Pedro A. Moreno Ramiro

La distopía francobelga, una realidad a evitar en Nafarroa

El tiempo dirá hacia donde queremos caminar, lo que resulta evidente es que hacer la «estrategia del avestruz» no es una solución para acabar con un problema, que es una realidad y que precisa de una respuesta por parte de la sociedad civil que no se enraíce en el odio o en la simplificación analítica a la hora de abordar los fenómenos migratorios.

El pasado sábado 14 de enero viví una situación anómala en el Casco Viejo de Iruñea, según pude leer al día siguiente en la prensa, parece ser que lo que a nosotros nos sucedió, se repitió esa noche en varias calles de lo viejo y afectó a varias cuadrillas, altercados que se acabaron saldando con cinco jóvenes detenidos.

Era aproximadamente la una de la mañana, cuando un grupo de 10 jóvenes norteafricanos en la calle Jarauta nos rodeó –éramos cinco amigos– y empezó con actitud amenazante a encararse con nosotros y a introducir las manos en los bolsillos de algunos de mis amigos. En ese momento pensábamos que la situación se iba a descontrolar e iba a acabar de manera más violenta, en nuestro caso no fue así y no lo fue, porque un chico de ascendencia vasco-magrebí que estaba por la zona intervino dirigiéndose en árabe a los chavales que nos estaban intentando robar «buscando gresca». Desde estas líneas es de agradecer la actitud tan empática y desinteresada que mostró hacia nosotros.

Pues bien, a mí es la primera vez que me pasaba algo así en Iruñea y he de reconocer que hacía meses que no salía por la noche ya que tras la pandemia soy más un «animal de tardeo» que de noche. Sea como fuere, son varios los amigos que me han informado de que este tipo de situaciones se vienen repitiendo en los últimos meses de manera recurrente por la parte vieja de nuestra ciudad y zonas aledañas. También, he sido testigo de algunos de estos hechos mediante noticias locales que se han publicado en los medios de comunicación.

En mi opinión, como vecino de Pamplona, lo más preocupante de este tipo de situaciones es la forma equivocada con la que se suelen abordar estos temas por parte de la sociedad civil, donde la misma toma partida asumiendo posturas polarizadas y sin rigor. O bien se tiende a criminalizar a toda una etnia mediante discursos facilones y racistas, o bien se intenta evitar hablar desde el «buenismo» de una problemática que implica bajar al barro y teorizar sobre la realidad presente que se vive en algunas coyunturas sociales. Es imperativo dejar bien claro y decir, a colación de esto, que estas problemáticas no se solucionan con detenciones, sino con pedagogía y medios que conlleven la integración de estas personas. Una integración, la que, por cierto, el Gobierno de Navarra y el Ejecutivo español no saben gestionar. Esta inacción en medidas integradoras la vemos, por ejemplo, tanto en materia educativa, con un modelo educativo navarro que segrega a las personas migrantes, dándoles la posibilidad de estudiar solamente en castellano y no facilitando su inmersión lingüística en euskera; situación que provoca auténticos guetos en la zona mixta de Nafarroa. Como también se puede observar, en la gestión de la política social respecto a las personas migrantes, ya sea en la administración de muchas viviendas sociales o en el seguimiento y acogida de menores migrantes no acompañados.

Independientemente de esta gestión nula donde vamos a ver eclosionar las consecuencias de la misma, en unos 10 o 15 años, este tipo de actitudes violentas por parte de algunos –no todos– menores no acompañados, son intolerables y no hay inacción gubernamental alguna que pueda justificar estos comportamientos deplorables que se enmarcan dentro del sujeto social histórico que representa el lumpenproletariado.

Seguramente la ausencia de referentes paternos y maternos de muchos chavales norteafricanos que llegan a nuestro país es uno de los principales factores que llevan a estas personas a la delincuencia contra personas trabajadoras y a la implementación de actitudes violentas en diferentes grados y tentativas. Conviene remarcar hablando de menores no acompañados en Navarra, que la cantidad de ellos no es el problema, ya que en la Comunidad Foral de Navarra no contamos con un gran número de personas en esta situación. Sin ir más lejos, en enero de 2021 y según la consejera Mari Carmen Maeztu, en Navarra la Administración foral atendía en ese momento a 211 menores no acompañados, de los cuales 75 de ellos ya habrían cumplido la mayoría de edad. Cierto es que en 2022 y según noticia de Europa Press: «El Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 ha anunciado un acuerdo con las comunidades autónomas para poner en marcha un modelo que garantice la acogida de menores migrantes no acompañados en situaciones de emergencia y ha propuesto activar el sistema de reparto con un número meta de 400 traslados en 2022 y de 374 en 2023». Lo cual implicaría a Nafarroa una de las menores cuotas de acogida del Estado con quince migrantes no acompañados. Pongo estos datos sobre la mesa para indicar que el dilema no radica en la cantidad sino en las políticas de seguimiento de los menores y en definitiva, en los planes de integración. Ahora bien, si fallan esos planes integradores y las políticas de seguimiento de estos menores por falta de recursos y grupos de 20 o 30 chavales que viven en distintos puntos de Iruñerria se juntan para liarla por lo viejo, se podrá imaginar la persona que este leyendo esto que no son necesarios miles de menores no acompañados problemáticos para generar una situación de inseguridad civil. Es importante dejar bien claro que en este texto no se dice que todos los menores no acompañados sean causantes de estas situaciones reprobables, pero sí se señala que una parte de este colectivo esta llevando a cabo estas acciones violentas (negar esto es echar piedras contra el tejado de la izquierda y la convivencia y alimentar el discurso populista de la extrema derecha)

