Jose Martín Alustiza Madinabeitia

La tapa bocas (esto no va de mascarillas)

No quiero ni pensar la cantidad de sapos que se tendría que tragar el señor Garcia en su quehacer cotidiano, en un periódico, qué, precisamente, fue pieza clave en la conspiración y preparación del golpe militar.

A raíz de leer estos días atrás, el escrito enviado a la sección Tribunas de "Diario de Noticias" por Andoni Esparza sobre la Laureada en el escudo de Navarra (texto que suscribo totalmente), me ha venido a la memoria una anécdota que me sucedió hace unos treinta años y que no me resisto a relatar.

Intentaba aparcar en la Plaza de la Cruz y en un espacio libre, apostaba su trípode un señor que con su cámara fotográfica tomaba fotos al escudo de Navarra con la Laureada que aún presidía el frontal de los Institutos Ximénez de Rada y Principe de Viana (hoy unificado como Instituto Plaza de la Cruz), seguramente para perpetuar la imagen del escudo con la condecoración, antes de ser retirada ésta, a raíz del Acuerdo del Parlamento de Navarra en 1981, como bien señala A. Esparza.

Cuando cambió su posición y pude aparcar, al apearme del vehículo, me dirigí hacia él y le espeté: «¿qué, fotografiando la berza?».

El hombre, sorprendido, se volvió hacia mí, y cuando temía haber destapado la caja de los truenos, se me acercó y de una manera sosegada y amable me dijo: «lo que Vd. llama la berza, yo le llamo ‘la tapa bocas’»  e iniciamos una amena charla en la que me explicó el por qué de esa denominación.

En 1937, Franco agradeció a Navarra que con sus tercios de requetés y falangistas había contribuido de manera notable a la marcha favorable que iba tomando la contienda para los facciosos, golpistas y traidores a la República democráticamente elegida y a la que habían jurado lealtad (estos últimos adjetivos calificativos son de mi cosecha, como los que vengan mas adelante señalados con un asterisco, no del señor García, que así se apellidaba mi interlocutor, jubilado, extrabajador del periódico de Cordovilla y aficionado a la fotografía).

Ante las demandas de un mayor protagonismo de Navarra en el concierto nacional por parte de los líderes políticos navarros y de las autoridades (civiles y religiosas), Franco, en respuesta a las vehementes peticiones, concedió a Navarra la «Laureada de San Fernando», máxima distinción militar, y con ésta importante dádiva acalló las voces que desde aquí se alzaban, dejándoles contentos a los navarros (a algunos, además, les concedió puestos de relumbrón y bien retribuidos, como las delegaciones de los diferentes ministerios, dirección de bibliotecas y archivos etc., otorgados a dedo como pago de sus servicios de conspiradores en la preguerra y de ejecutores de las consignas de Mola de exterminar a los rivales políticos durante la contienda*).

Claro que, al terminar la guerra, tan sustancioso premio no creó puestos de trabajo no evitó la emigración masiva de la juventud navarra combatiente hacia las provincias «traidoras» de Guipúzcoa y Vizcaya que habían «liberado» las huestes del teniente Beorlegui y otros oficiales militares al mando de los cuarenta de Artajona y Cía., para, poco tiempo después, tener que llamar a su puerta en busca de trabajo y de un futuro mejor para ellos y que sus hijos no tuviesen que pasar por la penosa situación de tener que acudir cada mañana a la plaza del pueblo a sufrir el capricho del cacique de turno, mendigando la contratación de la jornada por una paga miserable (y esto con suerte si no eras represaliado por ser familiar de alguno de los mas de 3.500 izquierdistas fusilados en alguna cuneta,  contra la tapia del cementerio o arrojados vivos a una sima*).

Esto era una realidad en los pueblos de la Ribera y de la Navarra Media antes y después de la sublevaciòn (tampoco estaban mucho mejor las gentes humildes de la Sakana o de los valles pirenáicos*). Por eso le llamo «la tapabocas».

No quiero ni pensar la cantidad de sapos que se tendría que tragar el señor Garcia en su quehacer cotidiano, en un periódico, qué, precisamente, fue pieza clave en la conspiración y preparación del golpe militar. Con independencia de su ideario político, el señor García, al menos, me demostró tener un espíritu crítico con la realidad social que se vivió en la posguerra en Navarra.

Es más que probable que el señor García haya fallecido, pero si algún familiar cercano lee éste escrito, seguro lo relacionara con él y podrá dar fé de la denominación de «la tapa bocas».

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