Antonio Alvarez-Solís
Periodista

La tercera vía

Durante muchos años me pregunté por qué el régimen social instaurado en Yugoslavia por el mariscal Tito había sido tan tenazmente acosado por unos y por otros: ante todo por el capitalismo y después por los jerarcas del comunismo estalinista, que no del comunismo correctamente interpretado. Ahora, el actual momento histórico me clarifica las razones de esta persecución.

La llamada tercera vía de Tito –conocida también como alianza de los Países No Alineados– intentaba organizar una sociedad donde la sustancia colectiva de que estamos hechos y denostada constantemente en nombre de una glorificada y engañosa libertad del individuo solitario, fuese el soporte de una necesaria y verdadera libertad personal. Esto es, el mundo como propiedad de cada ser humano dentro del todo común. Por tanto, ni estructuras mecanicistas de una izquierda burocratizada y contaminada destructoramente por el sistema –la socialdemocracia no es sino el descansillo en la escalera del capitalismo– ni construcciones «liberales» ofrecidas por ese capitalismo. Esta realidad moral del mundo como sustancia colectiva es una verdad tan meridiana que llegó a afectar incluso al capitalismo nacido de la escisión luterana. En el luteranismo, al menos en el primigenio, sólo se puede ser libre si se acepta la naturaleza ética y colectiva de la humanidad. Hay que recordar que dentro del capitalismo sueco, en que operaba un exigente espíritu ético, brotó entrado el siglo XX, una sociedad moderna e igualitaria que de alguna manera perseguía unas finalidades humanas con la presencia obrera en los diversos escalones de las empresas hasta llegar a los consejos de administración. Pero esa y otras experiencias de lo colectivo, surgidas, como he mencionado, del alma espiritual de la Reforma –la riqueza penetrada por el espíritu de Dios– acabaron engullidas por el neocapitalismo mediante la asfixia económica manipulada por los autócratas, incluso con empleo del crimen. La acumulación practicada por los poderosos, incluso la acumulación monetaria, está destruyendo su propia existencia.

Escribe Schumpeter: «Toda ganancia superior a la normal es rápidamente eliminada por los competidores (mencionemos el desastre producido por los manipuladores de la deuda) al adoptar todos cada nuevo perfeccionamiento. Pero la ventaja temporal conseguida por el primero que la implanta le da una anticipación en la carrera: las sociedades capitalistas, deslizándose por curvas descendentes de costes medios y aniquilando o expropiando a los que son más débiles en este proceso, aumentan de dimensión y construyen enormes capacidades de producción (incluso monetaria) que al final revientan el marco de la sociedad capitalista», que recurre para perpetuarse a succionar los medios de vida de las sociedades más débiles.

Ante este panorama es sano para la paz social y la libertad, la igualdad y la justicia, recordar las experiencias de los no alineados que hoy podrían rescatarse para devolver la dignidad a los pueblos y a los trabajadores. Lo que pretendían los ideólogos de la tercera vía yugoeslava o de Países No Alineados era la devolución de la tierra y de sus riquezas materiales al conjunto de la sociedad nacional para que, bajo un régimen de equidad, los individuos transformaran el medio vital sin acceder a su propiedad excluyente. Más aún, los gestores de aquella idea de libertad en el colectivismo –la primera reunión de los No Alineados tuvo lugar en Belgrado en 1961, con participación de veintiocho países– perseguían mediar entre los dos grandes bloques encabezados por Washington y Moscú a fin de eliminar los contenciosos bélicos y diseñar mercados racionales con una sostenida división del trabajo. La presidencia de la gran alianza intermedia debía rotar entre sus integrantes. Sobre este extremo creo recordar que cuando Belgrado consumió su turno se ofreció discretamente la presidencia a España, que la rechazó enérgicamente en nombre de los maltratados valores cristianos de occidente, entre ellos el fundamental de la gran propiedad, de cuyos detentores ha dicho condenatoriamente cincuenta años después el Papa actual: «Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos.»

Necesitamos, ahora ya con urgencia, una tercera vía que aborde las necesidades fundamentales de la sociedad en creciente desamparo. Ya no se trata de invenciones financieras multimillonarias a la sombra de las grandes instituciones internacionales y de los impenetrables centros del poder global. En ese marco sólo tenemos un papel: la contribución continua y sin retorno alguno para reconstruir una modesta estabilidad. La banca española está en un delirio de atesoramiento totalmente intrascendente para alimentar el funcionamiento de la pequeña o mediana empresa, que hasta ahora constituían el motor del país. Escandalosamente en España, que el Sr. Rajoy cita como ejemplo de superación de la crisis, la pobreza se disfraza cínicamente con ridículos recursos estadísticos sobre el empleo, ocultando el drama del paro real, la angustia de los hogares y llegando en esta escalada al dato significativo de la ruina de la clase media –sostén del viejo capitalismo industrial y ciudadano– que en los últimos nueve años ha perdido tres millones y medio de ciudadanos españoles antes instalados en ese vivificante nivel demográfico.

Pero la tercera vía española o política de los No Alineados solamente pueden protagonizarla los izquierdistas de Garzón, ya que el viejo comunismo es container de cascote, o los asamblearios de Podemos, que aún conservan la energía de la calle, que es la única que podría sacar a España de su postración. Dejo aparte a Euskadi y Catalunya, con reservas de pensamiento no sometidas a la ruinosa inmovilidad del gobierno de Madrid. Solamente Podemos o la nueva izquierda pueden abrir un camino que permita a España un nuevo despliegue internacional en busca de alianzas con los pueblos y ciudadanías que necesitan otro paisaje social. La labor política para emprender esa marcha constituye una empresa que desborda los marcos institucionales del sistema. Incluso desde el interior esos marcos hay que ejercer la presión necesaria para llevarlos más allá. La dolorosa catástrofe griega, que renunció a salir del euro y negarse a satisfacer una deuda producida por la minoría poderosa nos ha enseñado muchas cosas, entre ellas que no hay más que la frontalidad ante el sistema. Grecia con nueva moneda y soberanía nacional sobre el turismo que constituye un valor básico para el país podía haber arrancado otra dinámica social y económica. ¿Puede España abordar esa dura empresa que implicaría el control social de factores poderosos como es la banca o las fuentes naturales de la riqueza? Eso es lo que me pregunto a la vista de las previsiones electorales que aún hace el Partido Popular. De lo que estoy seguro es que seguir en la posición actual equivale a enterrar el propio muerto ¿Lo entienden también así esos españoles que rellenan urnas de puro adorno?

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