Iñaki Egaña
Historiador

La fiesta nacional (española)

Hay un narcisismo superlativo, supuestamente intelectual, para que agentes políticos, culturales y sociales de un Estado hagan causa común y celebren su fiesta nacional un día como el 12 de octubre. Una señal inequívoca de lo putrefacto del sistema que ha heredado, década tras década, un símbolo patrio.

En una fecha como esa, ya remota y ubicada en 1492 (el calendario gregoriano que sustituyó al juliano vigente entonces nos enseñaría que en realidad fue un 21 de octubre), comenzó una época de saqueo y genocidio, preludio a las dos grandes taras del sapiens, el colonialismo y el esclavismo.

En ocasiones centramos las derivas de la humanidad en el nazismo de Hitler, en el holocausto o en la Gran Guerra fratricida de 1914. Pero los fundamentos del racismo, la xenofobia, el clasismo, la supremacía blanca, el saqueo y el fundamentalismo religioso, por no añadir la difusión universal del machirulismo identitario, tomaron un gran impulso a partir de la fecha citada, la del «descubrimiento de América» que con la mierda esa de la corrección política se ha transformado en «encuentro entre mundos». La versión del verdugo.

El narcisismo ha salido a relucir nuevamente con la pataleta institucional hispana a cuenta de la proclamación de Claudia Sheinbaum como presidenta de México. En 2019, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) invitó a participar al monarca Felipe (Borbón), en nombre del Estado español, a un acto de desagravio conjunto y a una solicitud de perdón a los pueblos originarios que fueron invadidos, saqueados, diezmados y sometidos por los conquistadores de España y, posteriormente, por la república independiente mexicana. La respuesta de la Casa Real o del Ministerio de Exteriores, monta tanto, fue arrogante, molesta con la petición.

Tres años más tarde, con motivo de las quejas de AMLO sobre el papel de las multinacionales hispanas en México, de nuevo la caverna hispana al unísono salió en defensa del derecho de pernada medieval, al parecer en vigor para la casta borbónica desde 1492. Y ahora, porque Sheinbaum se olvidó deliberadamente de invitar al Borbón a su proclamación, después de los berrinches y desplantes monárquicos de 2019 y 2022, el Gobierno de Pedro Sánchez se ha enrocado en la historia interminable: la madre patria merece un respeto. Olvidando, entre otras cosas, que todas las colonias americanas que se independizaron, al día de hoy, son repúblicas.

Madrid vive en una virtualidad histórica creada ad hoc para construir un relato adecuado a sus posiciones políticas. La capital de un reino que no fue nación, ni siquiera Estado, sino posesión de una casa real, sigue ejerciendo como si fuera referencia de esa hispanidad que hace tiempo se trasladó de escenario. España tiene 48 millones de habitantes (incluidas sus nacionalidades periféricas) y México alcanza los 130 millones, más esos 20 o 30 desplazados en EEUU. Cuando en el planeta se cita a un hispano, es obvio que la referencia no es a la de un vecino de Cuenca o Vallecas, sino a la de uno de Oaxaca o Juárez.

Esa referencia ha dado pasos a la hora de pedir perdón al saqueo y genocidio de los pueblos originarios, a la matanza de Tlatelolco en 1968... Y si la borbonada hispana se enfada por ello, es que tiene un problema. Un problema sobre su propia percepción. Sobre su propia identidad.

Resulta, además, sorprendente que el aspecto identitario español sea permeable y transversal a arcos cronológicos y a ideologías. Antes era el Día de la Raza, luego el de la Hispanidad y ahora, desde que en 1987 lo maquillara el Gobierno del socialista Felipe González, Fiesta Nacional. Pero siempre el 12 de octubre juliano. Con el añadido de que, fruto de esa identidad que comprende otros símbolos como la Guardia Civil, este año el instituto armado celebra sus actos públicos en Gasteiz, junto al Melitonium. Un hecho nada casual, fruto de esa contraofensiva institucional con el tema de la memoria. Si no querías taza, taza y media. Consejería de Justicia, Instituto Gogora, Memorial Víctimas del Terrorismo, Instituto Valentín Foronda, Vocento, Guardia Civil, Universidad de Deustu... el disco duro para la memoria reciente, la sumisión a la monarquía, el rechazo republicano, la apología de la hispanidad, el 12 de octubre.

Ya tuvimos un esperpento similar hace exactamente 60 años. Quizás por ello no sea casualidad. Fue el 12 de octubre en 1964 cuando el régimen franquista celebró el Día de la Raza en Gernika. Presidió los actos el vizcaíno Fernando Castiella, ministro de Exteriores, frente a numerosas delegaciones americanas y autoridades militares y civiles llegadas expresamente de Madrid.

El Gobierno vasco lo consideró una afrenta: «Los exilados vascos están indignados con la noticia de que este año la Fiesta de la Hispanidad se ha organizado en la Casa de Juntas de Gernika, al pie del árbol histórico». No era para menos. La villa vizcaína había sido arrasada por la aviación alemana el 26 de abril de 1937. Y la razia negada y achacada a los «rojo-separatistas». Los Reyes Católicos fueron presentados como los paladines de la democracia y la identidad hispana, Pelayo el héroe por excelencia, junto al Cid y los defensores del Alcázar de Toledo.

Aquel dislate, cercano por ofensas al del desfile de 2024 por Gasteiz, tuvo su continuidad. Franco fue nombrado hijo adoptivo de Gernika en 1966. Y en América, a cuenta de ese 12 de octubre que tuvo su explosión ideológica en 1992, con el llamado V Centenario, las apologías se multiplicaron. En los últimos años, en cambio, la memoria aún ardía y diversos cambios políticos han rebajado las pretensiones imperiales por todo el continente. Lo decían las letras de una anónima carta en la prensa mexicana: «No pedimos el reconocimiento de nuestra historia –la hemos enaltecido con sangre, sudor y lágrimas–, solo la dignificación de la memoria en común para aquellos que perdieron su mundo al imponerles otro». A ellos y a nosotros. ¿Tan difícil?

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