Jonathan Martínez
Investigador en Comunicación

La revuelta de los corderos

En medio del retroceso autoritario, Mausfeld está convencido de que las élites aún temen los designios de los pueblos. Aunque solo sea por una cuestión cuantitativa. Al fin y al cabo, siempre habrá más ovejas que pastores.

Hace unos días, la editorial Catarata nos remitió a la redacción de GARA un ensayo de Rainer Mausfeld titulado "¿Por qué callan los corderos?". Me ha intrigado entre otras cosas porque comienza preguntándose qué significa, más allá de palabrerías oficiales, la noción de democracia en un sistema que no nos permite decidir sobre los aspectos más determinantes de la economía. La libertad, dice Mausfeld, es la libertad de los dueños del dinero. Libertad se llama la cárcel más malfamada de Uruguay, donde la dictadura cívico-militar torturaba a los prisioneros políticos hasta el suicidio o la locura. Para doblar a las personas hay que doblar también las palabras.

América Latina puede dar buena fe de que la democracia y el libre mercado son pésimos compañeros de cama. Cada vez que los pueblos han votado contra las oligarquías, alguien ha acudido a sacarlos de su error, a veces los militares, otras veces el FMI, y muchas otras veces los militares y el FMI al mismo tiempo. Hay distintas formas de someter a un país. En unas ocasiones se impone la autoridad de las balas y en otras basta con tender una maraña leonina de deudas y préstamos. Es inútil preguntarse en qué elecciones se elige a los caudillos del Banco Mundial. Allí donde hablan los billetes callan las urnas.

En Europa no faltan los ejemplos. A menudo, la tiranía es invisible y se viste de eufemismos. Aquí clausuran una escuela con la musiquilla de la austeridad y allá despiezan un hospital bajo la poesía del ajuste. De qué sirve decidir en referéndum, se pregunta el pueblo griego, si después llega la Troika con sus trajes oscuros y sus despachos opacos a imponer extorsiones votadas por nadie en ningunas elecciones. Las comparaciones son incómodas, pero la mano implacable contra Syriza en 2015 contrasta con el recibimiento beatífico que las élites europeas han dispensado al fascismo pop de Giorgia Meloni.

Rainer Mausfeld sostiene que la metáfora política del pastor y las ovejas es tramposa porque no nos permite conocer al dueño del rebaño. Si el rebaño es el pueblo y el pastor el gobernante, conviene advertir que las ovejas viven condenadas a proporcionar lana, pieles, leche y carne a un propietario. En su diálogo "El político", Platón pone a prueba la analogía pastoril y advierte que el arte de cuidar animales puede ejercerse con violencia o con persuasión. La diferencia, sin embargo, no parece relevante porque el pastoreo no se ocupa de fieras salvajes sino de especies mansas. Es el pastor y no la oveja quien tiene de su parte la fuerza del bastón. «¿Será quizá que la violencia es justa si su autor es rico e injusta si su autor es pobre?», se pregunta un personaje de Platón.

Si hay una metáfora que explica el orden neoliberal es la farándula de los trileros. Para ilustrar el engaño, Mausfeld se recrea en un óleo de El Bosco titulado "El prestidigitador". A la izquierda vemos a un público hipnotizado frente a un charlatán de feria que despliega su juego de manos sobre una mesa. Los visitantes más despistados del museo de Saint-Germain-en-Laye tal vez pasen por el alto el detalle más decisivo del cuadro: mezclado entre los espectadores, un cómplice del prestidigitador maniobra con pericia para sustraerle a un pobre incauto su monedero. Los medios de comunicación invisibilizan los mecanismos del poder con técnicas tan refinadas que siempre terminamos distraídos en discordias mezquinas mientras nos despojan de todos nuestros derechos.

En "El pueblo sin atributos", Wendy Brown explica que la economía de mercado ha destripado el concepto de democracia hasta pervertir su significado. No solo la sed de lucro se ha apoderado de las instituciones, sino que, sobre todo, la razón neoliberal ha socavado los deseos de un gobierno del pueblo y para el pueblo. Es estéril cultivar un régimen de libertades si al mismo tiempo cunde una mentalidad de esclavos. De ovejas pastoreadas. El neoliberalismo ha usurpado el lenguaje de la democracia y ha reformulado todas las esferas de la vida en términos de rendimiento financiero. Ya no somos personas sino capital humano. Ya no somos ciudadanos sino consumidores.

Esta sutil metamorfosis hubiera sido imposible sin el concurso de periodistas y creadores de opinión. Los intelectuales, se lamentaba Noam Chomsky ante la guerra de Vietnam, tienen la responsabilidad de decir la verdad, pero no parecen ejercerla. Para Bertolt Brecht, el intelectual del libre mercado es un «arrendador de su intelecto». En su comedia "Turandot o el congreso de los blanqueadores", un joven intelectual es interrogado sobre cuestiones económicas y sociales bajo una cesta de pan que cuelga de una polea. Cada vez que ofrece algún argumento a favor de la clase trabajadora, la cesta de pan se aleja de sus manos. Cada vez que corrige sus palabras, la cesta vuelve a caerle cerca.

En medio del retroceso autoritario, Mausfeld está convencido de que las élites aún temen los designios de los pueblos. Aunque solo sea por una cuestión cuantitativa. Al fin y al cabo, siempre habrá más ovejas que pastores. Pero la diferencia numérica solo será provechosa si las masas encuentran un suelo compartido para sus demandas. Un mínimo común denominador frente a la barbarie. Siempre que la humanidad, claro está, no sucumba antes a la devastación ambiental.

Hay una guerra de clases y vamos ganando los ricos, decía Warren Buffet. Esa guerra, que se expande por tierra, mar y aire, es también una guerra psicológica. Y para librarla con dignidad, no hay más remedio que renunciar a la apatía. No existen los atajos. Tomar conciencia exige un esfuerzo que la propaganda nos ahorra. Organizarse exige una generosidad que la sociedad de consumo nos evita. Pero el camino más fácil es también el más desolador: una democracia sin democracia, una vida en el redil y un futuro en el matadero.

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