Antonio Álvarez-Solís
Periodista

La impotencia democrática de España

Sr. Rajoy, si algo o alguien puede demostrar que la Transición fue un engaño urdido por no pocos y una traición escandalosa protagonizada por otros muchos, ha sido usted ahora, al rechazar el acuerdo masivo del Congreso español condenando la germánica política del pogromo contra las masas que huyen del hambre, la destrucción y la muerte.

Europa Unida ha recibido un golpe mortal al negar su pretendido humanismo y su cacareada democracia occidental. Y sobre esa Europa alza usted su ambición aldeana.

Sr. Rajoy, usted se ha unido a quienes mercadean la piel de seres humanos a fin de alimentar su racismo criminal, su economía autocrática y sus primitivas masas armadas con bates de beisbol. En Alemania han vuelto a resurgir aquellos criminales días en que las turbas neonazis, muy nutridas por cierto, se permitían quemar, con el auxilio de alemanes «democráticos» –como sucedió en el asilo Lambarene– a los inmigrantes del este, entre ellos varios niños.

Sr. Rajoy, usted ha despreciado a un Parlamento recién elegido como si su gobierno en funciones fuera un gobierno de pleno derecho ¿Consiste en eso su democracia? Hay que decir, en el surgimiento de una posible historia moralmente más sana, que usted ha convertido un parlamento cautivo en una esperanzadora asamblea ciudadana que al fin  ha tomado conciencia de sí misma y de sus obligaciones liberadoras.

Sr. Rajoy, usted opera como el dictador, convirtiéndose en un déspota que opera desde el zarzal protector de un franquismo que está encovado en la vieja España negándose a todo respeto y libertad. Desde esa clandestinidad ideológica usted ejerce como una pequeña pero letal bacteria política que mantiene enferma a la colectividad española.

Sr. Rajoy, usted se ha unido a los compradores del ejecutor turco –seis mil millones de euros por ahora– que, una vez más, disuelve en sangre la vida de los pueblos entregados al imperecedero sultanato, antes aliado del imperio alemán y ahora amparado por Estados Unidos en su pretendida y escandalosa modernidad. Rememore usted el asesinato masivo del pueblo armenio durante la guerra del 14 o el genocidio actual de los kurdos. Supongo que en esos seis mil millones está contabilizado el óbolo español. Seis mil millones para un temido exterminio que, maquillado, será convenientemente protegido por la habitual retórica de Berlín, París o Bruselas.

Sr. Rajoy, usted está impidiendo con sus obscenos juegos de mano que la política española discurra por un camino medianamente honrado. Se ha refugiado en una sordera impresentable y protege la Moncloa como un bien familiar no accesible por la soberanía española, una vez más contaminada por esa vieja España de trigales adormecedores y héroes de atrezo sin el más pequeño reflejo de talento. Ahora ya solo le quedan en sus tercios estériles siete millones de individuos sobre los que apoya su renuencia a interpretar la democracia con un mínimo estilo. Todo lo demás, excepto la cebada nómina de cortesanos, lo tiene usted en contra. Lea sin retorcimientos la realidad y comprobará lo que le queda en la mano electoralmente.

Sr. Rajoy, usted está logrando que ser español a cara descubierta siga constituyendo, y cada vez más, un difícil ejercicio de funambulismo. Ser español significa aceptar una carga muy difícil de pasar por la aduana de la ilustración. Los españoles son rehenes de un poder que usted renuncia a sanar con sus desatentados procederes.

Sr. Rajoy, en el momento en que escribo este papel, envía a su peón de brega, la Sra. Sáenz de Santa María, a decirle a los periodistas nada más o menos que esto que sigue: que el Gobierno no suscribirá el polémico pacto sobre refugiados y asilados y de flexibilidad en la cooperación con Turquía si no dispone antes del «consenso político» con las demás fuerzas parlamentarias. Su arrogancia es infinita; usted no tiene nada que «consensuar» con una cámara que le niega masivamente su adhesión a la monstruosidad que se cocina en Bruselas a instancias de una Alemania que se encamina hacia el IV Reich. A usted solo le compete el respeto a esa Cámara. Su postura, transportada por un peón de brega, ya que usted no se resigna a una presencia personal necesaria dada la entidad de la cuestión, crea de hecho un poder ejecutivo situado sobre todos los demás que definen a la democracia. Uno, como ciudadano, siente el rubor más profundo cuando su vicepresidenta trata de salvar su soberbia con una frase mortal para la organización del Estado: «Si las Cámaras no pueden mandar a un gobierno en funciones, cómo van a controlarlo». Y acaba la vicepresidenta con este pensamiento de seda: «No se puede soplar y sorber al mismo tiempo». Es decir, que lo que está en funciones, es decir sin legalidad plena, son nada menos que las cámaras surgidas del mandato popular reciente.

Sr. Rajoy, no le falta a usted más que decretar el poder único que descalifique incluso a la Corona y con ello dé fin a este desconcierto institucional que está ahogando a un país que malvive en un océano de disparates.

Sr. Rajoy, usted pervive políticamente tras perder unas elecciones en que lo único a abatir era precisamente usted. Ese era el propósito simbólico de un número elevado de partidos que ahora están enredados en la última copa de la celebración de tan magna empresa. Y lo abatieron. Usted no es el dirigente más votado, sino el dirigente más recusado, incluso, por lo que se va viendo, en el seno de su formación. Ha perdido usted cuatro millones de votos y se vería apeado del Gobierno si este país contara con un Tribunal Constitucional que llevara a su seno la cuestión de un poder que ha convertido el estar en funciones con la incorrecta o vergonzosa voluntad de apagar la luz y quedarse a solas con su triste guardia pretoriana.

Sr. Rajoy, su vicepresidenta alegó como razón de permanencia en la Moncloa que Bruselas conocía ya su difícil situación jurídico-política, lo que al parecer le obliga a la férrea y sacrificada permanencia en el poder, cuando la realidad es que no nos enfrentamos a ninguna complejidad sorpresivamente acontecida en el derecho constitucional, sino a una falta de ética democrática y de elegancia política que está haciendo de España un No-Do todavía en blanco y negro.

Sr. Rajoy, lo único realmente escandaloso en esta hora sustraída por usted al reloj democrático es que nos haya convertido en inmigrantes en nuestro propio país. Nada es propiedad nuestra como pueblo. La ley nos es ajena y brota de un subsuelo de poder extraño. En cuanto al crecimiento del que usted se gloria impúdicamente, me permito recordarle que subyace a la vida de nuestras masas lo que ha escrito Richard Barnet en su “Economía de la muerte”: «Bajo el credo capitalista –que es su religión, Sr. Rajoy, en todos los aspectos– los ‘eficientes’ sobreviven y aquellos que no pueden ni proveer calidad ni controlar sus costos caen al borde del camino». Los españoles somos libres en «funciones». «¿Parlamento? No, por Dios». «¿Respeto democrático? ¡Quite usted allá!».

Sr. Rajoy, frente este panorama, no valen más que estas dos palabras que sus proveedores de frases tal vez conozcan: ¡Yo acuso! Le acuso a usted de agravar la perpetua impotencia democrática de España.

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