José Díaz
Licenciado con Honores en Política Internacional por la Universidad de Stirling (Reino Unido)

La caída del Muro de Berlín en 1989 y la militarización otanista de las fronteras con Rusia en perspectiva comparativa

El próximo 9 de noviembre de 2024, habrán transcurrido 35 años desde la famosa caída del Muro de Berlín en 1989. El llamado «talón de acero» como locución histórica de las fronteras físicas que desde su construcción en agosto 1961 dividía al mundo en dos campos y definía los contornos de la bipolaridad en las Relaciones Internacionales, además de ser un símbolo de la Guerra Fría entre Estados Unidos (Occidente) y la Unión Soviética junto a sus satélites del Bloque del Este.

Desde la visita histórica del entonces Presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, a Alemania Occidental, donde pronunció su famoso discurso de Berlín el 26 de junio de 1963, en la que entonó su memorable «Ich bin ein Berliner» frente al muro que separaba a Alemania Occidental de la Oriental. En imágenes de ese discurso histórico de Kennedy en Berlín se puede apreciar la icónica Puerta de Brandeburgo como telón de fondo, aunque ésta se encontraba de facto en territorio de la República Democrática Alemana (RDA). No fue hasta el 12 de junio de 1987 cuando se volvería a dar otra escenificación histórica con un discurso ante el Muro de Berlín pronunciado en esta ocasión por el presidente estadounidense, Ronald Reagan, en cuyo discurso acuñó su famosa frase: «señor Gorbachov, ¡derribe este muro!».

Tras una fatídica rueda de prensa concedida por Günter Schabowski, un alto funcionario del Comité Central del Partido Socialista Unificado de Alemania en la RDA, aquel 9 de noviembre de 1989 propició accidentalmente la desaparición de la frontera interalemana, lo que provocó una espontánea movilización y concentración social de las masas berlinesas a ambos lados del muro tras malinterpretarse las palabras de Schabowski como vía libre a la libre circulación interalemana con efecto inmediato. Entre el desconcierto y la parálisis del ejército y fuerzas de seguridad de la RDA y la movilización del pueblo berlinés, se acabó gestando el derribo del muro a golpe de mazo y es lo que se conoce hoy como la reunificación de Alemania (aunque semánticamente la llamada reunificación sea debatible en términos históricos y políticos desde una perspectiva crítica). No obstante, la caída del Muro de Berlín y la reunificación se convirtió en todo un referente occidental de aires de libertad y democracia liberal frente a la caída del comunismo en gran parte del Bloque del Este ese mismo año. De lo que no cabe duda es que al entonces canciller la República Federal Alemana, Helmut Kohl, se le abrieron los cielos en ese preciso instante.

Seguidamente, vino la hecatombe con la desintegración de la URSS de la mano del dirigente díscolo del PCUS como fue Mijaíl Gorbachov quien acabó por enterrar a la Unión Soviética en 1991 tras su incompetencia y deslealtad (aunque en Occidente se le considere un héroe por esta supuesta hazaña histórica) junto al oportunista y pérfido del presidente ruso, Boris Yeltsin (también conocido como el borracho de Moscú) quien no dudó en apuñalar metafóricamente a Gorbachov cuando se le presentó la oportunidad y, posteriormente, dándole el tiro de gracia a todo resquicio del aparato del PCUS tras el golpe de Estado orquestado por el mismísimo Yeltsin durante la crisis constitucional de 1993. Yeltsin se dejó embaucar por cantos de sirena estadounidenses para importar la flamante democracia liberal y abrazar el capitalismo, prometiendo a sus compatriotas un futuro más próspero para Rusia y el pueblo ruso. ¡Pobre iluso! Gracias al pitiyanqui y vendepatria de Boris Yeltsin, el pueblo ruso se vio sumido en la más absoluta pobreza de la noche a la mañana, atravesando la mayor crisis económica de su historia contemporánea durante algo más de una década (a excepción de los oligarcas que se enriquecieron en la base del robo de lo público y del pueblo ruso durante este periodo).

Volviendo al 35° aniversario de la caída del Muro de Berlín y lo que supuso, posteriormente, la caída de la URSS, abriendo una nueva era en Relaciones Internacionales, comprendido como el momento Unipolar de los Estados Unidos. Tras la expansión de la OTAN hacia los países de Europa del Este, desde los Estados bálticos hasta Polonia, la injerencia política de Estados Unidos y la OTAN en Ucrania desde el Euromaidán en 2014 sentaron las bases para una nueva confrontación internacional contra una Federación de Rusia resurgente como gran potencia regional y global de la mano del presidente ruso, Vladimir Putin (tras su intervención en el conflicto en Siria apuntalando al régimen de su aliado Bashar al-Assad frente a la amenaza del yihadismo global promovida por la injerencia de potencias extranjeras). El autor se posiciona firmemente y considera una auténtica provocación clara y directa por parte de Occidente y la alianza atlántica, su injerencia en Ucrania como detonante de una amenaza existencial para la seguridad nacional de Rusia, poniéndole al enemigo [la OTAN] a las puertas. Ante semejante provocación y amenaza existencial, Rusia tuvo que responder con reciprocidad para posicionarse a la defensiva e impedir que Ucrania cayese en las garras del imperialismo norteamericano y evitar que la alianza atlántica se asentase permanentemente en su patio trasero, comprendido como el espacio postsoviético y considerado tradicionalmente bajo la esfera de influencia de Rusia.

