Joan Llopis Torres

La herencia imperfecta

La generosidad social desde el poder es sólo política y artificio. Perdida la hegemonía legítima, quedan las instituciones, la ley y el orden impuesto por la amenaza y la fuerza.

Desde un único punto de vista –aunque hay otros–, nuestra miseria estriba en la pobre herencia recibida y la que no legaremos (si nuestro padres sabían esto o aquello, pues nosotros también deberíamos saberlo –directamente– sin ir a la escuela, eso debería ocurrir y esa es la queja) ¿Por qué heredamos el carácter de nuestros padres y no sus conocimientos? Mi padre llevaba bigote –esa molestia extravagante–, sin embargo, yo nunca he sido partidario de lo superfluo, de los adornos que explican la personalidad (perdonen las referencias personales, pero esto va de herencias generales y por tanto, ineludiblemente, de particulares repercusiones). En una cena, para acercar distancias –en unas tensas circunstancias, si bien insustanciales –, para romper el hielo, Aznar –también asiduo del bigote– le contó un chiste a Durán Lleida (antes Durán i Lleida) –el hombre que ha costado más facturas de hotel a su partido que se conoce–: «¿En qué se diferencian un catalán y un madrileño cuando se quedan calvos?» «En que el catalán se vende el peine y el madrileño se compra una peluca». Lo que evidencia que la gracia no la da el bigote. «Sí –le respondió Durán Lleida, sin bigote y sin pelos en la lengua–, con el dinero de los catalanes». Cosa que tampoco tiene ninguna gracia. Lo que deja a la intemperie la relevancia del bigote y otros bozos por no venir a cuento en estos asuntos. También lo demuestra que yo tuve un tío paterno que llevaba bigote y sin embargo nunca fue presidente del Gobierno. La grave inutilidad del bigote, pues. Que en España ocurre algo grave se ve en los bares donde, no como antes, ahora ya no se oye nada gracioso. Lo peor son los camareros graciosos sin gracia, los que se creen obligados a ser graciosos por ser camareros, esos infelices. Por eso, yo voy prefiriendo estar solo y en bares con camareros con mala leche. Lo encuentro más adecuado, más en sintonía con el panorama extremo, con los apuros de la gente y con el carácter que se me va agriando sin saber –por la herencia– si soy culpable (en el "National Geographic" la media de vida de una gacela es de dos minutos, así que hay poco de que reírse). Los del rosa al amarillo que ocultaban los grises fueron otros años. Estamos ahora sin ocultación posible con los grises desnudos otra vez, sin ninguna autoridad moral en el paisaje. La única autoridad moral que reconozco es la de los perdedores. Los ganadores, los poderosos, esos miserables, la han perdido toda. La generosidad social desde el poder es sólo política y artificio. Perdida la hegemonía legítima, quedan las instituciones, la ley y el orden impuesto por la amenaza y la fuerza. ¿Y qué del periodismo? El periodismo hoy, la peor de las vergüenzas (sálvese a fulano, a mengano y algún otro, y a don Miguel, total tres o cuatro y del desencanto al asco, malheridos cuando las condenas se inventaron para los culpables, para los culpables de corrupción y de ideología corrupta, pues la verdad sólo se encuentra entre el fango). «¿Le pongo un par de aceitunas?». «¿Cuántas son un par?». Herencia imperfecta porque no heredamos lo que sabían nuestros padres, no sus experiencias, no lo que vivieron, sus conocimientos. No nos interesan sus vergüenzas ni sus heroicidades, ni hacia donde corrieron aquel día, el que fuera, ni sus credos ni sus miedos, más de lo que sabemos de ellos sin esa herencia que reivindicamos. No queremos avergonzar a nuestros padres ni ser la vergüenza de nuestros hijos. El paternalismo siempre es injusto y no se cobra, esa es otra, pero se paga. Si el padre sabía tocar el piano –a eso vamos– el hijo nace sabiendo tocar el piano. No lo digo por mí, que mi padre no tocaba nada, y a mí sólo me faltaría soplar viento en una fanfarria (si el hijo es un poco tonto, como mínimo solfeo); y si la madre es licenciada en Historia o sabe freír buñuelos, el hijo, o la hija –aclaremos para los correctos–, ya concertista, nace también sabiéndose al dedillo la toma de Granada y sabiendo cocinar. Freír castañas, sí que sé. Pero con todo, ¡La Creación es imperfecta!, ¡Adónde vamos con sólo saber freír castañas! ¡La creación! ¡Preguntemos a la gacela sobre la creación! (Un zángano vive el triple que una hormiga obrera, esa es otra). En definitiva, si tu madre es una jirafa, tú eres una jirafa y todo lo que heredas genéticamente son sus características, eso es todo. A mí, me parece insuficiente. También la herencia familiar. Tantas generaciones para nada. Una pena. Deberíamos ser todos millonarios y sabios. Lo contrario no se explica.

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