Rosa Abal
Trabajadora cultural y creativa

La cultura de campaña

Pero mientras en el confinamiento se consumía cultura, el sector se consumía. Se desesperaba porque veía que toda su fragilidad empezaba a dejar ver la precariedad que todas conocían.

Desde el momento en que la cultura se paró, y no hay que olvidar que fue uno de los sectores que primero lo hizo, una reacción global inundó de cultura y creatividad la vida de toda la ciudadanía, los balcones se convirtieron en dispositivos escénicos para acoger todo tipo de propuestas y coreografías, interpretaciones musicales, parodias, maratones de series, literatura, películas, visitas virtuales a museos, obras de teatro on line incluso las aves del Urdaibai cantaban en exclusiva para nosotras. Las redes, las noticias, los diarios, las tertulias fueron el escenario para ofrecer tan diversa programación creativa. Era la fantasía de cualquier creador, por fin, la ciudadanía valoraba el poder de la cultura, la creatividad y su capacidad transformadora.

Pero mientras en el confinamiento se consumía cultura, el sector se consumía. Se desesperaba porque veía que toda su fragilidad escondida bajo el maquillaje de la dedicación empezaba a dejar ver la precariedad que todas conocían, pero que todas callaban. Son décadas tirando hacia delante sin pararse a pensar que el modelo de la política cultural de este país no funciona. Y que las personas responsables de esas políticas solo lo intentan, trabajan en ello pero siguen sin entender y conocer de manera integral las necesidades de las organizaciones y las peculiaridades que afectan a las trabajadoras de la cultura.

Hemos leído artículos de visionarios de todo el mundo sobre los efectos de la covid-19 en la cultura, hemos reflexionado de manera colaborativa e individual, hemos contestado encuestas propias y ajenas, hemos participado en encuentros virtuales como oyentes, participantes o coorganizando, nos hemos reunido con representantes de todas las instituciones vascas, hemos solicitado, orientado, ofrecido, nos hemos repetido hasta perder la voz transmitiendo el mensaje de aprovechar la oportunidad para repensar y cuestionar modelos: este es el momento, estrenar la posibilidad de cambiar.

El 12 de julio llevaremos 120 días con la cultura retraída, el bálsamo que fue durante el confinamiento ha recobrado la etiqueta de innecesaria. Otra vez y no sé cuantas crisis llevamos así. La cultura no ha estado de campaña aunque aparezca en los programas electorales de los diferentes partidos políticos. No es capaz de colarse en los discursos, a no ser de que cuente el son del txistu y tamboril. No hay promesas de recursos, ni compromisos, ni de pactos de futuro. Siempre hay ejes más importantes y compartidos (no vaya a ser que nos tilde de insolidarias): la sanidad, el empleo, la educación, sin entender que sin cultura no hay salud, ni riqueza, ni una sociedad creadora e innovadora. El 12 de julio se iniciarán 1.460 días para iniciar una nueva forma de relación entre las trabajadoras de la cultura y los responsables políticos de la misma; y aquí seguimos dispuestas a explorar juntas nuevas formas de construir.  ¿Empezamos?

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