José María Pérez Bustero
Escritor

La sorpresa de la honradez

Llevamos un tiempo inundados por la deshonestidad de las instituciones y sus personajes. El caso Gürtel en Valencia y Madrid, el caso de Palma Arena y el de Noos en Baleares, el del Palau de la Música en Barcelona, Operación Malaya en Marbella, el escándalo de lo ERE. en Sevilla. No se produce, en todo caso, como simple indecencia que reconquista por enésima vez las tierras de España. También la tenemos en el País Vasco.

Nos acaba de llegar la gravísima denuncia de la exjefa de Hacienda del Gobierno de Navarra que relata la sucesión de presiones que le hizo la vicepresidenta Goicoechea para que quitara sanciones a determinados «contribuyentes» o para beneficiar a clientes de su asesoría particular. Desde luego, UPN de Navarra nos lleva de un personaje a otro, desde Sanz hasta Barcina, sobre los que cada día se conocen detalles más vergonzosos.

Pero no son los únicos casos. Solo en el último año, por citar algunos, podemos recordar al exalcalde de Zarautz imputado por gastos irregulares, el fraude en el concurso de Leioa Kirola, el escándalo en la gestión municipal en Lemoa y gastos escandalosos en bebidas y dietas, los costes vergonzosos en el solar AR-3 de Lizarra, el recaudador de la Seguridad Social en Nafarroa denunciado por corrupción, el alcalde de Pitillas acusado de prevaricación urbanística, diez ayuntamientos alaveses en situación de quiebra y ocho en situación crítica, fraude en la oficina de hacienda de Irún, moción contra el alcalde de Zierbana por su gestión y regular y salarios desorbitados. Y «el mejor alcalde del mundo» ha hecho una gestión de la capital vizcaina, según informan, «basada casi exclusivamente en el ladrillazo y la especulación», con una brecha social entre el centro de la ciudad y los barrios, a la vez que ha mantenido una fuerte hostilidad con iniciativas populares.

Tal vez por ello sorprende todavía más que en nuestra tierra existen asimismo grandes muestras de honradez institucional. Que nos interpelan y marcan el camino. Desde luego, no basta mirar a la prensa para percibirlas en su magnitud. Pero si visualizamos y analizamos unas y otras poblaciones, hallaremos docenas de ellas en manos de esa honestidad corporativa. Desde Ea, el municipio de la costa nordeste de Bizkaia con sus 864 habitantes, donde la información y la demanda de criterios a la vecindad es habitual -también en sus dos barrios Bedarona y Natxitua-, hasta la gestión que lleva a cabo el actual equipo de gobierno en Donostia, con sus 186.000 habitantes.

Detengámonos en este caso, por su trascendencia como capital de territorio. Desde luego, no podemos hacer aquí un recorrido detallado de los 32 meses que llevan de gestión. pero podemos tomar un par de apuntes. En su inicio, desde junio de 2011, y en estos últimos días de febrero, por ver sus dos cabos. En aquellos primeros meses el grupo de alcaldía hizo una tarea de lo más sugestiva. En vez de guiarse por ideas previas sobre la ciudad, decidieron ir a cada una de sus partes. Resaltaron con ello el hecho básico de que no hay una Donostia que llamaríamos «ciudad» por antonomasia -la Bella Easo, la del veraneante y de los festivales, o sea el centro- y otra pensada como «la no-ciudad», donde en su día se colocó el matadero, el hospital antituberculosos, el cementerio, y sucesivamente las casas para los obreros que iban llegando de una y otra parte. Fueron, pues, a reunirse con los vecinos de 16 barrios-zonas de Donostia. Dos veces con cada uno. Estuvo en Aiete, Altza, Amara Zaharra, Añorga, Amara Berri, Antiguo, Bidebieta, Centro, Egía, Gros, Ibaeta, Intxaurrondo, Loiola-Txomin, Marutene, Parte Vieja, Ulía.

