Joseba Eceolaza
Miembro de Batzarre

La confluencia de las ideas

La tarea de unir e integrar pide una visión lúcida de la izquierda y la sociedad porque lo que está en juego no es solo el ahora.

Cuando pasen unos años, por eso, deberemos medir y contrastar el impacto que ha tenido este ciclo de protesta en varios campos: en la apertura o no de las instituciones, en la reconexión de las mediaciones (política, sindical y social) con la sociedad, en la cultura participativa de las organizaciones, en la innovación democrática, en la consolidación de circuitos de participación plurales e inclusivos…

Y en Navarra específicamente, deberemos evaluar la fuerza de la izquierda social: en sus nuevos equilibrios, en su nueva representación institucional, en la capacidad de renovar ideológicamente, en la virtud de cultivar una cultura de izquierdas atractiva, en la construcción de una hegemonía que nos ubique en una posición política, un ambiente, una cultura, unas relaciones sociales, unos rituales, un pegamento emocional libre y autónomo…

Por eso uno de nuestros retos, el de la izquierda social donde ubico a Batzarre, es el de la ampliación del espacio de la política. En nuestro caso el impulso transformador no ha estado reñido con cierto toque de realismo en la mirada a la sociedad, a las mayorías sociales y por eso evitando supuestos de pureza o perversión, debemos seguir mirando al activismo social en este nuevo tiempo de gestión institucional.

En mi opinión sería un error suponer que la relación entre movimientos sociales y partidos sea por definición contaminante, ni siquiera doy por supuesto que mantener a las organizaciones civiles alejadas de proyectos políticos constituya siempre una virtud. Los casos del ecologismo, la insumisión, las demandas del colectivo LGTBI, la memoria histórica o la solidaridad ante la exclusión social por poner varios ejemplos, son experiencias en las que la colaboración de ambos espacios ha sido positiva.

El riesgo que tiene la participación de grupos de izquierdas en los gobiernos es precisamente que afloren las formas más negativas en esta relación. Es decir que de la movilización y la participación pasemos a la cooptación y la restricción. Por eso tiene que haber un estimulo de la participación y la movilización a pesar de estar en el gobierno, fortaleciendo los patrones asociativos, porque los movimientos sociales suponen un contrapeso importante también ahora que nos toca gestionar. Tenemos que seguir cultivando esa inteligencia social que nos ha hecho ser creativos en ideas y proyectos.

Por otro lado, más que una ruptura con el pasado, necesitamos una ruptura con un determinado pasado, más que expulsar a toda una generación del ámbito de la representación institucional necesitamos desechar un modelo de partido concreto. Quienes nos sobran son las elites de aquella época, no los hombres y mujeres que lucharon y luchan. Esta generación fue la protagonista del movimiento de protesta más influyente de la transición, que fue el sindical, muy por encima de cualquier otro.

De ahí que sea interesante que haya un diálogo generacional fructífero y una conciencia de que lo nuevo no siempre es bueno ni inédito. No es raro que movimientos que representan ansias de cambio y renovación abracen formas, propuestas o ideologías viejas… ya ocurrió en mayo del 68. Y al final volvió a ganar De Gaulle. Por eso seamos exigentes con el pasado y solventes en el futuro.

La confluencia, en mi opinión, debe plantearse entre quienes realmente podemos confluir, no como una expresión abstracta (somos todos de izquierdas) sino como algo tangible y demostrable (proyecto de sociedad compartido). Y el campo de la unidad, a mi juicio, está claro: es el de las gentes que priorizamos lo social por delante de otras cuestiones. Por eso también, no podemos caer en una especie de verbalismo aparatoso a favor de la unidad con quien sea, sin tener en cuenta en el análisis, los problemas que eso tiene. Está en juego rehacer la identidad de la izquierda social, tenemos que repensar nuestro ser y nuestro estar y la unidad es ahora y es en común. Desde el respeto y la modestia, pero también desde la conciencia de lo que nos estamos jugando.

En Navarra, especialmente las izquierdas, hemos vivido de espaldas. En este sentido, Izquierda-Ezkerra rompió una inercia de separación que veníamos sufriendo desde la transición y Podemos ha generado nuevas ilusiones. Por eso vivimos un momento de oportunidad política para hacer las cosas de otra forma, solos y por separado no podemos.

Por eso necesitamos un proceso de confluencia a la navarra, aprendiendo de las mejores experiencias que se han dado en otros sitios del estado, pero sin injerencias. Que ponga en valor el trabajo social, que mira a esa sociedad de izquierdas que hace de las mejores causas sociales su identidad y hace del respeto y el reconocimiento de la pluralidad su convicción.

Tenemos que ser un buen instrumento para la contención del frentismo y la ruptura social, presionando a favor de la convivencia y el reconocimiento mutuo. La cultura de los derechos humanos debe impregnar cualquier experiencia común, y eso requiere evitar la abstracción y la ambigüedad sobre la valoración que tenemos ante el actuar de ETA en democracia, y en otro plano sobre las vulneraciones de derechos humanos por parte del estado.

Compartimos ámbitos de reivindicación, compartimos mirada social, compartimos proyecto de sociedad, nadie entendería que no nos dejáramos la piel en tratar de consolidar ese polo social y así fortalecer la parte del cambio que es de izquierdas y es transversal.

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