Iñaki Urdanibia

La democracia inmoral de Vera y...

Reitero que no me sorprenden las declaraciones de Vera, mas sí me provocan una profunda basca, ante la catadura (in)moral de este sujeto, y sus colegas, un pragmatismo oportunista que le lleva a decir que lo que en un momento parecía malo visto desde otras perspectiva, más tarde, se convertía en bueno y eficaz...

Y quien dice el nombre de quien fuese jefe máximo de la policía hispana (para más señas: secretario de Estado para la Seguridad del Gobierno de España, entre 1986 y 1994, en los tiempos del señor X, que diga Felipe González, puede sumar bajo tal nombre a sus colegas en fechorías en las que se cumplía aquello dicho por el jefe, Dios decía Txiki Benegas, de que al Estado también se le defiende en las cloacas; casi es donde mejor lo defendieron a la vez que creciente patrimonio. Si , no obstante, nombro al señor Rafael Vera Fernández-Huidobro (Madrid, 7 de febrero de 1945) es debido a que hace unos días vi, tras mucho dudar debido a mi sensible piel, un programa emitido el 18 de octubre por ETB; quien quiera verlo puede acceder a él (Vídeo: 'Intxaurrondo: un Estado dentro de la Guardia Civil', el 18 de octubre | Televisión | EiTB). Servidor no lo vio más que en la ocasión que digo y ya es suficiente, no quiere repetir la espeluznante experiencia, lo que puede suponer que al transcribir algunas declaraciones del caballero mentado pueda haber algún fallo con respecto a la letra que no en lo que hace al espíritu, además de que no sigan el estricto orden en que fueron pronunciadas, o tal vez mejor escupidas.

Comenzaré exponiendo, de manera sintética, las declaraciones del interfecto, para luego responderlas, aun dudando de si es necesario hacerlo y que juzgo que las palabras proferidas hablan por sí solas. Vera sostiene con una sonrisa tibia que es lo que pasa en las guerras, para seguir diciendo que ellos nos atacaban y nosotros nos defendíamos; más adelante ante la insistencia de la entrevistadora parece enfadarse y niega que haya habido torturas, malos tratos sí, torturas no, repite mosqueado; reafirmándose en su postura, señala que es posible que alguna bofetada haya sido dada por los beneméritos, explicando que claro que si van a detener a quien acaba de matar a alguno de sus compañero (qué inmediatez, tanta que hace que no se dé, ni se deba dar, la presunción de inocencia: son ellos, seguro, se les ve en la cara). En otro momento de su delirante defensa de lo hecho, ya metido de manera radical en una indisimulada apología del terrorismo de Estado, al equiparar la violencia de los dichos terroristas y las de las fuerzas por él, y los de su cuerda, dirigidas, reclama que se debe homenajear a los agentes implicados en la lucha antiterrorista (más allá de posibles acusaciones o sospechas de torturas, etc.)... galones para todos, medallas al por mayor como la que él lucía con orgullo benemérito en su solapa, una insignia (no de las que se regalaban con unas patatas chips), nada menos, que de la Benemérita, como distintivo por los méritos contraídos en su labor (en la ilustración de este artículo se ve). ¡No sigo! Creo que es suficiente, aun quedándome corto.

En primer lugar diré que no me extraña la postura entre chulesca y cínica (cinismo del malo no aquel de los irreverentes seguidores de Diógenes de Sinope), al igual que algunas de su jefe, X, en las que se campaneaba de haber podido liquidar de una tacada a la plana mayor de ETA, a la par que hablaba de haber organizado en «pumpumpum» (con una sonrisa entre cómplice y malévola, como quien está seguro de que nadie le va a meter mano diga lo que diga); nada que ver desde luego con, como no extrañará por aquí, de manera generalizada del Ebro p'arriba, del mismo modo que nadie por aquí duda de la existencia de la tortura como norma habitual practicada en cuartelillos y cuarteles con los detenidos, ya que quien no ha sido torturado conoce algún familiar, vecino o amigo que lo ha sido. Hasta es más, entrando en la definición de terrorismo como la actividad que provoca terror en la población, los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado lo han provocado en no pocas poblaciones vascas, y al por mayor... controles insultantes, exhibiciones gratuitas de fuerza, identificaciones indiscriminadas de jóvenes por el mero hecho de pasar por delante del cuartel, peleas nocturnas (resuena Altsasu) que se saldan con acusaciones a una de las partes por atentar contra agentes del Estado (si tales hechos se dan en otro lugar, no pasa nada... es cosa de geografía).

Pasando a matizar, por decirlo así, las declaraciones recién resumidas: así afirmar que había una guerra, pertenece al conjunto de palabras mayores. Habitualmente Vera y los de su cuerda se han negado a admitir que haya un conflicto entre dos partes, para subrayar que la violencia era una ocurrencia de una banda de desalmados a los que les había dado por ahí. En caso de que –como señala el ex-superpolicía– hubiese habido una guerra sería necesario indicar que tal guerra enfrentaba a unos delincuentes (los terroristas), supuestamente contra el Estado; si éste es –como se han cansado de repetir– de Derecho, sus armas deberían funcionar dentro de la ley (dando por bueno el monopolio de la violencia en manos del Estado, que decía Max Weber) y no con el recurso a los mismos medios que los utilizados por los delincuentes, con la notable diferencia de que se usaba el dinero de los ciudadanos para delinquir, pasándose las leyes por el forro. De este modo que se cayese en la delincuencia estatal para combatir la delincuencia, resulta a todas luces impresentable, lo es más todavía si pasado el tiempo del plomo se siguiese defendiendo los medios ilegales usados. Siguiendo con la justeza de que hubiese una guerra, hasta en esta es exigible una serie de normas dictadas por los Acuerdos de Ginebra en los que se exigía el respeto a la dignidad, los derechos y la integridad de los detenidos, negando el recurso a la tortura, a los malos tratos, etc.

