Félix Placer Ugarte
Teólogo

La Iglesia vasca ante la encrucijada de Euskal Herria

«Necesita una profunda renovación, ser abierta y dialogante, creativa con profética audacia». Para Félix Placer, los desafíos de la Iglesia vasca ante la encrucijada que vive el país pasan por abordar esa tarea. El autor se muestra especialmente crítico con la oficialidad eclesiástica, con sus «sospechosos silencios» ante las conculcaciones de derechos humanos y obstáculos al proceso de paz, y aboga por ir más allá de la «preocupación eclesiocéntrica», que la Iglesia reconozca que no es un fin en sí misma.

Todos los factores que hoy confluyen y se multiplican en el escenario político y socioeconómico vasco sitúan a Euskal Herria en un momento crucial para su futuro de paz desde la justicia. Es un tiempo de pasos decisivos. Uno de ellos ha sido dado con el inicio del desarme verificado de ETA (subrayado por el arzobispo y premio Nobel de la paz, Desmond Tutú, como «decisión valiente» y «puerta para una paz duradera»). En este contexto histórico nadie puede permanecer al margen.
Sin embargo, desde el Gobierno central lo que se busca con medios políticos, judiciales y policiales es estancar el proceso paralizando las aspiraciones mayoritarias de la ciudadanía vasca. Sólo reconocen como válido y exigen, por tanto, su control del desarme total y la desaparición de ETA.

A pesar de estos obstáculos acumulados e, incluso, provocativos, la conciencia vasca mayoritaria es cada día más clara y contundente en sus intereses, objetivos y medios: avance del proceso de paz, desde el respeto de los derechos humanos y de la justicia con todos los sectores. Y, como prueba, están las fuerzas que siguen sumándose desde frentes plurales para realizar un cambio estructural, social y político a fin de lograr una solución definitiva del conflicto: desde el colectivo de presos, hasta múltiples movimientos de jóvenes, de barrios y pueblos; con objetivos económicos, culturales –en especial por el euskera–, ecológicos, políticos, penitenciarios, en favor de todas las víctimas, de su reparación y justicia…


Dentro de esta movilización general también hay grupos de la Iglesia vasca que abogan y aportan su colaboración para lograr la superación de un conflicto con tanto sufrimiento generado. Buscan y trabajan por  la realización de un proceso de paz en su integridad. Sin embargo las instancias oficiales eclesiásticas mantienen un largo y hasta sospechoso silencio ante conculcaciones de derechos humanos, obstáculos al proceso de paz, inmovilismo político centralista. Aunque no en todas las circunstancias. El arzobispo de Iruñea, Francisco Pérez, el pasado 15 de marzo,   hizo un llamativo gesto bendiciendo y aportando su palada de tierra a la construcción del cuartel de la Guardia Civil en Fitero, junto al ministro de interior y otras autoridades. También José Ignacio Munilla, obispo de Donostia, bendecía la inauguración de la nueva Comisaría del Cuerpo Nacional de Policía de Donostia ante el mismo ministro, quien aprovechaba la ocasión para recordar la posición del gobierno ante las solicitudes de los presos políticos vascos. Un signo episcopal que dice con claridad dónde se sitúan y alinean estos dirigentes de la Iglesia vasca.

Desde diversas instancias y grupos se viene pidiendo a estos obispos, juntamente con el de Bilbao y Vitoria-Gasteiz su implicación en la defensa de los derechos de los presos y presas vascos, también la denuncia de la tortura, el impulso al proceso de normalización y pacificación en el respeto de todos los derechos humanos, apoyo sin diferencias a todas las víctimas de las diversas violencias, su definición a favor de una Iglesia vasca institucionalmente unida (hoy separada entre Burgos e Iruñea). Pero sus «notas» pastorales van por otros  caminos: aborto, enseñanza de la religión en las escuelas públicas, laicismo, atención a víctimas de una de las partes… Sin negarles el derecho a sus particulares opciones pastorales, sus preferencias les sitúan en una determinada línea que no responde a las más generalizadas aspiraciones este pueblo.


Cuando todo son alabanzas, apoyos y hasta entusiasmos por la línea marcada por el papa Francisco que invita a la Iglesia –comenzando por sus obispos– a escuchar al pueblo, a conec-tar con sus sufrimientos, a ser samaritana de todas las víctimas, tales apremiantes invita-ciones quedan todavía lejos de su aplicación real, equitativa y efectiva a la situación de Euskal Herria por parte de sus pastores.


Es cierto que grupos e instituciones parroquiales y diocesanas son particularmente sensibles y activos en respuestas solidarias a la pobreza. Los testimonios de un voluntariado entregado en la ayuda generosa a los más necesitados, en barrios, cárceles, familias sin ingresos se multiplican. Tampoco faltan voces proféticas de denuncia y anuncio.


Pero la Iglesia vasca oficial está bloqueada.  No responde a lo que exige hoy una evangeli-zación que ponga en práctica el conocido mensaje de Jesús de Nazaret de liberación de pobres, cautivos y oprimidos. En general, está más preocupada por su mantenimiento y subsistencia (con un clero envejecido y dismi-nución de fieles) que por su compromiso profético y eficaz en las necesidades de su pueblo y en sus esperanzas de justicia, de liber-tad, de paz, de derechos humanos, en especial con los presos y con los más desfavorecidos por un sistema económico «que mata», en frase del papa Francisco, niega la dignidad a la mayoría y amenaza con leyes mordaza, incrementa recortes y pobreza ante la indignación popular.


Para responder desde la ética y el evangelio  a este momento crucial en el que está en juego el futuro de Euskal Herria la Iglesia vasca necesita, a mi entender, superar su anquilosamiento y denunciar la falta de diálogo político, la injusticia de los gobiernos que generan y mantienen conflictos, la ausencia de democracia real en los estados poderosos que niegan a los pueblos sus derechos de autodeterminación y soberanía; exigir el cese de todas las violencias, reivindicar los derechos de todos los presos y presas, exiliados y deportados, mostrar solidaridad convincente con todas las víctimas. Son desafíos urgentes para una Iglesia que anuncia y pide la reconciliación y la paz.

Pero hoy, tal como nuestra Iglesia vasca está estructurada, pienso que carece de las opciones y audacia requeridas para realizarlo. Creo ade-más que faltan conciencia y convicciones de lo que Euskal Herria es y necesita para la paz basada en la justicia, respetando la pluralidad y legítimas diversida-des, como lugar de diálogo y encuentro dentro de ella y en la sociedad vasca en su conjunto. Para ello debe ir más allá de su preocupación eclesiocéntrica –centrada en sí misma– para volverse hacia los demás, ser simiente  que muere para dar fruto, como propone una imagen evangélica; reconocer que ella no es un fin en sí misma, sino lo que también se expresa con la metáfora del reino de Dios y es la razón teológica y pastoral de su misión.


En la encrucijada vasca, si la Iglesia quiere responder a lo que expresamente pidió el concilio Vaticano II –«ser solidaria del género humano y de su historia»– para contribuir a otro mundo diferente desde el lugar concreto de Euskal Herria, necesita una profunda renovación. Ser abierta y dialogante, creativa con profética audacia. Solidaria con quienes más sufren. Pueblo de Dios con los pueblos de la tierra, que camina con los pobres, con todas las víctimas de tantas injusticias, para abrir caminos de esperanza. 奴

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