Bittor Martinez

La revolución de los aitites y las amonas

Por fin, el hartazgo ha llegado a colmar los límites del aguante ciudadano y concurrimos en un cabreo social llenando las calles de todo el Estado. La protesta, es convocada y protagonizada con amplia mayoría por pensionistas, jubilados y jubiladas.

Resulta ya insoportable el derrotero tomado por la brutal política económica neoliberal impuesta, causando estragos en el ejercicio de una política social digna y redistributiva. Y lo más indignante, es que se desarrolla con el mayor de los descaros, en un escenario de vergonzante impunidad para la corrupción de los políticos con acceso al robo a manos llenas de dinero público.

Como es sabido, la gran estafa disfrazada de crisis económica por la clase política dominante, lacayos del gran capital, ha saqueado el erario público robando con alevosía. Con dadivosas ayudas al rescate de la banca, que como era previsible, no se recuperarán. Eximiendo del pago de impuestos a las grandes empresas. Gastando el dinero, que no invirtiendo, en construcciones fabulosas, inútiles e innecesarias. Y otros muchos despilfarros con intereses particulares en su destino.

Por otra parte, el despotismo gobernante ha pretendido justificar la política de recortes en materias sociales básicas, como la sanidad, la educación, las pensiones de los jubilados, los salarios y demás derechos de los trabajadores, incluyendo la discriminación de las mujeres. Todo ello ha supuesto una potenciación del neoliberalismo económico, con negativos resultados para las clases medias desfavorecidas en la distribución de la riqueza, reduciendo el nivel de vida de forma considerable. Por cierto, recordemos que tampoco creamos que vivíamos en la opulencia.

Por fin, el hartazgo ha llegado a colmar los límites del aguante ciudadano y concurrimos en un cabreo social llenando las calles de todo el Estado. La protesta, es convocada y protagonizada con amplia mayoría por pensionistas, jubilados y jubiladas, reivindicando el derecho a cobrar una pensión pública que permita el acercamiento a una vida digna. Se la pagaron durante toda una vida laboral desde su juventud, cuyo dinero, a día de hoy, ha desaparecido de la hucha.

Las protestas se desarrollan simultáneas a la burla y las mentiras, que desde el Gobierno y sus afines tertulianos y periodistas mercenarios, nos vierten a diario, a través de los medios de comunicación. Como si fuéramos tontos y tontas, con anquilosamiento cerebral causado por el miedo a sus bravatas, y tuviéramos que aguantar los semejantes desmanes que venimos sufriendo, en la línea de la historia plagada de abusos de corte feudal.

El esperanzador movimiento social protagonizado por los mayores, que puede suponer la perspectiva de una reactivación del 15-M, merece una reflexión para el análisis de lo que está ocurriendo y la posibilidad de consecuencias futuras.

Ocurrió principalmente en Euskadi, que la sociedad, impulsada de forma prioritaria por la juventud de la época, tuvo un importante protagonismo en la implicación política contra el franquismo, sobre todo en sus últimos años y a principios de la que denominaron, transición democrática. Curiosamente, aquella juventud, a día de hoy es la generación de los mayores que se vuelve a movilizar, saliendo a la calle a reivindicar sus derechos, y participando así mismo, en los distintos movimientos sociales afectados por la situación política.

Sin embargo, los hijos de esos aitites y amonas que hoy recuperan aquel espíritu reivindicativo, mayoritariamente han adoptado una postura tendente a la comodidad, adquirida en cierto modo, gracias a la lucha de sus mayores. Posicionándose, quizá inconscientemente, en la cultura social egoísta, ineludible para el poder capitalista y anulando la participación colectiva, se ha ido afianzando en ese individualismo consumista, que hace bandera de la propia existencia.

Se está jugando el futuro de sus vidas. Mientras, la insaciable avaricia del dinero, trata de influenciar en la progresiva implantación de las pensiones privadas para engordar el enriquecimiento del sistema capitalista, recogiendo con sus tentáculos el dinero procedente del ahorro privado, como nueva y jugosa fuente de ingresos a rentabilizar en provecho propio.
Y no solo deben mirar a sus futuras pensiones, porque lo que está en juego, además del futuro del sustento económico, es el de una colectividad encaminada a la ruina social, tanto económica como de valores, gobernada en dirección al esclavismo, al dictado de quienes consideran que aún no han concentrado suficiente dinero y que nosotros no hemos sido todavía suficientemente expoliados.

Es de justicia proceder a un cambio social con el objetivo del bien común, en el que las personas sean consideradas prioritarias sobre los intereses económicos. Pero no será posible sin la existencia de una unidad de acción integradora intergeneracional. Y está en juego, el presente de los mayores y el futuro de sus hijos y sus nietos.

La sociedad se compone de al menos tres generaciones. Y una sociedad con solidaridad intergeneracional, debería integrar un concepto de suma de ciudadanos y ciudadanas individuales con objetivos comunes.

La suma de movimientos sectoriales, determinaría un movimiento social conocedor de la situación de los derechos de la ciudadanía y ejercería como fuerza de alimentación de las demandas sociales, a los partidos políticos que muestren sensibilidad social, para su aplicación a la política institucional. Pero difícilmente llegará a buen término el efecto de correa de transmisión, sin asumir nuestro deber de participación ciudadana en defensa de lo propio.

Un no rotundo, a la dejación de la dignidad como personas, que nos lleve a ser súbditos en vez de ciudadanos soberanos y rotundamente, sí, a la reactivación del protagonismo social cohesionado con los aitites y las amonas.

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