Bittor Martínez

La gran oportunidad

La situación actual puede volver a repetirse, y la sociedad debe velar por la propia subsistencia, manteniendo en primera línea la salud. Y eso conlleva un sistema sanitario fuerte y eficaz, con un alto costo presupuestario, pero básico para la existencia y el bienestar de la especie humana.

Se dice que no hay generación que no conozca una guerra, si bien es cierto que cuando menos la mía no la ha conocido, aunque sí sus consecuencias. El coronavirus, corrige la llamada sabiduría popular, cambiando la guerra, por un desastre natural como es la pandemia que nos tiene confinados en nuestras casas como acción de defensa ante tal amenaza de ámbito mundial. Mientras tanto, la totalidad de nuestros profesionales sanitarios, dan muestra de su inequívoca vocación en defensa de la salud del resto de la sociedad, aun a costa de perder la suya. Gracias, muchas gracias.

Esta inesperada catástrofe demuestra que no estamos exentos de ellas y va a legar un calamitoso desastre, a la vez que nos ofrece una excelente oportunidad para realizar colectivamente una profunda reflexión, sobre otra forma de vivir en dirección a una mejor convivencia social y en prevención a nuestra vulnerabilidad como personas.

Actualmente la sociedad está abocada a una economía neoliberal, como sistema de pensamiento único, en el que el amasamiento del capital parece ser el objetivo fundamental del individuo, potenciando el egoísmo, y en consecuencia, la insolidaridad y el desequilibrio social. El resultado es, el de una sociedad constituida por una clase dominante muy minoritaria, que se enriquece cada vez más y más, ayudada y protegida por quienes les sirven a cambio de recoger las prebendas que ellas reparten en cascada piramidal.

La otra mayor parte social, está constituida por los siervos, los que suplican un puesto de trabajo para poder sobrevivir, si es posible, con el salario del trabajo. Mientras se hacen cargo del mantenimiento de una precaria sostenibilidad social, con los impuestos derivados de sus aquilatados salarios. Así, se permiten unos onerosos beneficios empresariales, a repartir entre los empresarios, inversores y especuladores, incluso teniendo para su servicio, acceso a unos paraísos fiscales donde poder esconder el producto de sus réditos.

Todo ello, claro está, protegido por la guardia pretoriana de determinados sectores políticos a su servicio. Queda reflejado, por ejemplo, en la histeria del lehendakari Urkullu y de la consejera de Desarrollo Económico y Competitividad, Arantxa Tapia, el domingo día 29 de marzo, en respuesta a la decisión tomada por el Gobierno Central, como dirigente en el Estado de las medidas a tomar respecto a la pandemia. El casi total confinamiento de la ciudadanía decretado, afecta al habitual desarrollo de la actividad empresarial, para procurar la seguridad de los propios trabajadores e intensificar la protección de la sociedad en general, como medida aconsejable para proteger del contagio, según los científicos que entienden del tema. El significado no es otro que, para el Gobierno Vasco, la economía empresarial está por encima de la salud de las personas.

Pensemos desde la realidad. Los humanos pobladores del planeta Tierra somos una pequeña parte de su naturaleza y es esta, la que determina nuestra existencia, siendo el colectivo de personas quienes nos debemos adaptar a su dictado. Esta pandemia provocada por la Covid-19, es algo totalmente ajeno a nuestras intenciones, pero sin embargo, como la naturaleza es quien manda, no nos queda otra, que protegernos de ella como podamos. Y la vulnerabilidad humana ante la naturaleza es evidente.

La reflexión debe llevarnos por un camino tan simple, como vernos en nuestro lugar de existencia. La situación actual puede volver a repetirse, y la sociedad debe velar por la propia subsistencia, manteniendo en primera línea la salud. Y eso conlleva un sistema sanitario fuerte y eficaz, con un alto costo presupuestario, pero básico para la existencia y el bienestar de la especie humana.

Sin duda, la economía debe quedar supeditada a la salud pública, y no olvidemos que la sanidad quedó a un nivel despreciable en una sociedad que valore la protección para los humanos. Médicos, enfermeras, investigadores y demás personal sanitario, con dificultades para desempeñar a diario su encomiable y vocacional función, se encuentran en una situación límite, con los escasos recursos tras las épocas de recortes sistémicos del pensamiento único económico.

Otra demostración de contexto conservador actual respecto a la crisis que sufrimos: ¿qué pintan los ejércitos, la industria armamentística, etc., dotados con unos presupuestos ingentes, destinados a la guerra, a la exterminación de otros que no piensan igual, o sí, pero existen intereses económicos por conquistar o defender? Es totalmente irracional compatibilizar la sanidad, como guardián de la salud y la del ejército como recurso para la guerra, la muerte y la destrucción, representado en las numerosas comparecencias públicas informativas sobre el problema sanitario civil en curso, con varios uniformes de generales militares, adornados con condecoraciones y exhibiendo una terminología verbal auténticamente bélica.

Es necesaria una reflexión seria y generalizada, que garantice una reconversión social, mediante los cambios estructurales precisos, para que las personas seamos las protagonistas en los objetivos de la especie humana, siempre con el máximo respeto al escenario que ocupamos el mundo. Las personas no vivimos para trabajar en la obtención de rendimientos económicos para unos pocos, sino que trabajamos para vivir decentemente todos y en comunidad.

La pandemia ha testado la seguridad de la sociedad, dejando al descubierto las nefastas condiciones para las personas, provocadas por lo que se pueden considerar como errores consentidos en la gestión de nuestros recursos, que nos deparan el caos actual y un desolador futuro.

Y no se puede cambiar absolutamente nada, sin pensar en otro panorama diferente en el orden social y económico, por este orden. La salud sobre la economía. Un sistema fiscal capaz de redistribuir socialmente la riqueza actual y venidera. Una educación universal, no solo destinada al trabajo, sino formativo en valores personales y sociales. Un sistema empresarial presidido por el interés social y el valor de las personas en el trabajo. Un sistema financiero al servicio de la sociedad, regulado por el banco público. Una policía al servicio de las personas y de la sociedad. Unos servicios públicos de calidad… ¡Ah! Y una regulación del fútbol y demás deportes, en cuanto a su práctica deportiva, el espectáculo de ocio, el negocio y la especulación.

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