Bittor Martinez

La quiebra de la cohesión social

En la otra parte, queda el gran estrato social empobrecido, en la que una clase media cada vez más reducida, de menor rango económico y en peligro de extinción, convive con los parias de la tierra, receptores de la caridad social que representa con dignidad el Banco de Alimentos, Cáritas y otras onegés del ramo.

Estos días pasados se han organizado las jornadas especiales para la recogida de alimentos en todo el Estado, haciéndose notar en los medios de comunicación con mensajes dirigidos a la concienciación social hacia la caridad y principalmente, en los accesos a los supermercados. En éstos, destacaban los distintivos petos azules, que portaban personas volcadas a la noble causa del voluntariado, brindado unas horas de su tiempo para aportar una colaboración de ayuda a mejorar la sociedad en que vivimos. Por ello y por que cunda el ejemplo, se merecen el agradecimiento público. Gracias, voluntarios y voluntarias.

En este caso y como es sabido, la misión consistía en la recogida de alimentos para su organización y posterior distribución entre muchos miles de ciudadanos y ciudadanas, normales, como cualquiera, que no disponen de recursos para alimentarse y alimentar a sus hijos y a sus mayores.

Esto ocurre en la totalidad del Estado español y en condiciones normales a día de hoy. Obviamente, también en Euskal Herría. O sea, que se practica la caridad social en un nivel importante en el seno de la sociedad, mientras se anuncia de forma cotidiana por la parte gobernante en cada ámbito competencial, la superación de la crisis económica gracias a las reformas realizadas en la gestión de los recursos públicos y las políticas establecidas. El crecimiento económico, los avances en la recuperación del empleo, el imparable progreso de la industria vasca, los pactos presupuestarios intergubernamentales y un largo elenco de supuestos logros de nuestros gobernantes, con la colaboración difusiva de diversos medios de comunicación y tertulianos adictos al régimen, nos recrean los oídos machaconamente y a diario. Por supuesto en total connivencia escenificada, aunque con categoría de una pésima calidad de arte escénica, entre el Gobierno español y Eusko Jaurlaritza.

La palpable realidad que ha quedado estigmatizada, para quienes quieran verla, es la de una persistente necesidad de estructuración de la caridad social, como una medida voluntaria para garantizar una subsistencia de cohesión social destinada a una importante parte de ella.

Los efectos de aquello que denominaron crisis económica, fue, como se suponía, un golpe de reestructuración económica neoliberal, por parte del gran capital, con la aquiescencia obediente de los partidos gobernantes, PP, PSOE, PNV y adláteres. Los resultados, están a la vista. Una deleznable progresión en la brecha existente entre ricos y pobres. Los ricos crecen en número y en poder económico desorbitado, mientras ocurre a la inversa en la parte opuesta, es decir, los pobres son muchos más y con menos poder adquisitivo, hasta la pobreza extrema estructurada socialmente.

Como ejemplo de los resultados estructurales obtenidos, a día de hoy y en materia laboral, tenemos que en el año 2007, un mileurista era un explotado laboral, considerándose hoy un privilegiado. La destrucción de puestos de trabajo parece ser irreversible. La precariedad laboral se percibe como un hecho de difícil retorno hacia un trabajo estable. El crecimiento del diferencial entre los ingresos de los directivos empresariales y la clase trabajadora, ha llegado a límites insultantes para esta, bajo la falacia de la competitividad para rebajar los salarios miserables, mientras aumentan los beneficios empresariales.

Yendo al sector inmobiliario, blanqueados los efectos de la burbuja inmobiliaria, los gobiernos continúan impulsando políticas de protección y apoyo a la vivienda como objeto de negocio lucrativo y especulativo, despreciando el verdadero concepto de elemento de necesidad básica social. De tal manera desprecian el tratamiento de intervención pública, para protegerlo como sector que compete a la propiedad privada. Así nos encontramos con que las entidades financieras, bancos que se rescataron con dinero que ha resultado a fondo perdido de toda la ciudadanía y fondos de inversión, controlan un gran parque de vivienda propio para la especulación. Mientras en Euskadi, no existe ni siquiera voluntad política de intervención por parte del sector público.

De la misma forma, el sector energético es otro sector estratégico privado para la práctica especulativa, que incide en el empobrecimiento social y que también es protegido por las cúpulas políticas, en virtud de las puertas giratorias que sitúan a miembros destacados de los gobiernos, en los consejos de administración de las grandes empresas energéticas, con beneficios recíprocos. ¿Cómo si no, se puede entender que los precios de la electricidad alcancen los desorbitados precios máximos, precisamente cuando más demanda social existe en las épocas estacionales de mayor consumo, sin intervención pública reguladora?

Y qué decir de la brecha abierta entre el antes y el después de la aplicación de los recortes en materia de sanidad y educación, achacados a «la crisis». Obviamente, el deterioro del servicio público sanitario, facilita los resultados económicos del sector privado.

Y en el sector de la educación, por ejemplo, los acuerdos económicos con los colegios privados concertados, fueron una medida provisional ante la dificultad de cobertura para las necesidades públicas. En la actualidad, los colegios privados concertados con la red pública, tienen todos los privilegios de selección del alumnado, impartición religiosa y demás prebendas, ante la estabilización fija de la anterior provisionalidad.

Es meridianamente clara la situación a la que nos ha llevado el régimen político neoliberal, en cuanto a un reforzamiento de los intereses lucrativos privados sobre el interés público y por tanto social, ante la pasividad de una gran parte de la sociedad que difiere poco de tiempos atrás. Alimentada por «pan y circo», aunque a decir verdad, cada vez con menos pan y más circo.

Y mientras una parte de la sociedad duerme, asistimos a una nueva vuelta de tuerca transformadora, en la que una parte, del gran negocio se queda en las pocas manos de los grandes oportunistas y controladores, apoyados por el régimen político neoliberal.

En la otra parte, queda el gran estrato social empobrecido, en la que una clase media cada vez más reducida, de menor rango económico y en peligro de extinción, convive con los parias de la tierra, receptores de la caridad social que representa con dignidad el Banco de Alimentos, Cáritas y otras onegés del ramo.

Son momentos en los que lejos de volver a levantarse y reivindicar los cambios necesarios hacia una sociedad justa y cohesionada, al parecer, se ha vuelto a imponer el miedo a la imposición del capital y la represión política.

Se hace necesario un cambio de dinámica social, en el que la caridad sea sustituida por ejercer el derecho y la dignidad. El activismo puede ser una modalidad del voluntariado, para impulsar el establecimiento de derechos sociales en distintos sectores y que de forma organizada, puedan representar un sentir de la sociedad, para que los partidos políticos sensibles a tales derechos sociales, ejerzan de correa de transmisión y eleven las reivindicaciones sociales a los diversos niveles de la administración. En otras palabras, se trataría de formar un bloque de conexión transversal entre la sociedad y las instituciones, a través de los partidos políticos con sensibilidad social y la eliminación social de quienes no la poseen. Quizá esta fórmula nos acercaría más a un concepto democrático representativo real.

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