José Luis Úriz Iglesias
Ex parlamentario y concejal del PSN-PSOE

La necesaria revolución interna dentro de los partidos políticos

Resulta curioso que en los partidos de la izquierda, PSOE y Podemos, ahora se comente que quienes los dirigen en la sombra sean gurús como Redondo y Gentili alejados de la afiliación

En los últimos tiempos, quizás porque mi «tema» dentro del PSOE me ha hecho estar más atento a estas cuestiones, he tenido conocimiento de numerosos casos de respuestas pura y duramente disciplinarias a lo que debiera ser exclusivamente un debate político claro, libre y transparente en el interior de un partido político.

También noticias como el reciente abandono del PP, de un Borja Sémper asfixiado por la falta de espacio a la disidencia interna y externa, o en el PSOE la ahora voz discordante de García Page, que ponen de nuevo de plena actualidad un debate excesivamente escondido.

Me consta que esta situación de mano dura, se extiende como una gran epidemia por el funcionamiento interno de todos los partido políticos sin excepción, sean de la derecha o la izquierda, nacionalistas de un tipo o del otro, pro sistema e incluso anti sistema.

Siempre he denunciado, con nulo éxito, la situación en el interior de esos partidos políticos –de todos ellos– en lo que se refiere a la falta de democracia interna, incluso he trasladado estas tesis a mis aportaciones en los diferentes congresos del PSOE cuando aún militaba en él.

Hay que tener en cuenta que nacieron en el siglo XIX y prácticamente no han evolucionado en esta cuestión. Se han convertido en una inmensa maquinaria electoral desideologizada, en la que prima exclusivamente la disciplina –sumisión en mi opinión–, cercenando cualquier debate, cualquier disidencia que pueda suponer un peligro para las élites que los dirigen, aunque generalmente la intenten disfrazar con el ropaje de que esa praxis debilita al partido y es castigado electoralmente por la sociedad.

Es probable que esto último sea cierto, ya que la sociedad actual, aunque siga considerando a los políticos como uno de sus mayores problemas, castiga cuando en el interior se manifiestan pluralidad ideológica, debates enriquecedores o atisbos de libertad.

Esa contradicción es utilizada por sus dirigentes para cortar de raíz cualquier disidencia, cualquier discrepancia con el poder establecido, utilizando un instrumento cruel y deleznable que se conoce como «medidas disciplinarias», en un primer momento a través de simples amenazas que suelen culminar con su estricta aplicación.

Por eso en los Estatutos que rigen su vida interna y externa, el apartado disciplinario es el más extenso. En lo que conozco tengo la sensación que una gran parte de lo que se refleja ahí es claramente ilegal, infringiendo muchos de los derechos básicos contemplados en nuestra Constitución.

En los últimos tiempos muchos de los afectados por esta injusta situación recurren al amparo de los tribunales de justicia, apoyándose en lo señalado en nuestra máxima norma de convivencia, haciendo referencia a la vulneración de derechos fundamentales.

Sería paradójico que la necesaria democratización de estos partidos esclerotizados y rígidos, viniera a golpe de sentencias judiciales que les obligaran a adaptarse a los nuevos tiempos.

Porque lo normal debiera ser que un afiliado tuviera los mismos derechos como ciudadano que como militante, y que las normas básicas que rigen la vida fuera de los partidos se aplicaran también dentro.

Lamentablemente en muchos casos eso no es así, por eso en los últimos tiempos esos conflictos que debieran ser solucionados en clave interna trascienden al ámbito judicial.

Quizás sea este el momento, aunque solo sea para recuperar la confianza perdida en el seno de nuestra sociedad, de poner fin a esta situación y emprender una profunda transformación de los partidos. Podría ocurrir que el primero que tenga el valor de hacerlo acabe teniendo un plus electoral inesperado.

Conseguir que dejen de ser una maquinaria al servicio de sus dirigentes, una fuente de empleo –curiosamente para los sectores más jóvenes que acceden a ellos y que debieran ser precisamente por eso los más rebeldes, los más críticos– que genera dependencia y sumisión a quien tiene el poder de repartirlo.

Resulta curioso que en los partidos de la izquierda, PSOE y Podemos, ahora se comente que quienes los dirigen en la sombra sean gurús como Redondo y Gentili alejados de la afiliación, gentes que valdrían igual para un roto que para un descosido, o sea para asesorar a la izquierda, a la derecha, o al independentismo.

También deberíamos ser capaces de convertir sus paredes de acero en cristales transparentes, con una mayor democracia interna, fomentando la libertad de expresión, debates activos, rotación constante en su dirección y en sus cargos públicos, incompatibilidad de estos, límite de mandatos, listas electorales abiertas, etc., etc.

Que se conviertan realmente en una maquinaria al servicio de la sociedad, en los que acceder a cualquier cargo suponga un esfuerzo de dedicación a ello y no una prebenda. En instrumentos, especialmente en los de ideología de izquierda, que no se limiten a interpretar a la sociedad de manera electoralista, sino que tengan el valor de intentar transformarla aunque para conseguirlo pongan en peligro esos éxitos electorales.

Es probable que a la hora de enfrentarse a esta terrible crisis que nos invade, fuera necesario romper con ese corsé electoral que nos obliga al cortoplacismo y tener el valor de afrontar la toma de decisiones con una mirada estratégica.

Ser más imaginativos, audaces, innovadores. Ahora que se habla tanto de este concepto en el campo de la tecnología, de la investigación, de la ciencia en general surge la pregunta: ¿por qué no serlo también en la política?

En estos oscuros momentos que nos está tocando vivir en el seno de esos partidos, quienes intentan ser imaginativos, audaces, innovadores, acaban siendo pasto de las llamas de las hogueras preparadas por los nuevos Torquemada. La Santa Inquisición que pensábamos era propia del pasado, se impone con fuerza en esta época que ya hace años algunos historiadores definen como segunda Edad Media.

Quizás sea este el momento de abrir el debate con valentía, dentro y fuera de los mismos, al menos en los de izquierdas como el propio PSOE. Partiendo de una base fundamental: que todas las actuaciones disciplinarias en vigor queden en suspenso. Una especie de amnistía política que permita participar en sus debates internos a todas aquellas personas que tienen algo que aportar.

Porque son precisamente las que han tenido el valor de enfrentarse a los «aparatos», las que tienen una mayor capacidad intelectual, las que han tenido la valentía de expresarlo libremente. Probablemente lo más valioso de cada partido haya estado o esté bajo el peso de esa terrible disciplina interna.

Creo que somos más quienes estamos a favor de esa profunda reforma. Los que apostamos porque el aire fresco inunde sus salas y despachos para que sean los más valiosos, quienes más capacidad intelectual e ideológica tengan y no los más serviles, lameculos, burócratas vulgares o buscadores de empleo estable, los que dirijan estas naves.

Somos más quienes desde la base –porque la base es inmensamente mayor que las cúpulas dirigentes– estamos exigiendo esos cambios, y quizás sea bueno y saludable que una profunda revolución interna, como un inmenso tsunami político, acabe con el arcaico sistema actual.

Una revolución pacífica, ideológica, intelectual, democrática, libertaria.

Ahí estamos, ahí estaremos, ahora sólo falta que más se unan a esta cruzada. La política y la sociedad necesitan esta revolución.

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