Olga Saratxaga Bouzas
Escritora

La otredad feminista

Solo desde la horizontalidad reafirmada podemos asumir sin doblez que la injusticia dirigida a la mujer carece de color, ideología o religión.

(A todas las mujeres, sin excepción)

Inferir narrativas sin descontextualizar otorga carácter legítimo a lo que generamos en torno a aquello que nos preocupa o necesitamos comprender. Sobre todo, nos define en el respeto y acompañamiento mutuos. Aun así, desembarazarnos de la presencia de un yo dominante, único poseedor de registros válidos, que nos anquilosa y reduce la cualidad heterogénea de la especie es un tránsito intransferible que no se da de la noche a la mañana. El terreno del análisis presenta desniveles propios adquiridos culturalmente, de espinoso descifrado aun utilizando el mejor organigrama de resolución de problemas.

Construir relatos desde el poder, argumentos de acción de masas, es relativamente sencillo, si los objetivos son claros y su eje estratégico se plantea con las pautas y directrices correctas. Cuenta para ello con un proceso escénico de talante cronificador y consecuente implementación mediática.

Esta última categorización, referida a operaciones políticas de gran magnitud, bien puede ser aplicada a la historia reciente de Afganistán: producto de EEUU y bloques aliados «amigos» de lo ajeno. Sin embargo, la variable geográfica no será el punto de partida crítico a las injerencias e invasiones militares en Oriente Próximo, sino que situará el núcleo de reflexión en clave feminista, hurgando de paso en estereotipos y nociones erróneas de lo diferente.

Tras la paulatina toma de control del país por el régimen talibán, redes sociales y soportes informativos de diversa ideología se han posicionado a favor de la libertad de las mujeres afganas, difundiendo multitud de imágenes de estas bajo burkas de luto riguroso. Algunas, atributo de añoranza, han copado los foros, perfiles y demás variantes de internet: fotografías de la década de los setenta las muestran en minifalda (fake news), confrontando su actual vestimenta en 2021. Parece ser que el hecho de poder enseñar piernas nos ha protegido a las blancas eurocéntricas de los desmanes del machismo...

Se ofrece una imagen incompleta y un tanto desvirtuada del potencial y ejercicio de autonomía y competencia de las mujeres musulmanas para continuar transformando los ámbitos de decisión interna. Además, existe una resistencia feminista activa, de base y rango, que no ha dudado incluso en tomar las armas, enfrentándose al avance talibán, no mencionada ex profeso en las carteleras de ciertos medios. Quiero razonar su «descuido» en la presunción de ingenuidad e interpreto esta pulsión divulgativa sin intención colonizadora o de extrapolar hacia una deriva xenófoba la situación que padecen allí las mujeres.

La misoginia del contexto islámico es una obviedad, de igual manera que coexiste en la religión y cultura imperantes de occidente (cristianismo). Lo cual no debe considerarse constructo religioso en sí mismo, sino entramado concebido a medida de un sistema patriarcal que extiende sus zarpas con independencia de la religión que se profese. La condición de globalidad hace que, unidos los elementos de dicha estructura, el todo opresor sea mucho más que la suma de sus partes.

De ningún modo, los comportamientos integristas son patrimonio exclusivo del Islam ni de doctrinas extrañas a nuestro ideario conceptual de valores. Europa, sin ir más lejos, ombligo chovinista, fue sustrato de prolongadas instigaciones a la población, de mano de la Iglesia católica y sus tribunales fundamentalistas de la Santa Inquisición. Otro dato más que tengo la sensación de que ha quedado diluido entre los grandes titulares posteriores, a pesar de los estragos y crímenes cometidos en nombre de Dios (cristiano) durante siglos.

Atendiendo a la naturaleza plural del planeta –los mundos, paralelos, en ocasiones divergentes, y complejos que conforman el ser humano y su hábitat–, no todo es medible ni se circunscribe a nuestro entorno más inmediato; ni son los paisajes de este prisma visual las únicas lindes del horizonte. Esta tendencia europea a presuponernos verdad de referencia universal se cuela todavía peligrosamente en retóricas salvadoras: aliento del racismo y, en este caso, la islamofobia. Potencias del «primer mundo» con intereses explícitos siguen creando monstruos de las mil y una noches.

Y si estamos de acuerdo en que la historia no transcurre de forma lineal, puesto que cada identidad queda supeditada a sus circunstancias y momento evolutivo, el pensamiento feminista –en indefectible correlación–, inmerso en un imaginario de códigos recíprocos, no puede avanzar aislado del resto de factores sociopolíticos que convergen en el espacio patriarcal de la otredad: esas realidades que a veces infravaloramos por mero desconocimiento. Como sujeto colectivo permeable, es inevitable tensionar en su seno episodios contrapuestos cuando se trata de analizar variables causa-efecto y teorizar supone dirimir registros con posible contaminación de transmisiones que buscan prejuzgar más que empatizar.

Solo desde la horizontalidad reafirmada podemos asumir sin doblez que la injusticia dirigida a la mujer carece de color, ideología o religión. Que es denunciable allá donde crezca, sean cuales sean los velos que nos cubran (también los de casa). Que los cimientos de un estado original regulado por hombres fueron códigos transversales contra nuestra esencia: son las mismas raíces aquí y en cualquiera de los rincones que habitamos. Atraviesan continentes y vadean los océanos metódicamente con un fin determinado, porque con burka o sin él estamos todas atrapadas en el mismo duelo, la misma tela de araña rancia y arcaica que soportaron las mujeres primigenias. Paso a paso, vamos desenredando la madeja conforme nos contemplamos en nuestra singularidad y reconocemos a la otra, siempre hacia adelante, indivisibles de los derechos que nos niegan.

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