Y la gente de los barrios les puso delante demandas adheridas a su realidad concreta. Según zonas, se indicó la necesidad de un ambulatorio, de reurbanizar determinados trechos, de equipamientos deportivos, de un centro social autogestionado, de viviendas para los jóvenes, de escaleras mecánicas o ascensores por los grandes desniveles de la zona, de infraestructuras culturales, de mejor accesibilidad al barrio, de más aparcamientos, de mejor alumbrado público, de llevar actividades que solo tenían lugar en el centro, así como de salir al paso al riesgo de inundaciones, ayudar al pequeño comercio en declive, o instalación de ascensores en casas habitadas en buena parte por personas mayores. Con ello, el equipo de gobierno se sometió a una cura de realismo y a una carga de las múltiples tareas pendientes que había en la ciudad. No era la mismo analizar la realidad donostiarra desde unos despachos o unas premisas teórico políticas a palparla en cada trecho.

En los dos años siguientes el equipo de gobierno no cesó de reunirse con la ciudadanía y llevarse encima las nuevas tareas que surgían o seguían pendientes. Así llegamos a febrero de 2014. Y encontramos de nuevo al equipo de alcaldía por Altza, Loiola, Gros, Parte Vieja. Esta vez presentando los presupuestos a las distintas vecindades. No se trata de un acto formal. A veces con un número alto de participantes, otras con una veintena escasa, pero allí están los principales representantes municipales en el tema. La responsable del departamento de participación ciudadana, el concejal de dicha área, el tesorero municipal, el responsable de hacienda, el alcalde. Ninguna distancia en el diálogo. No se oye lo de «ahora se dirigirá a ustedes la señora, o el señor fulano de tal». No. Son Amaia, Asier, Oscar, Javi, Juan Karlos. Reparten mano a mano una fascículo de veinte páginas, y explican luego un dato tan sencillo como esencial. De dónde procede el dinero y qué se hace con él. Los diferentes ingresos, aportaciones, transferencias amortización de deudas e intereses, gastos, endeudamiento, inversiones. Todo de forma detallada, dando pie repetidamente a preguntas y a nuevas explicaciones. En un ambiente de vecinos.

Seguidamente se pasa al tema de fondo. ¿Qué criterio siguen al repartir esos 350.955.783 Euros? Primer punto. Viviendo una crisis económica que dura ya seis años, se toma la decisión de gastar todo lo que se ingresa, pero solo lo que se ingresa. Segundo principio. Tener una disciplina de gasto. Austeridad en gastos, evitando los superfluos. Mantener nivel de endeudamiento. Tener muy en cuenta el futuro. Es poco ético sacarse la foto hoy y que se apañe el que venga más tarde. Otro gran principio de actuación. Apostar por la política social. La ciudadanía como punto de mira. Así que un objetivo insoslayable es mantener los servicios públicos. La cultura no es pensada como grandes actos y edificios, sino como expresión de las personas y herramienta de cohesión social y convivencia. De la misma manera se priorizan las inversiones. Nada de sugestionarse por el cemento y asfalto, que dan pie a grandes fotografía e inauguraciones, sino crear situaciones sociales favorables, como puestos de trabajo, aunque sea temporalmente.

No puede uno evitar, junto a una profunda admiración, una sensación de insuficiencia personal. Resulta que cuando nos asalta la honradez nos pilla desprevenidos. Estábamos habituados a que la política fuese una pugna de partidos para instalarse en el palacio señorial del antiguo Gran Casino, y funcionar luego como señores feudales, amos de calles, dinero, y empleados. Y de pronto, nos llega el equipo de gobierno y nos llama a ser co-responsables de la ciudad. ¡Qué engorro! Era duro pero sencillo vivir como siervos y sumisos, y ahora nos ponen el deber de funcionar como ciudadanos. Harán falta años de honradez para que asumamos a tope esa labor. Se nos viene a la mente asimismo, el engorro y frustración que habrán sentido los partidos de la oposición. ¿Obligados a una honradez paralela? Iba a ser más fácil dar tacadas de acusaciones, por muy vacías o adulteradas que fueran. Y cabrearse si un partido, como ha sido el caso del PNV, que el pasado día 12 llegaba a un acuerdo en los presupuestos.

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