La presencia de la OTAN en Ucrania y un régimen de Kiev dirigido por y a las órdenes de Washington D. C.es lo que ha propiciado un clima hostil conducente a una nueva Guerra Fría 2.0 con la Federación de Rusia. Además de esto, mediante una miríada de sanciones impuestas a la Federación de Rusia por Estados Unidos y sus leales escuderos en la Unión Europea, han vuelto a fracturar y polarizar al mundo en dos con el fin de mantener la supremacía hegemónica de Estados Unidos en el tablero de la política internacional frente a la emergencia de potencias como Rusia y China como viene argumentando el autor durante estos últimos dos años y medio a través de varias entrevistas y debates en distintos medios y mediante varias publicaciones abordando la multipolaridad emergente y la agresión «in crescendo» de una potencia decadente como viene a ser Estados Unidos que busca perpetuar a toda costa su posición de dominación global.

El autor quisiera hacer una breve reflexión, a modo de perspectiva comparativa, sobre la caída del Muro de Berlín y las nuevas fronteras físicas que los miembros de la OTAN han levantado, cerrado y militarizado en su enfrentamiento con la Federación de Rusia. Estas fronteras físicas, valladas y militarizadas con Rusia suponen una fractura territorial física que va desde Noruega, pasando por Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia. En vista de todo esto, resulta inevitable preguntarse: ¿de qué sirvió derribar el Muro de Berlín en 1989? ¿Acaso fue un despropósito?

Ante esta nueva Guerra Fría 2.0 con el trazado de una nueva línea divisoria física, terrestre y militarizada que vuelve a fracturar el continente europeo una vez más, en su intento por aislar y contener a Rusia del mundo exterior. El autor considera que la caída del Muro de Berlín en 1989 sirvió para alcanzar dos objetivos geopolíticos fundamentales más allá de la supuesta reunificación de Alemania, tal y como demuestran los hechos: 1) Cooptar ideológicamente y militarmente a los países de Europa del Este, quienes una vez fueron miembros del antiguo Pacto de Varsovia alineados con Moscú, ahora bajo el paraguas, orden y mando de la alianza atlántica; 2) La expansión de la OTAN hacia el Este hasta llegar a la frontera con Rusia para levantar un nuevo muro de contención militar atlantista con ambiciones imperialistas.

Resulta esencial no dejarse influenciar ni caer en el revisionismo histórico que intentan implantarnos los voceros atlantistas −ya que son maestros de la desinformación− para poder entender con mayor precisión la coyuntura actual. El autor insiste en que la <> fue una de las cuestiones más importantes y candentes en las negociaciones entre Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan ante la cual los estadounidenses dieron garantías para llegar a un acuerdo en la firma del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF) el 8 de diciembre de 1987. Por tanto, aquí hay dos cuestiones sobre las que ponderar. Por una parte, la tremenda ingenuidad del dirigente soviético, Mijaíl Gorbachov, por confiar ciegamente en las garantías que le fueron concedidas por el presidente estadounidense, Ronald Reagan. Y, por otra parte, tan solo plantearnos el valor que puede tener o la credibilidad que merece la palabra de cualquier diplomático o presidente estadounidense en materia de política internacional. Ninguna. Y más cuando se trata de una nación como Estados Unidos, con sed de poder y dominación; de naturaleza imperialista y militarista; depredador de recursos; sin ética y sin escrúpulos. A juzgar por su trayectoria, el autor señala y enfatiza que atributos como la perfidia, el engaño y la agresión son propios de la política exterior de Estados Unidos y, probablemente, sean los más característicos que lo definen en las Relaciones Internacionales.

En cuanto a las fronteras físicas, esos muros de contención militarizados que han levantado los miembros de la OTAN con Rusia, habrá que preguntarse lo siguiente: ¿En qué lugar deja a Occidente? ¿Dentro o fuera de esos muros? Es una pregunta interesante, porque a la vista queda que la Federación de Rusia sigue tendiendo puentes y estrechando lazos diplomáticos en Asia, Oriente Medio, América Latina y en África. ¿No será que entre estos muros Occidente se ha aislado a sí misma de forma inadvertida del mundo exterior después de todo?; sentenciándose así a la irrelevancia de la política internacional en la era de la multipolaridad.


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