Muchos y muchas iruindarras recordarán que no es la primera vez que un grupo de jóvenes organizados generan violencia y hurtos en nuestra ciudad, sea como fuere e independientemente de la procedencia de aquellos del pasado reciente y de estos nuevos, una sociedad sana y democrática no puede ni debe permitir que se den estas situaciones. Por lo que es imprescindible aprender de los fallos que se cometieron en el pasado y articular una respuesta de denuncia social con la más pulcra de las lecturas sociopolíticas. Sobre todo, si somos conscientes de que lo que pasa en Nafarroa o en el conjunto del Estado español a día de hoy, se convierte en una anécdota si nos comparamos con Francia o Bélgica, una rareza que no debemos de ignorar y de la que debemos aprender para no cometer los errores de nuestros vecinos del norte.

Lo que ocurre en lugares de Europa como Francia o Bélgica con parte de la población magrebí y que hemos visto recrudecido en los pasados meses de noviembre y diciembre durante el transcurso del mundial de Qatar, con los recurrentes disturbios que se vivieron en suelo francés o belga tras las victorias de Marruecos, junto a los también mediatizados robos masivos a aficionados y aficionadas madridistas e ingleses provocados por bandas norteafricanas en la última final de la Champions League en París en 2022, evidencian, entre muchos otros casos, la necesidad de poner sobre la mesa el tema de la integración y de las políticas fallidas que se han aplicado en Francia y Bélgica y que ahora empiezan a asomar la cabeza en Nafarroa.

Para analizar esta situación desde un punto de vista objetivo y con la precisión analítica de un cirujano, que es más que necesaria para que no se puedan simplificar estas problemáticas con discursos frentistas de «todos los moros son iguales» o «ese discurso es racista», es necesario tomar una óptica analítica integral. Este análisis de 360 grados se ha de enraizar en el estudio de la historia, la economía, la cultura o la ecología y en lo que a este caso concreto se refiere, la disfunción social, según mi punto de vista, sería fruto de cuatro factores principales:

1) Consecuencia del colonialismo europeo clásico y de las sociedades occidentales que han permitido que sus gobernantes desangren África sin ningún tipo de paliativo. Esta situación de explotación de estos países ha llevado a muchas de las personas magrebíes a buscar una vida mejor en la metrópoli.

2) Fruto del nuevo colonialismo, donde ya no son las naciones sino las empresas con la connivencia del Estado nación las que acometen el expolio; situación que sigue agravando la pobreza en estos territorios y fuerza las migraciones.

3) Otra de las causas que pueden llevar a situaciones de falta de integración y de confrontación con las sociedades receptoras de flujos migratorios es el factor religioso-cultural. Que la agudización de la extrema derecha en occidente coincida con un auge del islamismo más radical en el mundo árabe (extrema derecha islámica), no es un hecho menor a la hora de analizar esta situación.

4) En cuarto y último lugar, nos encontraríamos con la pobreza estructural y las fallidas políticas sociales de integración por parte de los Estados nación.

Con respecto a la macropolítica y por arrojar un poco de esperanza en torno a las soluciones, aumentar el gasto social en materia de integración, fomentar la consolidación de redes ciudadanas que trabajen la integración y la prevención de conflictos interculturales desde el paradigma de la nación democrática teorizado por Abdullah Öcalan o promover la teoría decrecentista en los países del Norte como solución estructural para evitar las migraciones forzosas de personas con situaciones de pobreza aguda, podrían ser algunas de las posibles soluciones a aplicar en los países europeos.

El tiempo dirá hacia donde queremos caminar, lo que resulta evidente es que hacer la «estrategia del avestruz» no es una solución para acabar con un problema, que es una realidad y que precisa de una respuesta por parte de la sociedad civil que no se enraíce en el odio o en la simplificación analítica a la hora de abordar los fenómenos migratorios. Lo he dicho en multitud de ocasiones y lo vuelvo a repetir en este texto, la izquierda, tanto política como social o sindical, tiene una cuenta pendiente con crear un relato verídico y coherente respecto al fenómeno migratorio que no deje a nadie atrás y para hacerlo, es imprescindible reconocer la situación que existe en nuestros territorios y en algunos lugares de la vieja Europa. De no llevar a cabo ese viaje, la izquierda con el paso de los decenios se aproxima a un precipicio que le puede llevar a la irrelevancia política y a abonar el terreno para el asentamiento de una sociedad cada vez más polarizada, como la francesa, la belga o recientemente la sueca –donde el primer ministro gobierna con el apoyo de la extrema derecha–.

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