de los casos partimos de un error de concepto al considerar estas dos opciones como vinculantes y/o condicionantes, y nada es más falso, si no hay vida, todo lo demás carece de valor, no existe, por tanto la elección es clara: hay que apostar por la vida a pesar de que la cesión de la bolsa tampoco sea garantía definitiva para preservar nuestra supervivencia.

En estos momentos estamos asistiendo a un debate con derivaciones conflictivas a nivel mundial donde se tiende a minimizar por algunos sectores la gravedad de la pandemia en beneficio del sistema capitalista y su voracidad de rentabilidad. El sistema es consciente de que sin salud no hay productividad pero traduce uno de los pilares de su agotado modelo: oferta y demanda, al binomio de inteligencia artificial y mano de obra, dando por resuelta la ecuación en su esquema neoliberal ya que la oferta de fuerza de trabajo es de tendencia alcista en relación a su demanda. Siempre tratando de reformular y adaptarlo a sus intereses en vez de provocar su cambio que es lo que muchos entendemos que se debiera producir.

Con estos mimbres desde múltiples instancias y opciones políticas conservadoras continuamente se nos trata de interpelar que si queremos mantener lo que ellos llaman calidad de vida, que no es otra cosa que consumismo desmedido e innecesario en la mayoría de los casos, debemos sacrificar valores y derechos, nuestra salud incluida. Y para nada debemos participar de la dicotomía de plato de sopa o medicamentos, conocedores de que una gran mayoría por necesidad escogería lo primero sobre todo si las patologías no causan dolor. De alguna manera es a donde nos quieren llevar, a elegir entre seguir alimentándonos u optar por nuestra salud, cuando ambos son derechos inherentes a nuestras vidas y totalmente complementarios. Como si no podemos explicarnos los recortes continuados en sanidad y su desmedido interés en privatizar sus servicios con la cantinela de que no hay suficiente dinero, cuando recursos, activos y capacidad de endeudamiento por parte de los gobiernos e instituciones hay de sobra. Otra cosa es su aplicación y el carácter social que se quiera dar al gasto en contrapartida a aplicarlo en mega proyectos sin retornos ni beneficios para la ciudadanía. Llegan incluso, ¿se le puede llamar chantaje?, a decirnos que si no recortan las dotaciones para esos servicios públicos básicos podrían verse disminuidos nuestros ingresos, vía subida de impuestos, bajada de pensiones, salarios, ayudas, etc.

Un claro ejemplo son las medidas dispuestas recientemente limitando aforos, actividades, ocio, restricciones y cierres en hostelería, siempre con afección al pequeño empresario o autónomo pero nunca en actividades productivas y centros de trabajo cuya dimensión, influencia e interés económico supera la capacidad de decisión o competencia de los políticos de turno. A pesar de que el contacto y riesgo de contagio pueda ser el mismo o mayor, por el agrupamiento, masificación y las necesidades que la actividad laboral y desplazamiento al centro de trabajo imponen.

La cascada de decisiones de los últimos días es un claro ejemplo de ello, toman medidas cuando los efectos, secuelas e influencias sanitarias, sociales y económicas ya se han instalado entre nosotros, en vez de anticiparse en la previsión de las causas que las provocan. Siguen sin hacer pedagogía en la explicación a la sociedad en general de la gravedad de esta pandemia, sus consecuencias y la exigencia de tomar decisiones, en muchos casos contundentes, para frenar su propagación.

Así asistimos a los bochornosos y vergonzosos espectáculos en algunas comunidades como en la de Madrid, donde algo tan importante y tan universal que no admite, raza, ideología o religión como es la salud, se ve condicionado por sus disputas políticas, intereses personales y partidistas anteponiendo sus objetivos de poder y beneficio a la seguridad de sus ciudadanos, utilizándolos como arietes para derribar a sus adversarios políticos, donde si faltaba alguien también los jueces nos dejan su impronta política.

Qué futuro nos espera con estos gobernantes, que salvo honrosas excepciones, además de no hacer su trabajo utiliza como chantaje nuestra salud para conseguir sus prebendas y dividendos, para obtener el poder a consta de nuestras vidas. No deja de ser una reedición del bandolerismo y delincuencia organizada, y donde además de quitarnos la bolsa ponen en riesgo nuestras vidas. ¡Pero que vamos a esperar de un país donde el fraude es moneda al uso, justificándolo en que cómo van a dar dinero a los políticos que nos roban y a la monarquía e instituciones corruptas! Luego curiosamente son a los que votan, justifican y en muchos casos aplauden. Siguen anclados en el pasado, en la época de la picaresca que Francisco de Quevedo ilustro en la Historia de la vida del Buscón allá por 1626.

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