Iñigo Jaca Arrizabalaga

La eutanasia

Llegado el día, la paciente absorbió la solución de barbitúricos con tal sonrisa y expresión de auténtica liberación que el médico que le asistió escribiría: «he sentido desaparecer 2.000 años de angustia y miedo a la muerte».

Séneca nos transmitió que si el cuerpo ya no sirve para nada, ¿por qué no debería liberarse el alma atormentada? Sería en el túnel de la Edad Media cuando se impuso la idea de que solo Dios es el único que puede disponer de nuestras vidas y que era Él quien concedía la vida y los sufrimientos.

«No daré a nadie, aunque me lo pida, un fármaco mortal ni haré semejante sugerencia», dijo Hipócrates. Al médico de Michigan (EEUU), Jack Kevorkian, le fue retirada la licencia para ejercer y fue condenado a entre diez y veinticinco años de prisión, de los que cumplió ocho años, por haber asistido en la muerte a 130 pacientes terminales.

El médico belga François Damas, intensivista y autor del libro titulado “La mort choisie”, nos habla de la humanidad del cuidado y concluye que la eutanasia es un acto de cuidado del paciente en el final de su vida. Expondré alguna reflexión y dos relatos que recoge en su libro, que quedarían fuera del marco contemplado por nuestra ley.

La ley española de eutanasia contempla que el consentimiento del paciente ha de ser expresado de manera libre, voluntaria y consciente estando en el pleno uso de sus facultades. El solicitante ha de ser mayor de dieciocho años, sufrir una enfermedad grave e incurable, que produce un padecimiento grave, crónico e imposibilitante, asociado a un sufrimiento físico o psíquico constante e intolerable. Y sin posibilidad de curación ni mejora.

Si bien las sociedades estructuradas intentan dar apoyo social, médico y afectivo a las personas de edad muy avanzada, muchos han perdido totalmente su ámbito relacional y acaban sus días en un gran aislamiento, sufren de múltiples pequeños males, no ven bien, no oyen bien, pierden su interés por el mundo que les rodea, cansados de vivir, cada día se convierte en un sufrimiento psicológico mayor. Pero su solicitud de eutanasia puede ser rechazada por no estar su caso dentro de los márgenes de la ley.

Fue el caso de una pintora centenaria belga, ciega, con severas dificultades para caminar y otros múltiples males que le convertían la vida diaria en algo muy molesto y de gran sufrimiento psicológico. Solicitó la eutanasia pero su médico consideró que no sufría de una enfermedad grave. Otro médico juzgó que su situación no podía mejorar y que solo podía empeorar, al igual que otros dos médicos más y un psiquiatra. Llegado el día, la paciente absorbió la solución de barbitúricos con tal sonrisa y expresión de auténtica liberación que el médico que le asistió escribiría: «he sentido desaparecer 2.000 años de angustia y miedo a la muerte».

El otro caso que quedaría fuera de la ley española es el de un adolescente, menor de dieciocho años, que sufría de una enfermedad hematológica grave, hospitalizado por quinta vez en dos años y sometido a tratamiento endovenoso, con adelgazamiento importante y agotamiento intenso. El joven decía no tener miedo a la muerte y quería que aquello acabara pues él ya no podía más. Los psicólogos aseguraban que su petición era fruto de una reflexión seria y firme. Sus padres respetaban su decisión pues eran conscientes de que su esperanza de vida era de unas semanas o dos meses.

Su último deseo era hacer una fiesta con sus compañeros de curso, lo que tuvo lugar en la sala de juntas de pediatría, allí les diría serenamente que iba a morir y que quería decirles el último adiós. Llegado el momento, al día siguiente, le dijo a su médico: «¿Ves? Ya he hecho lo que yo quería y ahora, rápido, ¿eh?». Plus d'hésitation ! ¡Sin vacilaciones!

Bilatu