Itziar Fernandez Mendizabal
Activista feminista y de Ongi Etorri Errefuxiatuak

La calle es nuestra y juntas hay esperanza

Cuando nos movemos, se nota nuestra fuerza. Por eso tenemos que obligar a quienes gobiernan a que cuenten con nosotras, y eso supone hoy cambiar las prioridades. Poner a las personas y sus vidas por delante de los negocios y los mercados.

Pero no sólo por la cuestión de las pensiones o por los feminismos. Tenemos que obligar al poder a cambiar sus prioridades. No pueden ser ni el rescate de los bancos, ni el TAV, ni las incineradoras y autopistas, ni sus sueldos vitalicios, ni la corrupción que no cesa. Esas son las prioridades de quienes nos empobrecen día a día y saquean lo público, privatizándolo después. Las prioridades de la CEOE, CONFEBASK y el IBEX 35, ejecutadas por sus dóciles testaferros del PP-PSOE o Ciudadanos, y en nuestra casa por el PNV y el PSOE.

Ellos, a veces solos y otras en complicidad, vienen destruyendo desde hace muchos años el sistema de pensiones. No se trata solo de denunciar el vergonzoso 0,25%, sino de cómo y en que se ha gastado la hucha de las pensiones contributivas, de cómo deben garantizarse en el futuro a cargo de los ingresos del Estado, y de que cuanto antes se transfieran mejor. Hay que hablar de empleos dignos y sostenibles, de reparto de los trabajos y de evitar la emigración forzosa de jóvenes. Hay que hablar de una pensión mínima de 1.080 euros, una RGI sin las cortapisas que se están mascando y, en consecuencia, de limitar los sueldos y beneficios máximos de esa minoría saqueadora.

Hay que hablar de todas las personas excluidas que malviven en los márgenes de esta sociedad, que carecen de trabajo y de protección, o que tienen trabajos precarios que no permiten vivir con dignidad, como los manteros o las internas domésticas, nuevas esclavas del siglo XXI, de cuya inseguridad casi nadie habla. Hay que hablar de las personas migrantes y refugiadas, obligadas a huir de sus países por guerras, por el cambio climático, por género o por los abusos de las empresas transnacionales que expolian sus recursos. Y este nuevo colonialismo hoy lo están llevando a cabo los gobiernos llamados «demócratas» del mal llamado primer mundo. Para ello utilizan un nuevo racismo, que ahora incluye a todas las personas pobres, aporofobia se llama. La raza, el color, la diversidad sexual, la religión los convertimos en elementos racistas solo con las personas. Las y los ricos tienen permitido ser diferentes, pero la gente pobre siempre hace feo y deprecian los lugares. No es que seamos racistas, es que «perjudican» los negocios.

Tenemos que decidir qué tipo de sociedad queremos construir. Si queremos mantener un mundo con millones de personas sobreviviendo con 1,5 dólares/día, sin acceso al agua potable, sin escolarizar, o desplazándose de un continente a otro para salvar la vida… aún a costa de perderla en el intento o acabar esclavas o presas en un CIEs.

Estos días lo estamos comprobando de nuevo: las indignadas somos mayoría: las mujeres discriminadas, las pensionistas usadas y tiradas, las migrantes esclavizadas y perseguidas, las paradas o precarizadas, somos la mayoría en esta sociedad, y cuando nos movemos, se nota nuestra fuerza. Por eso tenemos que obligar a quienes gobiernan a que cuenten con nosotras, y eso supone hoy cambiar las prioridades. Poner a las personas y sus vidas por delante de los negocios y los mercados.

Si somos capaces de actuar juntas «esta lucha la vamos a ganar». Se trata de poder vivir vidas que merezcan la pena. De reconquistar todo –pensiones, empleos dignos, derechos, igualdad de oportunidades, bienestar social– es decir, lo que nos han ido quitando, y de impedir que sus leyes mordaza y sus variadas policías nos conviertan a la ciudadanía en súbditas mudas.

Ahora, que estamos experimentando la energía y alegría que da el luchar unidas –mayores y jóvenes, gente de distintos colores, pero todas personas– es el momento de soñar y de lograr lo que nos propongamos. Por quienes nos precedieron en estas luchas, desde Olympe de Gouges o las sufragistas hasta las y los sindicalistas con conciencia de clase, pero también por quienes nos siguen. Lancemos un órdago a lo grande a esta sociedad capitalista y heteropatriarcal. Construyamos una alternativa donde todas las personas seamos protagonistas de nuestro futuro, donde la igualdad sea real y la riqueza se reparta equitativamente, sin destrozar el planeta. No dejemos por más tiempo que estas derechas casposas y meapilas controlen nuestras vidas y las de todas las personas a las que queremos. ¡Todos los derechos para todas las personas!

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