Félix Placer Ugarte
Teólogo

La memoria viva de la cárcel «concordataria» de Zamora

Aquella década estuvo tejida en las diócesis vascas por sucesivas reacciones ante la insostenible represión nacional y social. Comenzaron a emerger con fuerza grupos sociales, movimientos populares, luchas y acciones reivindicativas de todo tipo: desde la organización armada ETA, hasta procesos educativos, culturales, sociales. También dentro de la misma Iglesia.

El pasado día 22 se cumplían 50 años del inicio de aquella ignominiosa prisión, donde ingresaba Alberto Gabikagogeaskoa y al que luego seguirían otros 53 sacerdotes y religiosos. Con este motivo se reunieron en emotiva comida, acompañados de amigos y amigas, en el Kafe Antzokia de Bilbo, quienes padecieron y lucharon, a lo largo de los años 1968-1976, contra aquella brutal y vengativa represión del régimen franquista –con la conformidad de la jerarquía española– precedida de detenciones, malos tratos y torturas. Algunos ya fallecieron, pero los allí presentes eran el testimonio vivo, en su avanzada edad, de lo que fue la lucha ejemplar de un sector de la Iglesia comprometida con su pueblo hasta sus últimas consecuencias..

Hace poco tiempo publicaron “Zamorako apaiz–kartzela. Eliza eta Estatuaren presondegia (1968–1976)”, con los testimonios que narran aquella dura experiencia de lucha de los sacerdotes encarcelados en Zamora. El libro es el relato y memoria imprescindibles de aquella resistencia liberadora y profética que vivieron, en aquellos tiempos y circunstancias de represión, aquel grupo de curas en defensa de la libertad y derechos de Euskal Herria.

Su compromiso como sacerdotes entonces, abogando por una Iglesia solidaria con el sufrimiento y lucha de su pueblo, fue también exponente de un profundo sentido teológico liberador y del deseo de una «Iglesia libre, pobre, dinámica, indígena, euskaldun»: de una Euskal Eliza.

Los acontecimientos de Zamora, dentro de la cárcel y en torno a ella, fueron la expresión más dramática, agudizada y contundente de un sector de la Iglesia opuesto frontalmente a la connivencia Iglesia-Estado y a su silencio ante la represión nacional y social de Euskal Herria y la profundidad de la represión vasca.

Pero no se puede entender Zamora sin un clara conciencia de la situación de Euskal Herria en aquellos años y a todo lo largo de la dictadura franquista, de su opresión aniquiladora de lo vasco y, por supuesto, de la complicidad de una Iglesia jerárquica que había apoyado en una “Carta Colectiva” la sublevación franquista –con la excepción de Mateo Mujika, Vidal y Barraquer, Pedro Segura, Javier Irastorza, Joan Torres– y mantenía, en muchos de sus miembros, «fidelidad» al régimen impuesto con una guerra, calificada por muchos de ellos como «cruzada».

En este clima irrespirable, asfixiante, en una jerarquía silenciosa ante la injusticia, plegada, claudicante en un vergonzoso juramento y nombrada por acuerdo concordatario, sólo en momentos puntuales, durante los largos y penosos años anteriores, habían aparecido algunos escritos de denuncia del «clero vasco», cuyos firmantes fueron represaliados y castigados. Cualquier intento de reclamar justicia ante el sistema opresor franquista era perseguido y castigado con saña en todas su formas, con juicios sumarísimos y hasta con los medios más brutales, como la tortura.

El Concilio Vaticano II acaba de celebrarse (1962-65). Una nueva conciencia social y política estaba gestándose en diversos grupos de la Iglesia a pesar de la vigilancia y represión policiales. Las diócesis iniciaban una compleja andadura de recepción de aquel Concilio con el que, por otra parte, la mayor parte de la jerarquía del Estado español poco o nada había aprendido y, menos aún, estaba dispuesta a aplicarlo con coherencia y fidelidad.

Se iniciaba el periodo del denominado tardofranquismo. Pero como todo régimen dictatorial que veía peligrar su dominio totalitario, los últimos años iban a ser –en especial para Euskal Herria– particularmente represores. El proceso de Burgos (1970) quiso ser una demostración de poder del Gobierno, pero la solidaridad internacional impidió sus sentencias de muerte y marcó un punto de inflexión.

Aquella década estuvo tejida en las diócesis vascas por sucesivas reacciones ante la insostenible represión nacional y social. Comenzaron a emerger con fuerza grupos sociales, movimientos populares, luchas y acciones reivindicativas de todo tipo: desde la organización armada ETA, hasta procesos educativos, culturales, sociales. También dentro de la misma Iglesia los grupos de la JOC, HOAC, y otros, en especial de "Herri Gaztedi" tuvieron particular importancia en la toma conciencia cristiana ante la represión.

Todas esta reacciones reivindicativas fueron el caldo de cultivo en el que el grupo «Gogortasuna» y los acontecimientos de la cárcel «concordataria» de Zamora adquirieron una relevancia especialmente significativa por su contundencia y coherencia tanto eclesial como política y social. Por eso no deja de ser llamativa la minusvaloración con la que algunos historiadores e investigadores, han tratado sus actividades y protestas. Por tanto continúa hoy la reivindicación conducida por el movimiento memorialista Goldatu en la querella argentina contra aquella represión criminal y la impunidad mantenida.

Zamora no fue sólo un periodo que queda como un lugar para el recuerdo. Los acontecimientos vividos en esa época son una parte de nuestra historia viva. Son el proceso de una larga lucha de liberación, de resistencia contra toda represión, individual y colectiva. Así lo recordaban sus protagonistas reunidos en aquella comida cargada de recuerdos, testimonios de lucha, compromiso ejemplar ilunpe hontan erdi hilak (En esta oscuridad, medio muertos), como relata Xabier Amuriza. 

Tras numerosas denuncias y hasta intento de fuga, «los sacerdotes encarcelados en la prisión concordataria de Zamora, viendo que son inútiles todos los medios legales y las gestiones hechas oralmente y por escrito, nos hemos visto obligados a quemar y destrozar por nuestra cuenta esta vergonzosa cárcel, puesta por la Iglesia y por el Estado en favor de sus intereses y en contra de nuestras convicciones más profundas». Aquella cárcel, cuyo último preso fue Julen Kaltzada, libre en 1976, fue un clamor estridente en un Iglesia silenciada y silenciosa, un irrintzi de libertad en un pueblo al que se intentaba humillar y maniatar con la represión y el sufrimiento.

Gogortasuna se deshizo como grupo organizado. Pero no su denuncia, su línea, sus reivindicaciones, su lucha por la justicia y libertad en Euskal Herria. Porque siguen vigentes muchas de las razones que entonces motivaron aquellos hechos; porque se siguen manteniendo muchas «Zamoras» en cárceles españolas con la dispersión y medidas de excepción; porque las llamadas transición política y democracia constitucional no han respondido a las básicas exigencias y derechos de este pueblo todavía sin realizarse en una Euskal Herria libre, soberana, democráticamente dueña de su destino; porque también la Iglesia dirigente de hoy trata de componer un organigrama eclesiástico, purificado e inmune ante cualquier «desviación tendenciosa» que reconozca y se posicione en la defensa y afirmación de los derechos de este pueblo.

Por todo ello muchos agradecemos a estos testigos de nuestra historia reciente, su lucha de aquellos años hasta hoy, por su memoria viva, por su relato conmovedor y estimulante para tantos hijos de Euskal Herria que sigue luchando, como ellos, por su libertad.

Katetan dauden gure anaiak / Gogora ditzagun beti / Euskalerriko sua pizteko / Oiek ditugu illeti.

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