¿Sutilezas! Para Vera y gente de su calaña, que no harían suyas las afirmaciones del general italiano Carlo Della Chiesa que decía que «Italia puede sobrevivir a la pérdida de Aldo Moro, mas ella no podrá sobrevivir al uso de la tortura»... aquí ni un cabo chusquero, ni un alto grado de la Policía andaría con semejantes zaranguteos, ni tampoco los forense que nada veían o los jueces (alguno ministro en la actualidad, al que desde Europa le han tirado varias veces las orejas por no haber investigado casos de tortura denunciados...) que miraban para otro lado negando la evidencia... Existe, de todos modos un nos que me escama: nos atacaban / nos defendíamos, quién era ese sujeto colectivo: una banda de maleantes, unos cuerpos policiales en especial, el Estado, no sé.

Dos cosas se pueden asociar a lo señalado: por una parte, Vera dice y repite que él no tiene que pedir perdón de nada (a los otros se les exige que pidan perdón un día sí y al otro también), ni a nadie y echa balones fuera (no hubo reunión alguna en la que se decidiese la organización de los GAL, lo del señor X es un invento…). Y eso sí, no hubo torturas, hubo malos tratos, como si cambiando las palabras se cambiase la realidad y se minimizase su gravedad (¿será una inspiración en la neolengua orwelliana?); malos tratos que según eran algunas bofetadas en caliente... No hace falta ser experto en ninguna materia de fisonomía, ni fisiología humanas para cerciorarse de que con bofetadas no se mata, ni se amorata cuerpos, se destrozan órganos internos del organismo, ni se acaba con los detenidos en hospital, en estado grave... ¿Suenan Joseba Arregi, Romano, Lasa y Zabala, el ahogado en el Bidasoa (?) Mikel Zabalza y un largo etcétera? ¿ Qué dicen las fotos? Uno que de estas cosas sabía pues las había probado en su propio cuerpo, Jean Améry, decía basándose en su experiencia, en su artículo Tortura recogido en Más allá de la culpa y la expiación: «su carne se realiza totalmente en su autonegación. Es únicamente en la tortura en donde la coincidencia del hombre y de su carne deviene total: aullando de dolor, el hombre torturado y quebrado por la violencia, que no puede esperar ya ninguna ayuda, que ha perdido el derecho a su legítima defensa, no es más que un cuerpo y nada más». Ese es el punto que muestran las fotos y los testimonios: cuerpos rotos, quebrados, amoratados, hospitalizaciones, muertes... a todo ello no se llega por medio de unas bofetadas, sino únicamente por medio de hábiles interrogatorios en hábiles manos de hábiles interrogadores. ¿Algunas manzanas prohibidas ajenos a las órdenes de los superiores? No está de más, en este orden de cosas y para evitar escaqueos palabreros, recordar la definición del artículo 1 de la Convención contra la tortura de 1984: «El término tortura designa todo acto por el cual el dolor o sufrimientos agudos, físicos o mentales, son infringidos intencionadamente a una persona con el fin de obtener notablemente información sobre ella o sobre una tercera persona, confesiones, que con el fin de lograrlas, conducen a castigarle a tal persona o a una tercera, autora o sospechosa de haber cometido algún acto delictivo, intimidarle o presionarle sobre una tercera persona o por cualquier otro motivo fundado sobre una forma de cualquier discriminación, cuando tal dolor o tales sufrimientos son infringidos por un agente de la función pública o cualquier otra persona actuando a título oficial o con su instigación o con el consentimiento expreso o tácito. Este término no se extiende al dolor o los sufrimientos resultando únicamente de sanciones legítimas, inherentes a dichas sanciones u ocasionados por ellas». Más claro el agua cristalina.

Reitero que no me sorprenden las declaraciones de Vera, mas sí me provocan una profunda basca, ante la catadura (in)moral de este sujeto, y sus colegas, un pragmatismo oportunista que le lleva a decir que lo que en un momento parecía malo visto desde otras perspectiva, más tarde, se convertía en bueno y eficaz... el color del cristal con que se mira; y hablando de mirar se suele afirmar que no hay peor ciego que el que no quiere ver, dicho que no es aplicable al caso que nos ocupa ya que soy de la opinión de que hay algo peor y más grave todavía: quien viendo hace que no ve y niega lo visto (y ordenado)... Decía Hannah Arendt en su "Edificar un mundo": «Tal es una de las desastrosas consecuencias de la mentira: destruye la confianza entre los humanos», y la postura exhibida con absoluto descaro por Vera, en la entrevista a la que me refiero, es pura mentira y elogio de ella, lo que hace que la mala uva pueda aumentar exponencialmente al ver que la banda de Vera y troncos, al servicio del PSOE, en vez de trabajar por una educación democrática de la ciudadanía se empeñasen en alabar las trampas, la delincuencia estatal, preparando un estado de ánimo, en el seno de la ciudadanía, para la aceptación de la tortura, de la guerra sucia... ya que los fines (su defensa y de su patrimonio... entre otras bondades colectivas) justifican los medios, por aberrantes que estos sean... y aferrándose a un matonil: aquí no se arrepiente ni se rinde ni dios, lo hemos matado.

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