Antonio Alvarez-Solís
Periodista

La insufrible levedad del ser

Creo que usted, Sr. Iturgaiz, sufre de gastroenteritis política, desarreglo periódico en este país que audazmente colocan ustedes en la cumbre dada la frecuencia con que atrae al rayo.

Leí con inocencia de viejo periodista –el recto periodismo ha de ser inocente ante la realidad para resultar honesto– la respuesta que dio hace unas semanas en la Eurocámara de Bruselas el Sr. Iturgaiz, del Partido Popular, a la Sra. Miranda, también diputada en esa institución, pero por el Bloque Nacionalista Galego. La Sra. Miranda había solicitado que la Cámara Europea, solicitara la libertad de los presos políticos catalanes, entre ellos el Sr. Oriol Junqueras, líder de Esquerra Republicana de Catalunya, partido muy ligado al BNG en la batalla nacionalista. Según dispone lo legislado por la institución bruselense la Eurocámara debe intervenir cuando cualquier Estado asociado encarcele a alguien por motivos ideológicos.

No tardó ni un segundo el Sr. Iturgaiz en enfrentarse a la diputada gallega con las siguientes palabras: «Quiero recordarle a la Sra. Miranda que en España no hay presos políticos sino delincuentes y delincuentes golpistas como el señor que usted ha citado. Ha debido tener un lapsus mental, Sra. Miranda. Delincuentes golpistas son esas personas y no presos políticos, que no existen en una democracia como es la española».

Sr. Iturgaiz, si hay algo confuso en la historia del delito y su penalidad, el delito político ocupa el primer lugar en esa confusión. Dediqué muchos años a profundizar en las teorías sobre el constitucionalismo y he llegado a una conclusión que reúne a muchos brillantes teóricos en tal materia: «Es delito político toda actuación que el Estado y sus poderes dominantes declaran que es delito».

Tan resbaladizo es el terreno que usted pisa, Sr. Iturgaiz, que cuando se corteja al delito político y a fin de garantizar su existencia es de ordenanza que se añadan a tan peculiar concepción penal características que la sostengan, contra toda razón, dada su debilidad intrínseca. Características como la violencia en el punible (grave, por el contrario, en la policía estatal, por lo que investiga ahora un juez en el 1-0); como peligrosa para la estabilidad de las instituciones (en España muy frágil según estima el Sr. Sánchez); como injuria a la voluntad cesarista (evidente en la política española). En suma, kelsenianismo puro, que derivó en Alemania hasta dar en la feroz dictadura hitleriana.

Ve justo, Sr. Iturgaiz, tras estas notas, que un Estado respetuoso con la libertad de pensamiento, como dice usted de España, deba recurrir al terrorismo carcelario –demos su nombre real a las cosas, ya que es terrorismo lo que produce terror– para evitar el sueño de libertad de un pueblo?

Yo creo, al pie de su reprensión a la Sra. Miranda, que usted, Sr. Iturgaiz, sufre de gastroenteritis política, desarreglo periódico en este país que audazmente colocan ustedes en la cumbre dada la frecuencia con que atrae al rayo. Si los españoles como usted hablan de democracia refiriéndose a España sería preciso y urgente saber si esa afirmación no es delictiva por impedir el oxigenado proceso de las ideas. Podríamos hablar incluso de un delito contra la salud pública pues aumenta el letal jolgorio retórico en que andamos enredados desde 1978, Año de la Victoria nueva y eterna, frase próxima a otra a la que aludo con cierta prevención y mucho respeto, pues la uso en mis liturgias. De todas formas no quisiera que este derrabe verbal mío sea considerado como una jactancia de esos compatriotas que se dirigen a la audiencia con la majeza descarada de don Mendo: «Y me anulo y me atribulo/ y mi horror no disimulo./ Porque aunque el nombre te asombre/ quien obra así tiene un nombre/ y ese nombre es el de chulo».

Yo no soy un chulo y, mucho menos, un matasiete cuando escribo artículos como el presente, dedicado con respeto a un diputado como usted. Soy simplemente un español al que gustaría que el país en que he venido a caer –aunque tuve ocasiones, malogradas, de aterrizar en Alemania o Gales, como ya escribí otras veces– tributara a la razón kantiana y no al descomedimiento perpetuo. De practicar un imperativo categórico en política, ideas o comportamiento, que ese imperativo sea alemán. De mal, el menos.

Para usted, mi admirada Sra. Miranda, compañera en la galleguidad libre, mi admiración por su decisión y su talento en ver la verdad allá donde se encuentre. Es usted de esos gallegos que no se han dejado llevar por la hermosa y emocionante saudade de Rosalía, cuando ante la soberbia española se asomaba a la ventana de su pazo para dolerse con aquella impotente y emocionante estrofa: «Castelanos de Castela/ tratade ben os galegos./ Cando van, van como rosas/ Cando ven, ven como negros». Veo que usted es de los gallegos de Castelao: «Los ingleses ultrajan a los escoceses; los franceses a los bretones; los castellanos a los gallegos. Y todos esos ultrajes no son más que reconocimiento tácito del «carácter nacional» de los ultrajados... Los buenos gallegos somos expatriados aunque vivamos en Galicia».

¡Ay, Feijoo!; que pena da todo esto; pero que inmensa esperanza, porque como decía Castelao «las vacas y los bueyes merecen más amor que los toros bravos». Galicia es un gran pueblo céltico que nunca fue español.

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