José María López Rubio

La torre de Babel ¿fue construida por euskaldunes?

Conocemos la historia de la torre de Babel pero la Biblia no nos da los detalles y hemos de acudir a otras fuentes. Todo comenzó, según los apócrifos, como una torre más. La torre, en forma de pirámide, estaba realizada por personas, participaba todo el pueblo. La torre se elevaba de día en día. Uno de los ángeles guardianes dio la noticia a su superior, el arcángel Gabriel.

–Señor, esos hombres trabajan sin descanso y la torre sube y sube.
–Déjalos, ya se cansarán.

No fue así; la torre ya tocaba las primeras nubes. En lo más alto de la torre siempre se encaramaban algunos de los jóvenes más nerviosos; y llegó el momento en que uno de estos lanzó una piedra contra las nubes para que soltara el agua con la mala fortuna que hirió a un ángel que volaba bajo y por allí pasó. Fue la primera alarma. Acudió el arcángel Gabriel y no dudó un momento en clasificarlo como un acto terrorista. Siglos atrás se había encontrado en una situación similar y poniéndose él en cabeza abortó la sublevación de Lucifer enviándole a los infiernos. Con los hombres sería más fácil. Mandó, en esta ocasión, la primera fuerza de choque que dispersó aquella algarada y destruyó los dos últimos pisos de la torre. Hubo heridos entre los humanos, hubo lágrimas.

Se tardaron varios años en reconstruir la torre y levantarla un piso más. No entendían los hombres el porqué no se les permitía realizar lo que para ellos era todo un reto. La torre sobrepasaba ya las nubes; hubo pequeños enfrentamientos entre los jóvenes que ascendían por la torre y un grupo de ángeles inexpertos. El arcángel Gabriel solicitó refuerzos y autorización para aplicar el rigor y la fuerza a que da derecho la ley y que consistió en lanzar sus ángeles de élite contra los terroristas, acompañando esto con una ráfaga de rayos y un terremoto a escala celeste. Cayeron diez pisos de la torre.

Doscientos años pasaron hasta que la torre volvió a coger la misma altura con un piso más. En este período de tiempo se multiplicaron las escaramuzas. Uno de los ángeles más jóvenes fue alcanzado por una piedra que le rompió el ala cayendo a la torre. La asistencia sanitaria cuidó de él y pasados unos días lo dejaron sobre una nube. La noticia hizo temblar los cielos. Se destituyó inmediatamente al arcángel Gabriel. Un grupo de querubines tomó el mando. Hasta este momento nadie se había preguntado el porqué de aquella torre. Se decía sencillamente que era un acto de soberbia que había que castigar con dureza.

Se enviarían diez legiones de ángeles totalmente equipados, llamó la atención esta cifra pues a Lucifer se le había derrotado con tan sólo cuatro.

–Que no quede una cabeza por encima de la otra –vociferó uno de los querubines más exaltados.

Y pasaron a la acción; ya no sólo destruían la torre si no que segaban vidas humanas. Se habilitaron algunos departamentos celestiales como cárceles. Los hombres inventaron un artilugio, una catapulta con el que lanzaron las piedras por encima de las nubes. La torre quedó tocada en sus cimientos; el primer piso y parte del segundo era lo que quedaban de ella.
Pasaron seiscientos años y la torre volvió levantarse a la misma altura con un piso más. La noticia llegó al dios Yahvéh de los ejércitos, como le llamó el profeta Isaías, cap. 1 ver. 24, que reunió a toda la corte formada por ángeles, arcángeles, querubines y serafines. Yahvéh preguntó: «¿Habéis hablado con esos hombres para saber lo que quieren?»
–Señor, no se puede hablar con ellos, son unos terroristas, apuntó uno de los querubines más barbados, la exterminación es la única salida, de momento tenemos en las cárceles a los más peligrosos.
–Señor –intervino uno de los serafines más ancianos–, quiero hacer constar que la torre no la hacen los que están en las cárceles sino el pueblo que está abajo.
Uno de los ángeles, tembloroso, se atrevió a hablar:
–Señor, he oído comentarios de que reclaman algunos territorios.
–¿Qué piden concretamente?, inquirió Yahvéh de los ejércitos.
–Reclaman el Paraíso Terrenal.
–Ni hablar, dijo el dios Yahvéh de los ejércitos levantándose de la poltrona, eso es imposible, no es negociable.
El serafín anterior volvió a intervenir:
–Señor, se podía permitirles que recogieran los frutos de los árboles.
–No se puede hacer ninguna concesión a esos terroristas, gritó más que habló, el querubín más barbado. ¿Acaso habéis olvidado que si comen del árbol de la vida vivirán para siempre, se les abrirán los ojos y serán como Dios conocedores del bien y del mal como se dice en el Génesis?
El dios Yahvéh de los ejércitos fijó su atención en aquel ángel que estaba sobre la nube y se movía con dificultad.
–¿Cómo te llamas?
–Me llamo Noray, Señor.
–¿Qué te ha pasado?
–Me rompieron una ala con una piedra, caí a la torre, ellos me pusieron esta tablilla y me dejaron sobre esta nube.
–Bien, Noray, continuó Yahvéh, veo que eres el único que viene con algo concreto. Vas a bajar entre los hombres, disfrazado de hombre, métete entre ellos, humanízate y trae aquí toda la información.

Noray bajó entre los hombres. Dos años después volvió a subir. Toda la corte celestial se reunió de nuevo. Entre los querubines se hizo un murmullo. ¿Qué puede contarnos que no sepamos ya?, comentó uno de ellos. El dios Yahvéh de los ejérecitos se puso en pie. Se hizo un silencio espacial, se dirigió al ángel caído.
–Habla, Noray.
–Señor, comenzó el ángel, este pueblo que construye la torre es distinto a los demás; son gente que está muy unida, son muy fuertes, he visto que levantan piedras de trescientos kilos y las llevan a la torre, se agarran unos a otros y forman una piña humana. He preguntado a varios de ellos para qué construyen la torre y dicen que quieren hablar con Dios. Tienen un árbol protegido por una cerca y en torno a él se reúnen, dicen que es una simiente del árbol del Paraíso y que dará su fruto. Lo que más me ha llamado la atención es que todos hablan, un idioma desconocido entre los otros pueblos, se dicen euskaldunes entre ellos y además...
–Basta –cortó Yahvéh de los ejércitos, al mismo tiempo que se iluminaba su ojo triangular–. Tú Noray, el más humilde de esta corte, nos has traído la respuesta al mismo tiempo que la solución al conflicto. El arma y la fuerza de ese pueblo está en su lengua. Y tú mismo, Noray, con una centena de ángeles bajarás a la torre, os mezclareis entre los humanos y confundiréis su lengua, que empiecen a hablar idiomas distintos; esa será su autodestrucción.

La reunión terminó, los micrófonos no estaban desconectados, por lo que se pudo escuchar a Yahvéh musitar entre dientes mientras dejaba el sillón. «Tantos arcángeles, querubines y serafines, cuadrilla de contemplativos, cuadrilla de vagos, que se muerden entre ellos por estar más cerca de mi sillón, mejor estaban en los infiernos...»

Noray bajó y cumplió la orden. Los hombres de la torre comenzaron a hablar distintas lenguas y no se entendían entre sí. Comenzaron a dispersarse y el tiempo se encargó en destruir la torre.

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